Desde la tramoya

Tipología del gurú electoral

Hay gurús que sencillamente nunca fueron, como aquel que se paseó por medio mundo –Madrid y València estuvieron en la gira– anunciándose como el arquitecto de la estrategia de Obama en internet. Ravi Singh, siempre pertrechado con un turbante, resultó ser un impostor. Jamás había estado ni siquiera cerca del equipo más cercano del presidente. Lo descubrió Político, el diario de los que saben lo que se cuece en Washington DC.Es fácil hacerte pasar por gurú. Basta con afirmarlo con contundencia, porque probablemente nadie te desmienta. Si yo digo que asesoro directamente al papa, pero que esa relación es personal y confidencial, es muy improbable que el bueno de Francisco salga a desmentirme.

Hay gurús que van de malotes. Son especialistas en campañas negativas, en tácticas de ataque al adversario. El prototipo latino es JJ Rendón, y el anglosajón de última hora Steve Bannon. México es la patria de muchos de ellos, porque allí las campañas son especialmente sucias. Afirman que lo único importante es ganar, que no tienen escrúpulos en diseminar mierda si eso va en beneficio de sus clientes, y que dentro de la ley, lo que sea. Sucede que la ley tampoco es precisa a este respecto, ni mucho menos, y es fácil sortearla por mil vericuetos. Una campaña negativa consiste en difundir rumores falsos o atacar con basura al oponente. La literatura científica, y hay mucha, no demuestra en absoluto que esas campañas sean eficaces, pero sus practicantes se rodean de ese halo de chulos desalmados, muy atractivo para políticos con poco paladar.

Hay gurús que afirman haber ganado seiscientas campañas, aunque un sencillo cálculo constataría la estupidez de la afirmación. Hay que vivir diez vidas para poder dedicarle un rato mínimamente largo a 600campañas electorales. Por otro lado, no hay en el mundo un solo gurú que gane elecciones. Los que las ganan o las pierden son los candidatos o candidatas que se presentan. Y ganar no es nunca resultado de la inteligencia de una sola persona ni de un único factor. Menos aún resultado único de los consejos de ningún consultor. Pero esos gurús se suben al escenario y ponen una presentación de powerpoint que fascina a los aprendices del auditorio. Creo poder afirmar que tras el de los charlatanes de las terapias alternativas y los predicadores evangélicos, el de los gurús electorales es el oficio más frívolo y falaz del mundo.

Hay gurús que se suman a la corriente en el mejor momento, aunque sea gratis, para inflar su currículo. Liderar –afirma el politólogo Joseph Nye– es surfear olas que ya existen. Puedes poner al mejor surfista en el lago de Sanabria y no podrá ni ponerse de pie en la tabla. Las victorias o derrotas electorales son fundamentalmente resultado de tendencias sociales subyacentes que poco tienen que ver con los asesores del momento. Responden a las corrientes sociales del momento, que son incontrolables. Pero hay gurús especialistas en subirse a las buenas olas en el último momento, capaces de afirmar sin que se les caiga la caraza de la vergüenza, que ellos fueron los artífices de la ola misma, como si se tratara de dioses administrando las mareas.

Algunas circunstancias han generado un repunte del interés por la consultoría política y electoral en España. Algunas son circunstancias felices para la profesión, como que el presidente del Gobierno haya decidido nombrar a un consultor político como director de su Gabinete. Con independencia de los nombres propios, es un orgullo para la profesión que así haya sido. Otras son circunstancias penosas, como haber sabido que alguien que trabajaba para el PP estaba utilizando tácticas sucias contra el adversario suplantando la personalidad de otro.

Hay, en fin, gurús que no se identifican como tales. Que trabajan discretamente y lo hacen en equipo. Que no se arrogan poderes taumatúrgicos ni pasean su vanidad por los congresos. Que son anónimos y callados. Que no conocen la tarea por haber visto El Ala Oeste o Borgen, sino por haberla practicado en el mundo real. Y que saben que ellos, en el mejor de los casos, sólo pueden ser modestos directores de escena. El guion, los actores, la escena, la música, el escenario, lo ponen otros. Ni qué decir tiene que estos últimos son la mayoría. Por fortuna.

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