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Desde la casa roja

Otra novela sobre la Guerra Civil

El domingo por la noche, desprevenida, volví a ver La voz dormida, el largometraje de Benito Zambrano basado en la novela de Dulce Chacón (Zafra, 1954-Brunete, 2003) sobre la represión a las mujeres en las cárceles franquistas durante la posguerra. De la posguerra hace un poco menos que ochenta años. Del franquismo un poco más de cuarenta. Y de las ideas fascistas, en fin, cuente usted.

Lloré la película casi entera. Incluso sabiendo perfectamente hacia donde iba ese personaje entero y brutal que es Tensi. Ha querido la casualidad que justamente la semana pasada viajara hasta Zafra (Badajoz), al pueblo donde nació la escritora. Y ha querido también que durmiera en un hotel junto a la plaza Grande que alguna vez fue parte de la casa familiar de los Chacón. Cuenta la escritora Inma Chacón, gemela de Dulce, que con todo el material que su hermana recabó, armó los personajes, pero que tuvo que suavizarlos: las historias reales superaban en terror a la ficción y resultaban inverosímiles.   De la novela de Chacón llego a Tomasa Cuevas (Brihuega, 1917-Barcelona, 2oo7) quien un día se hizo con un magnetófono y salió a recabar el testimonio de las compañeras presas que, como ella, sufrieron la represión en cárceles y comisarías o sobrevivieron después en la clandestinidad y el exilio. Su libro Presas: mujeres en las cárceles franquistas, publicado en tres volúmenes en los años ochenta, está escrito más que con ningún afán literario como resistencia contra el olvido de aquella crueldad, de aquellas torturas y vejaciones. Cuevas entrevistó a más de 300 de todo el arco político de la izquierda. No solo eran mujeres que habían participado activamente, también detenían a familiares de políticos o maquis para forzar su entrega. Muchas arrastraron secuelas por las palizas y torturas, algunas perdieron la posibilidad de ser madres en el futuro. Padecieron el machismo más inhumano del sistema. Frente a la amnesia histórica que impuso la Transición, incluida la de algunos de sus propios compañeros, que tanto molestaba a la autora, quien no dejó que se aligerara ninguno de los testimonios, Cuevas evidenció que, si el franquismo fue un periodo oscuro para España, fue aún más tenebroso para ellas.

Otra mujer que documentó aquello fue Juana Doña (Madrid, 1918-Barcelona, 2003). Doña fue detenida en la primera resistencia comunista, en 1947, y condenada a la pena de muerte por la acusación falsa de la instalación de explosivos en la embajada argentina en Madrid. La visita de Eva Perón a España permite que se le conmute la pena a 30 años, de los que cumplió 20. En Desde la noche y la niebla: mujeres en las cárceles franquistas, Doña recuerda de forma nítida a algunas que murieron de hambre, de avitaminosis, de enfermedades no registradas o en pelotones de fusilamiento.

Es interesante el reconocimiento que hace Doña de su relato como un libro donde la perspectiva feminista está ausente. Dice en el prólogo: “De haberlo escrito hoy, hubiese profundizado más en las raíces de por qué las mujeres se llevan siempre la peor parte, hubiese reflejado que hay toda una gama de atrocidades y opresiones que se ejercen sobre la mujer por el solo hecho de serlo”.

Un trabajo de vocación parecida, pero en otro contexto y con herramientas más literarias, lo llevó a cabo la escritora y experta en literatura rusa Monika Zgustova en Vestidas para un baile en la nieve (Galaxia Gutemberg, 2017) con las mujeres que habitaron los gulags. En él, hace un esfuerzo de recuperación de los testimonios de mujeres que sobrevivieron al mayor sistema de campos de trabajo forzado de la historia y a la represión brutal del régimen estalinista.

No son malos estos días para revisar según qué creaciones, según qué libros. Algunas de las vidas. Allí por donde la Historia oficial pasó de largo, algunas personas hicieron un trabajo que hoy nos permite conectar con la raíz de lo que sigue siendo un problema político. La semana pasada, no hay que levantar muchos periódicos, el Ayuntamiento de Madrid, por ejemplo, retiró del cementerio de La Almudena las placas con los nombres de los allí fusilados durante el franquismo. O dos días son los que ha durado el memorial que los propios vecinos de Carabanchel instalaron con sus manos y aportaciones en las vallas de lo que fue la cárcel en espera de que se le dé un sentido histórico al solar donde se erigió un presidio que fue símbolo hasta el final de la dictadura contra sus presos políticos.

¿Seríamos capaces en estos tiempos de negacionismo, de extremo cuidado con no participar de la ofensa, incluso a los fascismos, de escribir una obra comprometida y emocionante sin tener en cuenta los discursos del olvido que desde atrás se imponen y que muchos mantienen? ¿No fue necesaria entonces aquella novela, después película, para llevar a través de una historia pequeña a la reflexión total sobre la situación olvidada de las mujeres en las cárceles? ¿No lo fue la documentación anterior del terror para la creación de la ficción y no fue la ficción necesaria para regresar a aquellos trabajos testimoniales? ¿Cuando decimos “otra novela sobre la Guerra Civil” quién habla por nuestra boca? ¿A quién le interesa la desconexión entre la emoción que una obra produce y la búsqueda de narrativas históricas documentadas?

Gracias a estas mujeres y a otras tantas que, allí donde los estados no tuvieron interés en registrar la injusticia y la oscuridad posterior que vivieron, tomaron la palabra para armar una memoria, dando a muchas de las víctimas una parte de la luz que todo proceso de memoria colectiva exige.

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