En Transición

Escuchar a las urnas

Ese miedo que agobia a las clases medias occidentales, aterradas ante la posibilidad de perder los derechos que conquistaron a partir de la II Guerra Mundial —en España, tres décadas después—, favorece el desarrollo de opciones simplistas, autoritarias, descaradamente demagógicas y absolutamente identitarias. Los nacionalismos cotizan al alza frente a un globalismo que muchos perciben como una amenaza. Johnson ha vencido en las elecciones británicas agitando la bandera de un Brexit excluyenteBrexit . Pero no en Escocia, donde precisamente otra onda patriótica de signo contrario le ha plantado cara con enorme éxito. Mientras, en España, la investidura de un nuevo gobierno se juega en el mismo tablero de las emociones territoriales. Conviene interpretar bien las señales, a menudo equívocas y cambiantes en el tiempo, para conocer eso que ahora se llama el "estado de ánimo" (que no de opinión) de una sociedad.

Igualdad, sostenibilidad, calidad democrática o cualquier otro objetivo vinculado al bienestar de la sociedad palidecen ante la potencia del reclamo identitario. El círculo vicioso de los constantes ciclos de acción-reacción generados por la polarización nacionalista ha sido percibido como una ventaja electoral a medio plazo por parte de la derecha españolista de un lado, y del independentismo catalán del otro. El PP de Rajoy vio una oportunidad en la renovación del Estatuto de Cataluña, que procuró anular, y luego en el desafío de Artur Mas, quien a su vez aumentó su propia apuesta soberanista para salvar a una Convergencia necesitada de reinventarse y evitar la hegemonía de Esquerra. Abierta la partida y tras sucesivas y cada vez más arriesgadas manos, el resultado es dispar. El nacionalismo puede ser un buen, o mal, negocio cuando de ir a las urnas se trata.

Al PP aquella pretensión de perder terreno en Cataluña a cambio de barrer en el resto de España atizando la hoguera del centralismo le ha provocado enormes sobresaltos: ha visto cómo perdía el control de su espacio ideológico y cómo Ciudadanos primero y Vox después se le subían a las barbas. Simultáneamente, el independentismo catalán ha ganado terreno gracias a una polarización sin fin, en la que JxCat, Esquerra y la CUP rivalizan entre sí y se impiden mutuamente cualquier concesión al diálogo.

Ahora entran en liza otros argumentarios nacionalistas igualmente destinados a rentabilizar electoralmente los sentimientos identitarios. Barones del PSOE como el manchego García Page o el aragonés Lambán acuden a los micrófonos para tronar contra sus compañeros catalanes, exhibirse como españolistas radicales e intentar boicotear o poner aún más caro el ya difícil entendimiento entre su secretario general, Pedro Sánchez, y Esquerra.

El Supremo más verde

Se supone que los citados barones creen que su clientela territorial ha de afianzarse y crecer impulsada por la catalanofobia. No les importa causar daños quizás irreparables a las siglas que les amparan ni hacerles el juego a las derechas. Quizás tampoco son conscientes de que apuntándose al fácil recurso de la polarización no evitarán que un número significativo de catalanes siga respaldando a los partidos y organizaciones independentistas, pero a cambio quizás estén echando leña a la hoguera de la extrema derecha.

Obvian estas reacciones la lectura de los resultados de las diferentes convocatorias electorales que se han celebrado este año. Tanto en clave catalana como española, los electores han premiado a aquellas opciones que, desde las posiciones ideológicas propias, eran más tendentes al acuerdo. Lo estamos viendo si acudimos al histórico en la relación de resultados entre CiU/JxCat y ERC en clave catalana, o al castigo que las urnas infligieron el 10 de noviembre a las formaciones que, pudiendo haber formado un gobierno, no lo hicieron. Es cierto que el análisis de cada formación no se explica únicamente por estas circunstancia y es necesario acudir a otros factores, pero este no es baladí en un momento en el que vuelve a ser necesario el concurso de distintas fuerzas para formar gobierno y una apuesta inequívoca por la búsqueda de caminos que puedan conducir al acuerdo.

Las urnas acostumbran a decirnos mucho más que los números que de ellas manan la noche electoral. En unos días, cuando el estudio post-electoral del CIS vea la luz, seguirán hablándonos de forma mucho más clara. Si se mantuviera el entusiasmo por interpretar los resultados electorales más allá de las 24 horas siguientes a la apertura de las urnas, se conocería más y mejor la sociedad en la que se vive.

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