En Transición

El año en que votamos peligrosamente

Fin de año, toca hacer balance. Aun a riesgo de parecer impertinente, centraré el mío en la arena electoral, aunque sólo sea por las cinco urnas a las que la mayoría de la ciudadanía española hubo de acudir este año: elecciones municipales, autonómicas en 12 comunidades, europeas, y dos elecciones legislativas cuyo desenlace aún no podemos definir con rotundidad.

Una primera vista a vuelo de pájaro acotada sólo a las dos elecciones generales para recordar los grandes datos: en abril se movilizaron más de 26 millones de ciudadanos, rozando casi el 76% del censo, en una de las jornadas electorales con más participación de nuestra democracia reciente. El miedo a la irrupción de Vox movilizó al electorado de todo el espectro izquierdo, que a su vez sacó de casa también a los conservadores, y los porcentajes izquierda–derecha arrojaron un empate entre ambas posiciones del tablero. El PSOE fue el más beneficiado por la situación con su izquierda en retroceso, y en el otro campo el PP sufrió el desgaste de la corrupción y la pérdida de reputación en favor de Ciudadanos y Vox, que efectivamente irrumpió, aunque no con la fuerza pronosticada.

La incapacidad de la izquierda para llegar a un acuerdo de gobierno condujo a la repetición electoral de noviembre con cambios significativos, en contra de lo pronosticado. En primer lugar casi dos millones menos de electores acudieron a las urnas. Entre el PSOE y UP se dejaron por el camino 1.362.000 votos, aunque sumados al recién nacido Más País pasaron de obtener el 42,99% de los votos, al 43,14%. En la derecha, la debacle de Ciudadanos, que perdió la friolera de 2.500.000 votos, aupó a Vox hasta los 52 escaños gracias a un incremento de 962.000 votos y casi 5 puntos porcentuales. El PP, que vio en la repetición electoral su oportunidad de recuperación, apenas captó 664.000 votos y 4 puntos. En conjunto, el bloque conservador pasó de ser el 42,82% en abril al 42,7% en noviembre. Mientras tanto, los partidos independentistas catalanes ganaron un escaño más entre abril y noviembre, y pasaron de recibir en conjunto (ERC y JxCat primero, y ERC, JxC y CUP después) 1.512.993 votos a 1.642.000. A la par, emergieron o reaparecieron en el Congreso otras formaciones de carácter local, como Teruel Existe o el BNG.

A expensas del postelectoral del CIS que desvelará muchas claves y sólo con estos grandes números, hay algunas lecciones que se pueden extraer. Ahí van 10.

1) Pese a la desconfianza en la política y la consabida desafección, la sociedad española sigue acudiendo masivamente a las urnas, especialmente si percibe peligro. La participación el 28 de abril fue la cuarta más alta desde 1979. Lo que está en cuestión para buena parte de la población no es tanto la democracia representativa como la capacidad de los actuales líderes políticos para resolver los problemas, es decir, para ser útiles, tendencia que se observa al menos desde el 2011 y nuestro 15M.

2) La división izquierda-derecha permanece prácticamente inalterable. En lo que va de siglo los porcentajes de voto recibidos entre los principales partidos de ámbito estatal de cada bloque ha oscilado entre el 37 y el 47%, empatando en las dos convocatorias de este año. El eje ideológico izquierda–derecha, pese a sus mutaciones, el cambio de referentes, las crisis ideológicas y su dificultad para explicar buena parte de los acontecimientos presentes, sigue siendo imprescindible en el análisis de la política española. Cosa distinta es que no sea suficiente, pero es claramente necesario, y sitúa la pugna no entre bloques, sino en el interior de cada uno de ellos.

3) Quizá como fruto de lo anterior y/o por errores estratégicos propios, España no es país para centros. Se ha comprobado de forma estrepitosa con Ciudadanos, que pasó de acariciar el sorpasso a la irrelevancia. Toca una travesía en el desierto en las filas naranjas que está por ver en qué acaba. Ciudadanos sigue la estela, con todas las distancias, de lo que en su día vivió UPyD y con más distancia aún el CDS.

