Qué ven mis ojos

Cómo dejar de ser un país de Poncios Pilatos

"Las bajas pasiones arden en el corazón y ciegan la mente con su humo".

“Voxear: madrugar para decir estupideces de la mañana a la noche y que quepan más”. Propongo la incorporación de esa nueva palabra al diccionario de la Real Academia Española, que la puede meter en la misma oleada de “zasca”, “arboricidio”, “osteopatía”, “centrocampismo” o estas dos, “bordería” y “sieso”, que aunque definan la primera de ellas la cualidad que posee el “impertinente, antipático o mal intencionado” y la segunda a una “persona desagradable, antipática, desabrida”, y haya tantas alrededor, increíblemente aún no era un adjetivo de curso legal.

La ultraderecha está envalentonada, que es como decir que un pivot de baloncesto se cree alto, y tiene razón: la democracia es un sistema tan generoso que se deja utilizar incluso por quienes la abolirían, y el partido verde-envidia no ha llegado al Parlamento en un tanque, lo han sacado en procesión los votantes que han duplicado sus escaños y que los han llevado a hombros y entre banderas a las instituciones. “La gente”, resulta que también es eso, por mucho que desanime que lo sea en un país donde hubo una dictadura sanguinaria de treinta y ocho años, e impune después, que comulgaba con las mismas ideas que ellos. Las ostias y las bendiciones, por cierto, se las daba la misma iglesia que ahora teme que la izquierda le quite alguno de sus privilegios fiscales o sus subvenciones millonarias.

Que esté crecida y que su peso político se haya incrementado supone que su presencia en la vida pública se multiplique y alguna o alguno de sus portavoces, cargos y demás se arriesgue o sea obligado a decir lo que piensa, si es que a algunas de las cosas que sueltan se le puede llamar de ese modo. El jefe deja caer que la fuga de un militar venezolano ha sido propiciada por el PSOE y Podemos; o repite hasta marear a quienes lo escuchan que la patria va a ser vendida a los independentistas. O se convierte de la noche a la mañana en el Cid Campeador del dinero público, él que si se hubiera dedicado a la rumba podría haberse puesto el nombre artístico de El Virrey del Chiringuito, puesto que le crecían los billetes en los árboles del observatorio que le montó Esperanza Aguirre. Está bien que haya cambiado de idea cuando ha cambiado de intereses.

Su formación, a dúo con el PP, naturalmente, sale en tromba a defender la educación concertada, porque en la otra no creen, lo mismo que en la Sanidad, y como en esta charlotada, que si no fuese porque es siniestra y peligrosa quedaría bien en La vaquilla de Luis García Berlanga, brillan los espontáneos, una compañera de su formación en Madrid salta al ruedo y dice que lo que empoderaría a las niñas sería enseñarlas a coser. La cosa venía en un paquete destinado a insultar al feminismo, es decir, coherente con el discurso de su partido sobre las mujeres, cuyo modelo más cercano tendrá mucho más que ver con los preceptos de la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera. Todo esto es una invasión de la política por parte de los bárbaros, y las urnas hacen el papel de caballos de Troya. ¿De verdad aquí hay tantas mujeres y hombres que quieren eso? La edad de la inocencia acaba al llegar los extremismos, porque se puede apoyar a este o aquel partido y no sentirse del todo responsable de lo que luego haga al llegar al poder, o declararse engañado por un programa que se prometió y no se cumplió; pero eso no vale para las papeletas que avalan a determinadas candidaturas. Quien los elige es su cómplice, y si alguien lo duda tal vez sea porque nos habíamos convertido en una nación de Poncios Pilatos, formada por una ciudadanía acostumbrada a derivar sus responsabilidades a las instituciones: la culpa es del concejal, de la alcaldesa, de la ministra, del presidente… Y sí, por supuesto, quien manda es responsable final de lo que ocurre, pero quienes lo jalean, aúpan y sostienen también han tirado su piedra y no están libres de su culpa. Es imprescindible que cada palo aguante su vela, que todo el mundo reflexione y que el fuego que provocan la decepción o la rabia, fáciles de entender en un lugar donde la brecha entre ricos y pobres cada vez se hace más abismal, no nos ciegue con su humo. El Estado de Derecho que disfrutamos todos desde la Transición, con todos sus márgenes de mejora, es lo que está en peligro, así que conviene calcular el riesgo que corremos.

El asunto catalán, sin duda, tiene algo que ver en este despropósito, la provocación continua del separatismo y las respuestas que recibió desde el Gobierno central han sido gasolina para los ultras. Pero esa gasolina no sirve para arrancar el motor del país, sino para avivar las llamas de las hogueras, es destructiva, no constructiva, y es un veneno. La alianza entre el PSOE y Podemos tiene que ser valiente, no dejarse intimidar por la derecha, incapaz de asumir sus derrotas, y por voluntarios con un megáfono en la mano que se dedican a lanzar amenazas y maldiciones. Tratar de contemporizar con eso no es una estrategia, es un suicidio. Ojalá no caigan en la trampa. Ojalá la derecha moderada recupere el terreno que le han comido los lobos que crió en sus propios jardines.

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