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Qué ven mis ojos

¿O Trump o Putin, o Bildu o Vox?

“La democracia neoliberal es que unos cuantos se den un banquete y al resto se le dé a elegir entre el hambre y las ganas de comer”.

Las noticias internacionales son cómodas porque quedan lejos, y para demostrarlo hay gente que lo mismo se lleva las manos a la cabeza con la deforestación de la Amazonia en Brasil que le prende fuego a un monte de Galicia para que se construya una urbanización sobre sus cenizas; o personas que claman por la diáspora en Venezuela o Palestina a las diez de la mañana y a las tres de la tarde piden que se cierren a cal y canto las fronteras de Ceuta y Melilla y se devuelva en caliente al infierno del que huyen a quienes llegan a nuestras costas en una patera o en el maletero de un coche. Si lo pensamos dos veces, está muy bien celebrar la reprobación de Donald Trump en los Estados Unidos, pero teniendo en cuenta que de lo que se le acusa es de usar su cargo de presidente en beneficio propio, tampoco estaría mal preguntarse cuántos otros líderes políticos del mundo y también de España superarían el listón que se le ha puesto a él: las otras sedes del jefe del Gobierno no se llaman Casa Blanca, pero ocultan secretos igual de oscuros.

A nosotros nos lo van a contar, con lo que le ha hecho a este país la corrupción, que es como se llama al robo cuando en lugar de los pobres lo cometen los poderosos, igual que a defraudar a Hacienda se le llama ingeniería financiera si lo hacen los ricos o a cerrar ambulatorios en Sevilla por navidad el centro-ultraderecha que manda en Andalucía lo llama “optimizar recursos”. Cómo estará el patio para que la condena deportiva que prohíbe a Rusia participar en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y los de invierno de Pekín 2022 sea por “dopaje de Estado”. En el Kremlin está fijo Vladimir Putin, que es a quien recurren aquí y allá para que intoxique la red, lance campañas de descrédito, infiltre alborotadores, envenene disidentes o cualquier cosa que le pidan, aunque nunca se llega a saber a ciencia cierta qué le dan a cambio.

A nivel local, aquí demasiada gente tira la piedra y ni esconde la mano, porque se siente impune. Probablemente eso provenga del precio que hubo que pagar por la Transición, que fue echar tierra sobre la dictadura, ninguno de cuyos impulsores y mantenedores rindió cuentas ante los tribunales democráticos. Y cuando ese tren pasa de largo, no da la vuelta. El jefe de los golpistas ha salido al fin y con deshonra del Valle de los Caídos, eso es verdad, pero hay tumbas más difíciles aún de abrir, como la del silencio.

Este lunes fue el aniversario del nacimiento de Dolores Ibárruri, la carismática Pasionaria. Miguel Hernández definió su voz como un "manantial de candelas"; Alberti la llamó "madre del sol de la mañana"; y Huidobro "mujer de terciopelo y armaduras", pero la gran mayoría de los medios de hoy, no le dedicaron ni una imagen, ni una línea, ni un comentario, y eso que era día festivo y la actualidad no daba para mucho. Al regresar del exilio en 1952, el artista Victorio Macho escondió la estatua que le había hecho a la heroína comunista, por temor a ser denunciado, en la carbonera de su casa de Toledo, y ahí estuvo oculta ni más ni menos que cuarenta y cuatro años. Ahora, su nombre está en el doble fondo que tiene la Historia cuando se cuenta de forma selectiva, para no ofender a los ganadores y sus herederos y para no devolverles a los perdedores casi nada de lo que les quitaron. Pero no deja de ser un síntoma de cómo funcionan las cosas que corran auténticos ríos de tinta sobre cualquier personaje de tres al cuarto de la crónica negra o la rosa y se ignore de semejante modo a la mujer, cómo no iba a serlo, que presidió junto al propio Rafael Alberti la primera sesión de las Cortes en 1977.

El autor de Sobre los ángeles, Marinero en tierra o La arboleda perdida había retornado a Madrid tras treinta y ocho años en Argentina y Roma, y nada más descender la escalera del avión y pisar el suelo de las pistas de Barajas, dijo aquella frase inolvidable que se usa como símbolo del espíritu de reconciliación y concordia que caracterizó aquella época: “Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano tendida”. Aquel aeropuerto se llama ahora Adolfo Suárez, en honor del presidente que legalizó el Partido Comunista. Qué casualidad, o no. Cuarenta años más tarde, algunos pretenden ilegalizar los partidos nacionalistas y echarle el cierre a las autonomías.

En el planeta neoliberal, que se autodestruye a sí mismo y en lugar de combatir las emergencias medioambientales sitúa a negacionistas del cambio climático allá donde se los necesite, lo mismo en Washington y Londres que en Brasilia o Roma, las cosas funcionan justo al contrario: aquí los guantes de seda tapan dedos de hierro que sirven para contar los billetes y para desmenuzar a las personas como si fuesen esculturas de arena. Los seres con pocas luces propagan la oscuridad, pero quienes mueven sus hilos desde la sombra se hacen de oro.

Sin embargo, esto aún es un ecosistema, todo depende de todo y cuando ese peón disfrazado de rey con mando sobre el Pentágono y el botón nuclear caiga y en lugar de por la escalinata del Capitolio tenga que irse por la puerta de atrás, tal vez se lleve a las otras fichas del tablero por delante. Así, como deseo de navidad por adelantado, no me parece mal regalo. Porque si resulta que aquí lo de tomar postura significa tener que elegir entre un Trump o un Putin, y de puertas para adentro entre Vox y Bildu, estamos listos.

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