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Desde la tramoya

Desde luego Cataluña… y otras serias preocupaciones

El rey hizo un discurso indiscutiblemente bienintencionado. Te guste o no la Monarquía, aprecies o no a Felipe, te sientas o no vinculado con su simbolismo, lo cierto es que no hay una sola palabra ofensiva en el texto que leyó en la Nochebuena. No quería hacer daño, sino más bien, como se ha dicho, transmutó en una suerte de entrenador que anima al equipo a ganar el partido. La bandera europea, aunque haya sido catorce años después de que la pusiera Zapatero en todos los despachos oficiales, ya lucía en igualdad de condiciones junto a la española. El belén sigue ahí, pero digamos que tampoco estorba, como ya tampoco estorba el aire apolillado de la instancia, al que estamos acostumbrados. Sus palabras, por supuesto cuidadosamente escogidas, estaban hechas para sobrevolar los desafíos de nuestro atormentado país.

Lo que sorprende es que el rey, con todo su séquito, una decena de personas que revisa sus textos, mencione “Cataluña” como preocupación. Como mínimo, podemos decir que no se lo pensaron mucho. Transcribo:

 

“Así mismo, las consecuencias para nuestra propia cohesión social de la revolución tecnológica a la que me he referido antes, el deterioro de la confianza de muchos ciudadanos en las instituciones, y desde luego Cataluña, son otras serias preocupaciones que tenemos en España”.

Con buena intención, el rey comete así el error de hablar de Cataluña como “otra seria preocupación”.

El lenguaje conservador promueve la despersonalización. Los especuladores se convierten en “el mercado”, los desempleados en “el mercado laboral”. La avaricia de los bancos provoca “turbulencias financieras”. La destrucción del planeta es mero “cambio climático”. La supresión de la idea de agencia, eliminar de la ecuación de los problemas a sus causantes, es una característica típica del pensamiento conservador, que pretende convencerse y convencernos de que las cosas, simplemente, son como son. Son, en román paladino, lentejas: si las quieres bien, y si no, las dejas.

Por eso quizá, el séquito del rey (y él mismo, porque es sabido que se afana en la construcción de sus propios textos), adopta ese lenguaje tan poco personal, tan exento de protagonistas. Los españoles nos convertimos en España. Por ejemplo, cuando Felipe VI reafirma su “vocación de servir a España”. No a las españolas y los españoles, sino a España.

Y por eso comete el error, rápidamente aprovechado por el presidente de la Generalitat en su réplica, de hablar de Cataluña como seria preocupación.

A los españoles no nos preocupa Cataluña. Nos preocupará en todo caso la porfía de sus gobernantes en hacer de “Cataluña” un todo uniforme, unívoco y con una única voz. Porque Cataluña es en realidad una sociedad partida en dos. Una mitad más bien corta que quiere separarse del resto del Estado. Y otra más bien larga que no lo quiere.

Identificar a Cataluña con una persona única es la primera trampa tendida por los independentistas, en la que el rey parece haber caído, con seguridad sin mala intención, pero con un resultado negativo. Porque quienes no se sienten identificados con el relato de la independencia no se sentirán tampoco inspirados por el discurso real.

El rey probablemente hizo el discurso menos controvertido de los últimos años. Incluso algunos de sus tradicionales críticos apreciaron su buena disposición. Pero si el monarca empieza a hablar de “Cataluña” como preocupación no hará sino hacerle más fácil el discurso a su Gobierno independentista. Se lo está poniendo, volviendo al román paladino, a huevo.

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