Muros sin Fronteras

Ya os vale, queridos líderes

Siete meses, muchos disgustos y 52 diputados de Vox han sido necesarios para conseguir lo que se debió lograr en abril. Entonces primó el cálculo; ahora, también, pero esta vez han sumado la inteligencia. La entrada de Podemos en el Gobierno equivaldrá a la llegada del PSOE de los pantalones de pana de octubre-noviembre de 1982. La mejor manera de despejar el miedo a una izquierda que los poderes económicos consideran radical es mostrar que el temor es infundado, que Podemos puede ser eficaz en su gestión y tener sentido de Estado. Lo tienen fácil porque ese sentido escasea en una derecha neroniana y en un sector del independentismo catalán que apuestan por el cuanto peor, mejor. Es tiempo de esperanza. Será necesario impulsar una gran regeneración con cambios de calado, constitucionales y de ley electoral, para los que será necesario sumar al PP. El reto es poner el interés común por encima del ego de unos pocos. Veremos quién suma y quién resta.

Los partidos políticos no suelen ser los mejores centros de debate y análisis, el lugar en el que se imponen las ideas brillantes, se pactan consensos y se eligen a los mejores candidatos para defender las propuestas aprobadas. Tampoco se distinguen de proteger sus voces críticas. Solo sucede, y no siempre, en los momentos convulsos, como en los meses previos a la muerte del dictador y en los primeros años de la Transición, en los que la pasión y la esperanza de una España mejor permitían disensos. Hoy vivimos varias emergencias simultáneas: la climática y la de la irrupción de la extrema derecha son evidentes, pero también existen la económica (que viene crisis) y la necesidad de proteger los derechos sociales alcanzados.

Esa libertad se da en los partidos nuevos, en su periodo de formación cuando todas las voces son bienvenidas y escuchadas. Podemos surgió de las acampadas del 15M, de sus asambleas y utopías, uno de los momentos más emocionantes de los últimos 40 años. Ciudadanos nació en Cataluña como un instrumento contra el independentismo, y de ahí saltó al resto de España para interpretar el papel estelar de émulo de la derecha europea, alejada del tardofranquismo y de los tics autoritarios que aún parecen lastrar al PP.

Existe una versión narrativa alternativa que sostiene que fue el IBEX el que impulsó ese partido liberal alternativo a un PP zarandeado por la corrupción. El objetivo era frenar a Podemos. El partido liderado por Pablo Iglesias está a punto de sentarse en el Consejo de Ministros, y el de Rivera debe luchar contra su desaparición.

Hoy, los partidos políticos son, en la mayoría de los casos, centros de obediencia debida en los que el que se mueve no sale en la foto. Abundan los híper-liderazgos, sean individuales o de un grupo reducido de personas que toman las decisiones más importantes. Los demás, pagan las cuotas y acatan los dictámenes. El jefe, sea carismático o no, tiende a rodearse de personas de una fidelidad inquebrantable que apenas le discuten. No existe un debate, entendido como la confrontación educada y constructiva de diferentes puntos de vista. Resulta paradójico que unas herramientas esenciales en la democracia sean tan poco democráticas.

Los comités nacionales o las ejecutivas, o como se llamen, parecen reuniones de Tupperware en las que manda el entusiasmo por el producto, o el silencio cómplice. Los que disienten se van a la calle, como en Ciudadanos. En estos casos se van los mejores, los que aportaban una plusvalía de inteligencia. El líder, o su equipo de espartanos, termina por escucharse solo a sí mismo. ¿Nadie advirtió a Albert Rivera de que el veto al PSOE en abril y mayo era un suicidio? Al menos, en agosto, lo dejé claro en esta columna. El resultado fue que Rivera me dejó de seguir en Twitter. Al menos, no me bloqueó como Isabel Díaz Ayuso.

Los partidos parecen cada vez más una confluencia de hooligans ilustrados que se comportan como cheerleaders. Si les parece una exageración, recuerden la llegada de los líderes a las sedes de sus respectivos partidos de regreso del campo de batalla (el debate). No había militantes de base entre los entusiastas, solo cargos y familiares.

