Qué ven mis ojos

Allí donde sobran las palabras, nos convertimos en un número

“El populismo consiste en hacer ver que el único que puede sacarte del infierno es un demonio.”

El lenguaje político es cada vez más simple, según un estudio reciente de las universidades de Texas y Princeton, y eso no tendría por qué ser malo si significase que es menos retórico, más inteligible, y no más básico, menos elaborado, más ramplón. Pero es así, anodino, gris, prosaico y por añadidura, nos guste o no, un reflejo de quienes lo oyen y buscan, ante todo, que les digan lo que quieren escuchar: el populismo consiste en eso. A quién le extraña que la Fundación del Español Urgente, que en otras ediciones había elegido como palabra del año escrache, refugiado, aporofobia o microplástico, en 2019 se haya decidido por unos símbolos: los emoticonos. La idea de que una imagen vale más que mil palabras está más extendida que nunca y, si nos ponemos melodramáticos, atenta contra la sustancia distintiva del ser humano, la que le diferencia de los otros organismos vivos: el lenguaje. Me pregunto cuánto queda para que los emojis se abran paso en los titulares de los periódicos y los sustantivos guerra, dinero o amor sean sustituidos por el dibujo de un soldado, de unas monedas o de unos corazones rosas. Que nadie se asuste, no es para tanto, sólo nos las vemos con una versión moderna de los jeroglíficos del antiguo Egipto, un eco del pasado que demuestra cómo el mundo se parece a una lavadora, que a fin de cuentas es un alarde de la ingeniería que se mueve en círculos y a la vez que lava la ropa, la desgasta.

Hoy es 31 de diciembre y todos los marcadores juegan a ponerse a cero, aunque la vida siga y la biología no perdone. La RAE ha elegido catorce palabras o expresiones, no sé bien si una por mes y dos de propina, que en opinión de sus analistas definen lo que ha sido 2019, o al menos de qué se ha hablado, dentro y fuera de las redes sociales: progreso, deporte, feminizar, Constitución, confianza, acogida, Estado del Bienestar, elecciones, inteligencia artificial, escuela, clima, euroescéptico, autodeterminación y triunfo. La mayor parte las firmaríamos casi todas y todos, subrayando las que fomentan la justicia, la igualdad, la concordia y la defensa de nuestros maltrechos derechos, y les añadiríamos alguna otra: paz, salud y trabajo, por ejemplo.

Sin embargo, ese lenguaje político que cada vez es más simple, también es cada día más peligroso, especialmente porque lo maneja una generación de oportunistas que no apela a la inteligencia ni la conciencia de sus interlocutores, sino a sus instintos más bajos. Para tener una capacidad de destrucción extraordinaria basta con ser un incompetente, alguien que no sepa crear nada excepto problemas, y esa paradoja ha hecho de algunos personajes de la historia a todas luces mediocres, grandes caudillos que han arrastrado a sus países, y en algunas ocasiones a la humanidad entera, hasta el abismo. No hace falta dar nombres, todo el mundo sabe quiénes fueron y que su único talento era el de ser más indecentes y sanguinarios aún que todos los que les rodeaban y jaleaban. Muchos de hoy día son menos poderosos, pero igual de dañinos, viven de hacer malvivir a otros y de ofrecer a quienes son tan incautos como para seguirlos unas supuestas medicinas que, en realidad, son puro veneno. Su táctica es enfrentar a la gente y mirar los toros desde la barrera; sus dos argumentos clásicos, el insulto y la mentira; su fuente de poder, la ignorancia y el descontento de quienes piensan que el único que puede sacarte de un infierno es el demonio.

En España tendremos Gobierno, de un modo u otro, y ahora queda saber para qué. En teoría, debemos notar en un abrir y cerrar de ojos que las ruedas empiezan a girar y las iniciativas se ponen en marcha, porque han tomado carrerilla suficiente como para llegar de un salto a la luna, así que no habrá que recurrir a la improvisación y el coche ya está rodado y a punto para empezar a correr en el circuito. Ojalá sea así y esos proyectos y buenas intenciones que caracterizan el inicio de un nuevo año sean también el objetivo del flamante Consejo de Ministros progresista, que va a contar con una oposición a su nivel, es decir, inclemente, y con unos aliados que en las comidas para negociar acuerdos no le van a pasar el cuchillo por el mango, sino por la hoja, y todos sabemos que está muy afilada. Porque de todo ello depende que la ciudadanía, esas mujeres y hombres que llenan la nevera y pagan su casa y el colegio de sus hijos con su esfuerzo, cumplen las leyes y no tienen inmunidad, vea mejorada su calidad de vida, que se supone que es la tarea fundamental de cualquier ejecutivo democrático. Si además es de izquierdas, en dos minutos derogarán, por ejemplo, la última reforma laboral. ¿O no?

Que acierten, que quieran acertar y sepan cómo hacerlo. Y en cualquier caso, les deseo el mejor 2020 para absolutamente todas y todos. Que sean muy felices.

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