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Qué ven mis ojos

No es un ave fénix, es la gaviota que estaba escondida detrás de las otras dos

“El peor resultado de unas elecciones es que las pierda la democracia”

Hay debates en la televisión. Hay campaña electoral. Hay mítines. Hay encuestas y sondeos. Hay lemas. Hay anuncios en los medios de comunicación y carteles por las calles, pegados en los muros y colgados de las farolas. Hay entrevistas, artículos de opinión y reportajes, teorías, hipótesis, consignas, politólogos, analistas… No falta de nada, pero ¿sirve de algo? Quizá no, porque lo que se supone que no había en España era ultraderecha y ahí está, subiendo como la espuma, llenando pabellones, sumando votos y buenas expectativas en los muestreos que se hacen de cara al diez de noviembre. Por cierto, eso de llamarlo 10N, como a Ronaldo CR7 o a la delantera del Barcelona, por ejemplo, la MSG, y como de un tiempo a esta parte se hace para referirse lo mismo a una catástrofe provocada por un ataque terrorista que a la fecha de un partido de fútbol, ¿es economía de lenguaje o un efecto colateral de esta época en la que las ideas han sido sustituidas por los eslóganes?

Hay que leer La invasión de las siglas, de Dámaso Alonso, que tiene versos como estos: “USA, URSS, OAS, UNESCO: / ONU (…) / TWA, BEA, K.L.M., BOAC / RENFE (…) / Vosotros erais suaves formas: / INRI, de procedencia venerable, / S.P.Q.R., de nuestra nobleza heredada. (…) / Legión de monstruos que me agobia, (…) / fríos andamiajes en tropel: / yo querría decir madre, amores, novia; / querría decir vino, pan, queso, miel. /  ¡Qué ansia de gritar: / muero, amor, amar! (…) / ¡Oh dulce tumba: / una cruz y un R.I.P.!”

A Vox no se le hace precisamente mucha publicidad y eso parece ser, paradójicamente, una ventaja para esa formación, que suma más seguidores cuanto más se la critica. Eso significa, sin duda y antes que nada, que aquí hay mucha más gente de ideas extremistas de la que dábamos por descontado, quizá por la necesidad continua de alabar nuestra Transición, considerarla un dechado de virtudes y aciertos sin mácula y negar que estuviera basada en un pacto con la Dictadura. Nadie pagó por los treinta y ocho años de barbarie, y la impunidad es un poderoso corrosivo de la justicia. Puede que por eso nuestra derecha no haya conseguido o querido sacar los pies de este tiesto, siempre hable de la tiranía con matices, con equidistancias. A ver si va a ser de aquellos “todos fueron iguales” de donde salgan estos lodos.

Pero puede haber otras explicaciones para justificar lo injustificable, que es el renacimiento de las ideas radicales y terroríficamente antidemocráticas que mantienen los gallos de ese corral, una caterva de individuos chulescos, con modales a menudo tabernarios, que se atreven a decirle públicamente a un representante del PNV que se ande con cuidado porque en cuanto puedan lo ilegalizan; que se parten de risa ante una mención a las fosas comunes con las que el golpista de El Pardo regó todo el territorio nacional o que calumnian a víctimas de la represión como Las Trece Rosas. ¿No se supone que se había acabado en 1977 con todo eso? Está claro que no es así y no lo está tanto que este neofascismo haya surgido de la nada o del asunto catalán, como se suele dar por hecho, o más bien siempre estuvo ahí, en un segundo plano o un doble fondo, y por lo tanto no es un ave fénix sino la gaviota oculta tras las otras dos. Eso vale para quienes se presentan y para quienes los elegirán, porque en este caso lo que defienden tiene que compartirse, al menos en parte, para llegar a avalarlo: como acción de castigo sería tan desproporcionada que no parece admisible. Tampoco para las personas que argumentan que los apoyarán porque estén hartas de la política en general: en ese caso, optarían por la abstención, no por la involución.

En el Congreso los escaños son fijos, no crecen ni disminuyen, de manera que para que unos grupos logren más, otros tienen que perder algunos. Vamos a ver qué influencia sobre los indecisos tiene el debate celebrado anoche, se ha afirmado que la vez inmediatamente anterior fue del siete por ciento; pero en cualquier caso da la impresión de que la ultraderecha va a crecer, sea más o sea menos, y también que lo va a hacer a costa de sus aliados, más que de sus rivales. Es cierto que el Partido Popular no tiene ni tendría problema alguno en sellar un pacto con quienes hasta hace muy poco tenían en nómina; pero también lo es que ahora son adversarios que han venido a comerles terreno, a sentarse en su mesa y reclamar cuchara y tenedor propios. El cuchillo lo usan para cortar en dos el discurso de moderación que vendían desde la calle Génova y con el fin de que se vea que, efectivamente, ahí dentro había más tela que cortar de lo que parecía.

En unas elecciones pueden ganar y perder todos, incluida la propia democracia. Y eso quedará muy claro si el ascenso de Vox se llega a confirmar. ¿Quiénes son aquí, entonces, los antisistema? Los que no lo quieren mejorar, sino destruir, porque en lo único que creen es en sus privilegios. Pero al parecer, muchos aún no se han dado cuenta. O sí y lo que pasa es que van a las urnas a lavarse las manos, a dar su espaldarazo a unos políticos que defiendan lo que ellos no se atreven a defender en público, y se comportan, salvando todas las distancias que se quiera, como si en lugar de escoger a un cargo que los represente, contrataran a un sicario, a alguien que haga por ellos el trabajo sucio. No engañan a nadie, porque son lobos con piel de lobo. Y son el final que algunos quieren para este cuento.

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