Desde la casa roja

Todas las naciones españolas

Todavía resuena el eco de aquella pregunta lanzada en dos ocasiones hace solo una semana en los platós de televisión. La mirada enmarcada por dos ojeras grises que no se clava en nosotros, que también esperamos respuestas en nuestras casas, y se pierde más allá, el revolver de los papeles sobre el atril, el cabeceo del que exige una contestación: el silencio. ¿Lo escucharon?, que preguntaría Rivera, quien mostró más razón al despedirse de su cargo que en todos los años que hemos tenido que padecer sus ingenios: desde aquella desnudez del principio al cachorro canela que olía a leche del final.

“¿Cuántas naciones hay en España?”.

Y ese hombre que ha sido presidente del Gobierno, que es presidente en funciones, no respondió a la pregunta, no supo, le pareció una trampa o no quiso. A estas alturas nos da igual: el hombre se calla. No pudo decir ninguna o una o diez. El hombre que dirige un Estado no dice cuántas naciones lo componen. Y mientras en casa contamos naciones mentalmente y nos preguntamos acerca del significado de pertenecer o no a ellas o a un Estado, mientras no entendemos esas hambrunas feroces de identidad, mientras algunos se sienten arrinconados por todas las sensibilidades, mientras votamos con furia y no con razón, mientras nos asustamos frente a las violencias, mientras llega el frío y las ciudades no quieren dar abasto para refugiar a sus indigentes, mientras perdemos, poco a poco, lo básico, llegan otros y señalan una ruta muy peligrosa, pero la señalan con mucha firmeza.

Y el silencio es ocupado.

Y más de tres millones y medio de personas reciben nítida esa respuesta en la que España solo es una, y nadie les replica, y es grande, pero no cabemos todos. Y tres millones y medio de personas encuentran en esa idea de nación, fronteras e identidad, en su amenazante “a por ellos”, no solo un lugar en el que vivir, sino un lugar por el que vivir. Porque ese discurso está levantado en medio del silencio de los demás: la crisis del Estado con Catalunya y la memoria histórica, dos asuntos demasiado apegados y que tocan algo que se muestra cada vez más sensible, la identidad nacional colectiva en los tiempos del individualismo.

¿Saben el alivio que produce sentir que la siguiente crisis no te va a pillar solo?

Mirar desde la siesta

Estoy en Ciudad de México impartiendo un taller de escritura. Vine leyendo en el vuelo las Cartas a un joven novelista que escribió aquel Mario Vargas Llosa de 1997, un libro maravilla para los que empiezan a hacerse preguntas sobre las ficciones. En ellas, como hizo Rilke con el joven poeta, envía falsas cartas a un escritor principiante respondiendo a supuestas preguntas sobre los mecanismos internos de la narrativa. Y hablando del poder de persuasión de las novelas, recuerda al dramaturgo Bertolt Brecht y su teoría del distanciamiento, Verfremdungseffekt. Creía Brecht que para que el teatro didáctico que escribió cumpliera sus objetivos, era indispensable desarrollar una técnica que recordara a los espectadores que aquello que veía sobre el escenario no era la vida, sino teatro, una mentira, un espectáculo del que, sin embargo, debía sacar conclusiones y enseñanzas que lo indujeran a actuar. Esto sería justo lo contrario de lo que persigue una novela, acortar las distancias y hacer vivir al lector la mentira como la verdad más sólida, sea o no cierta.

Creo que deberíamos aplicar la teoría de Brecht y conseguir distanciarnos de todo el juego político. Evitar nuestra catarsis y activar el extrañamiento. Antes de convertirnos en Estados y naciones, y antes de que las naciones y las nacionalidades pesaran más que las personas que las forman, supimos que definir esos conceptos tenía una primera función: marcar las fronteras entre nosotros y los demás. “A por ellos”. Deberíamos diseccionar muy bien en qué consisten las ficciones de la información, incluso, los silencios de sus protagonistas.

Tal vez sí podríamos asumir de una vez el Estado que somos para poder convertirnos en la nación que queremos ser. Nosotros, los que votamos, y ellos, los que no dan respuestas.

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