4) Si la izquierda lleva décadas votando dividida, la derecha acaba de estrenarse, pero ha aprendido con rapidez la utilidad de concentrar el voto. Vox, que en buena medida recoge al electorado más a la derecha del PP, ha sido el gran beneficiado. La pugna interna se ha instalado también en el lado conservador.

5) El electorado castiga el no acuerdo. Si la política ha de ser algo, es útil. Unos partidos incapaces de llegar a acuerdos y gestionar los retos comunes no son útiles a la sociedad, de ahí que el electorado suela castigar –y así ha sido también esta vez– a aquellas fuerzas que, pudiendo haber alcanzado el entendimiento, no han querido, sabido o podido hacerlo. El PSOE, UP y Ciudadanos pagaron esta factura en noviembre.

6) El voto independentista en Cataluña no sólo no decrece, sino que ha aumentado ligeramente entre abril y noviembre. Son muchos los factores que han influido y ese análisis requiere más espacio, pero muestra a las claras que estamos ante un conflicto político que no por obviarlo o judicializarlo va a dejar de serlo. Aunque sea una boutade, es importante insistir en ello: la única salida posible –si es que la hay, y siempre la hay–, es política.

7) Llama enormemente la atención que Cataluña y el País Vasco estén mostrando comportamientos electorales notablemente diferentes al del resto del territorio, no sólo en la pervivencia de fuerzas nacionalistas, sino en la escasa presencia de representantes de Ciudadanos, el PP y Vox. ¿Puede permitirse la derecha de este país no tener relevancia alguna en dos territorios como estos?

8) Aunque con características totalmente distintas a los partidos independentistas, han tomado protagonismo en las últimas elecciones fuerzas de carácter local que dan un mensaje claro. Ante los asuntos globales y nacionales, el territorio, esa España que se siente olvidada y vacía de atenciones, reclama su espacio. Lo hemos visto con la aparición de Teruel Existe, con la reaparición de BNG, y no se debería pasar por alto la reciente declaración del Ayuntamiento de León para separarse del resto de Castilla.

El poder está en el diccionario

9) Todo lo anterior ha dado como resultado eso que se denomina un Parlamento fragmentado, y que no es más que el reflejo de una sociedad plural en sistemas electorales proporcionales. Esta fragmentación no sería un problema si operara sobre un software preparadosoftware para la búsqueda de acuerdos, pero puede ser un drama si se instala en la dinámica de contrarios irreconciliables.

10) El sistema de partidos con el que convivimos desde la Transición ha estado basado durante 35 años en un bipartidismo imperfecto que a grandes rasgos reflejaba la realidad de la sociedad española y permitía su gestión. Hoy, como se puede comprobar cada vez que se abren las urnas desde 2015, nada hace presagiar la vuelta a esa situación, pero el sistema está trabajando con unas reglas del juego que no favorecen –o al menos, no todo lo que podrían–, la formación de mayorías que permitan gestionar. Se suele hacer alusión a la incapacidad de los líderes políticos para llegar a acuerdos, pero, ¿por qué en lugar de apelar únicamente a los cambios culturales necesarios, no ayudamos a esos líderes con reglas del juego que les obliguen a buscar esos acuerdos? Empieza a ser urgente adecuar, al menos, la forma de elección de la Presidencia de gobierno, de forma que el bloqueo se haga más difícil.

Es obvio que vivimos momentos de incertidumbre, inestabilidad y bloqueo político. Ante eso, podemos hacer dos cosas: lamentarnos o aprender. Saquemos enseñanzas de lo que este convulso 2019 nos ha dejado –en todo, aquí me he centrado solo en lo electoral–, y apliquémoslo para el futuro. ¡Feliz comienzo de década!

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