Plaza Pública

Presidenciales en Argentina: ¿quién ganó?

Javier Franzé

La pregunta, como siempre, es quién ha ganado. No la elección, sino políticamente, ese terreno gaseoso e inaprensible, no literal y paradójico.

El sorprendente 40% obtenido por Macri dificulta, aunque no impide, su señalamiento como minoría insensible. El lugar de la oligarquía, y el recurso a ella, parecen haber quedado vedados. Ese 40%, tras cuatro años de gobierno, supo lo que votó. Macri, en este sentido, y merced a los resultados de ayer –no a los de las PASO– no sólo queda habilitado para continuar liderando su espacio sino que puede hacerlo, por ahora, adjudicándose el mérito de haberlo fundado.

En este sentido, el triunfo es más de Alberto Fernández (y del macrismo: su única victoria en cuatro años) que incluso de Cristina Fernández de Kirchner (CFK). La expresidenta creó un escenario inédito al anunciar la fórmula Fernández-Fernández que, paradójicamente, parece haber terminado con el kirchnerismo cristinista entendido como estilo de gobierno: el que alargó forzadamente hasta 2015 su originario momento populista, el del llamado “conflicto del campo” de 2008.

La posible derrota de ese estilo la inició la propia CFK al elegir a Alberto Fernández, cuyo capital político era el haberse peleado con ella y salido del gobierno precisamente en aquellos días del “conflicto del campo”. Todo el margen que al kirchnerismo cristinista le había quedado en esta coyuntura (en política no se puede proyectar con certeza; en Argentina, país político por excelencia, es imposible decir “nunca” y “siempre”), CFK lo utilizó del modo más provechoso y, sabiéndolo o no, heroico, pues lo hizo para favorecer a su fuerza pero en detrimento de su figura. Por eso en 2017 creo Unidad Ciudadana, un nombre alejado de la tradición peronista, pero curiosamente cercano al anti-kirchnerismo, autopercibido como “liberal-republicano”.

Si se calcula que los votantes de alternativas diferentes a la del Frente de Todos rechazan lo que identifican como el estilo cristinista de hacer política, e incluso también algunos de los votantes de Alberto Fernández, que ha subrayado otras formas en campaña, esto dejaría a ese estilo en una situación defensiva, cuando no –al menos ahora– residual. No es un dato menor. Cuesta pensar en que Alberto Fernández redoble la apuesta en lugar de negociar si se encuentra en dificultades.

En ese aspecto, el desayuno que en la noche electoral acordaron compartir al día siguiente Macri y Fernández parece indicar la política futura. También la decisión del Banco Central de limitar más fuertemente la compra de dólares que el famoso “cepo” dispuesto por CFK, que la oposición agitó en su día como si se tratara de la violación de un derecho fundamental.

El gran triunfo es el de la política. El fracaso del gobierno de Macri en todos los terrenos desacredita la noción tecnocrática de que el mercado y lo privado son esos mundos donde la vida es más real y verdadera, frente a la supuesta molicie de lo público y la componenda de la política. Esta derrota muestra que la política tiene una lógica más difícil y compleja que la del mercado, porque está hecha de historia, voluntad, cooperación y legitimación.

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La caída del eje peronismo-antiperonismo como antagonismo explícito y central de la política argentina ha dado lugar a la conformación de dos polos heterogéneos, híbridos, pero distinguibles: un centroizquierda hecho de socialcristianismo, republicanismo popular, socialdemocracia y nacionalpopulismo, nucleado en torno al antiguo peronismo, y un centroderecha armado de neoliberalismo, republicanismo conservador y liberales populares, cuyo centro ahora es el partido fundado por Macri. Una fuerza pro-mercado y favorable a lo que gusta llamar “la integración en el mundo” y una fuerza pro-Estado inclinada al mercado interno, el consumo popular y las pymes. Dos fuerzas que, a diferencia de peronistas y antiperonistas antiguamente, encuentran en la democracia electoral el canal para aceptarse mutuamente, aunque esto no oculte sus fuertes diferencias que, en el terreno más personal y de vida cotidiana, pueden llegar a la deslegitimación mutua, sin ir más allá ni impregnar la vida política general.

La llamada grieta parece haber quedado atrás. El núcleo kirchnerista, expresado en Kicillof, fue el que enarboló el discurso anti-grieta más nítidamente durante la campaña y en la noche del domingo. Lo que viene parece una tensión en el interior de cada polo entre un ala más radical y otra más moderada. No casualmente, sólo algunos kirchneristas cristinistas y los medios que se declararon en guerra contra la ex presidenta afirman que “el kirchnerismo ha vuelto”. No parece que tal cosa sea así, al menos en este primer momento.

Queda por ver si Alberto Fernández se vale de la política de acuerdos y diferencias con el polo neoliberal para hacer una política de corte socialdemócrata, para lo cual tiene como haber el tradicional apego a la justicia social del peronismo, pero también en el debe no ver en el sistema impositivo un mecanismo impersonal de redistribución de riqueza, la profesionalización del Estado y la ruptura del falso dilema mercado interno-mercado externo que ancla a la Argentina a tiempos que, políticamente, parece estar superando.

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