A estos males se une otro: la reducción de los partidos a maquinarias electorales, como sucede en EEUU. Este contaminante lo han traído los asesores, los gurús y demás echadores de cartas formados en aquellas latitudes que se han convertido en imprescindibles en todos los ámbitos. Manejan un lenguaje codificado en el que prima el humo sobre la sustancia. Es el terreno en el que florecen los mensajes simples y las mentiras de las que beben los partidos populistas de extrema derecha. Ahora llega la oportunidad de hacer política, de ser útiles a la ciudadanía.

¿Cómo enfrentar a Vox sin violar las leyes que amparan su derecho a expresarse? Primero habría que hacer una reflexión profunda sobre la banalidad de nuestra sociedad repleta de Pablos Motos y de periodistas que dan alas a sus falsedades por desconocimiento, incompetencia o para mejorar el share o los clicks de su medioshare. Leamos un poco a Hannah Arendt y refresquemos las lecciones olvidadas.

Calificar a Vox de fascista o nazi es un error, se trata de un eslogan que no ayuda a identificar el problema. Si no sabemos cuál es, difícilmente se podrá combatir. En los últimos meses, el partido liderado por Santiago Abascal ha evolucionado de una extrema derecha española, es decir antigua, franquista, casposa y en blanco y negro, a otra algo más sofisticada que conecta con los Le Pen, Adf en Alemania, Salvini, Orban, Farage y Trump. El mensaje anti-élites, anti-Bruselas y contrario a la inmigración (además del caladero de votos que genera la crisis en Cataluña) le convierten en un partido peligroso para todos, sobre todo para el PP. Ya se ha comido a Ciudadanos, que se escoró tanto a la derecha que el salto ha sido sencillo, y ahora se puede comer al PP. Lo inteligente sería mover el partido al espacio que nunca ocupó del todo Ciudadanos y presentarse como émulos de la derecha democrática europea.

El éxito electoral de Vox se debe a los acuerdos alcanzados con el PP y Ciudadanos en Andalucía, Murcia y Madrid, incluido el Ayuntamiento. No solo es blanqueo institucional, normalizar su política antifeminista y anticonstitucional, el problema es el mensaje que lanzan a sus votantes: pueden votar a Vox como protesta porque les sale gratis, no es un voto perdido porque se suma después en un trifachito más o menos en simulación. Si PP y Cs impusieran un cordón sanitario, como pide Manuel Valls, el voto a Vox sería un voto perdido que facilitaría el gobierno a la izquierda. En ese caso, muchos votantes regresarían al PP.

Tenemos el precedente (optimista) de Amanecer Dorado en Grecia, llegó a ser tercera fuerza y hoy es extraparlamentario. Pero es un precedente que no explica a Vox. Amanecer Dorado es más neonazi y nunca supo salir de este ámbito. Vox ya ha escapado de ese cajón de sastre y se presenta como un partido anti sistema, como el Frente Nacional o la Lega. En esta frecuencia ha sido capaz de atraerse votos de caladeros de antiguos votantes del PSOE y Podemos.

Todo pasa por formar un gobierno estable, capaz y que dure. Tras las elecciones de diciembre de 2015 se abrió la posibilidad de un pacto a lo Borgen (la serie televisiva) entre PSOE, aquel Ciudadanos que aún jugaba a ser de centro, y Podemos para formar un gobierno con un sólido apoyo en el Parlamento capaz de impulsar la regeneración de las instituciones. Los tres partidos estaban de acuerdo en los mínimos (Poder Judicial, RTVE, Ley de Transparencia, etc.). Podemos negó su apoyo a un Gobierno PSOE-Cs y facilitó otro de Mariano Rajoy. Nadie en Podemos admite un error estratégico en esa decisión, ni siquiera en privado.

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Esta vez se repite la opción pero con los actores cambiados. Es cierto que Unidas Podemos ha perdido casi la mitad de sus diputados (de 69 a 35), pero conserva su fuerza social como actor decisivo. La opción Borgen sería hoy un pacto entre el PSOE y Unidas Podemos, al que se sume Más País, PNV, BNG, Teruel Existe, PRC y un diputado canario. Alcanzarían los 168. ¿Será capaz Ciudadanos de abstenerse en segunda vuelta, invocando responsabilidad de Estado para que no dependa todo de ERC? Es su última oportunidad para iniciar su regreso al centro y evitar su desaparición en tres años. En estos casos, lo sensato es ser pesimista.

Al menos, nos queda la música. Y la gran Rosalía:

 

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