Desde la tramoya

Encuentre la mentira: tres juegos de palabras

Algunos dicen que estamos en tiempos de posverdad. La Real Academia Española, emulando a la versión inglesa de Oxford, incluyó el término en 2017 en el diccionario de nuestra lengua: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Yo creía que decir que algo es blanco cuando es negro, inventarse una cifra o afirmar que hiciste algo que no hiciste era sencillamente “mentir”, un verbo que existe desde siempre y en todo lugar. Pero hemos tenido que inventar un neologismo para describir lo que no es verdad ni es mentira sino que anda en la frontera entre ambas. Esa necesidad obedece con seguridad a la proliferación, gracias a Internet, de mensajes rápidos, cortos y muy virales, que simplifican torticeramente y con eficacia inusitada hasta nuestros días, realidades mucho más complejas.

Porque la “distorsión de una realidad” o la pretensión de influir en la gente son tan antiguas como la humanidad. Desde que el ser humano lo es, quienes detentan la autoridad y el poder siempre “manipulan creencias y emociones para influir en la opinión pública”. Manipula emociones y creencias el sacerdote, como lo hace la presidenta de la República, el alcalde, la rectora o el jefe scout. Por supuesto, manipulo yo emociones y creencias cuando escribo esto o cuando hablo en la televisión. Y lo hacen quienes me dan este o cualquier otro espacio público. Manipulan, manipulamos, porque seleccionamos los espacios, los temas, las palabras y los argumentos. También cuando ante el público decidimos dónde vamos, con quién nos abrazamos, a qué manifestación asistimos o las banderas que ponemos en el tiro de cámara.

Yo sé que mentiría si dijera que nací en Cuenca en 1980, porque nací en Madrid en 1969. Y esa es una realidad que no admite distorsión. Pero la política no trabaja solo con la verdad, sino también con lo verosímil, con lo que admite interpretación, lo que no está nítidamente definido, sino que permite distorsiones de uno u otro lado. Si uno quiere realidades inapelables que no admiten distorsión puede dedicarse a las ciencias duras – la física, las matemáticas, la química, o incluso, aspiracionalmente aún, la antropología, la sociología o la historia. O puede dedicarse a la prédica, la catequesis y la expansión de dogmas, que no tienen nada de científicos, pero que son “verdades reveladas” para quien quiera creerlas. En la práctica –para los creyentes católicos– es incuestionable que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, que Jesús nació de una virgen, o que el papa es el vicario de Cristo en la Tierra.

Pues bien, para todo lo demás está la política. Es cierto que hoy más rápida y maliciosamente que nunca, se difunden afirmaciones rotundamente falsas. Y por eso nos hemos inventado el concepto “posverdad”. Pero la inmensa mayoría de nuestros debates, de nuestros enfrentamientos y nuestras decisiones políticas no tienen su origen en la tensión entre “la verdad” y “la mentira”, sino en la interpretación que cada parte hace de una misma realidad, para configurar su propia realidad, tan válida como es la realidad alternativa para la otra parte. Para que la lectora o el lector observe la sutilidad de ese trabajo de construcción de realidades alternativas, propongo tres juegos de palabras que se refieren a hechos políticos de este mismo momento que vivimos:

Trate el lector de encontrar una sola mentira –nítida, evidente, inapelable, incuestionable– en las afirmaciones que yo hago en las próximas tres situaciones imaginarias:

Primer juego de palabras. Busque el lector o la lectora dónde se dice aquí alguna mentira contundente:

Jordi dice que existe un conflicto político entre España y Cataluña. Que el Estado español utiliza la Policía y los jueces para la represión de quienes defienden el derecho de los catalanes a decidir su futuro libremente. Por eso pide la libertad de los presos políticos, obedeciendo además las decisiones de la Justicia europea, que ha determinado, por ejemplo, que Junqueras es un eurodiputado electo. Jordi da la bienvenida a la intención de diálogo franco, sin censuras previas, en el marco jurídico actual, entre los gobiernos legítimos de España y Cataluña.

Inés dice que los políticos independentistas catalanes están presos o huidos porque la Justicia española a la que están sometidos los ha imputado y juzgado con todas las garantías procesales. Y que han sido condenados por vulnerar gravemente las leyes, cuando trataron de subvertir el orden constitucional y destruir España promoviendo la escisión de una de sus partes. Y que el presidente Sánchez ha cedido a la pretensión de diálogo bilateral ante sus representantes para permitir su investidura. De los socios del PSOE, alguno de los cuales ha llegado a decir que la gobernabilidad de España le importa un comino, depende ahora, precisamente, la gobernabilidad de España.

Segundo juego de palabras. Tratemos de contradecir con puros hechos cualquiera de las afirmaciones:

Pablo dice que si un candidato a presidente dice que, como el 95 por ciento de los españoles, no podría dormir tranquilo con Podemos en el Gobierno, y luego pone a Podemos en el Gobierno, entonces ese candidato, hoy presidente del Gobierno, está en fraude electoral y que por tanto es un presidente inmoral. Santiago cree que, desde ese punto de vista, es un presidente también ilegítimo, aunque sea legal.

Adriana dice que Sánchez se refirió a ministerios estratégicos como Hacienda, Energía o Pensiones, y que cumple con su palabra dejando esos ámbitos fuera de las manos de Podemos. Y, por supuesto, que el Gobierno actual es un gobierno perfectamente legítimo, el primer Gobierno progresista de coalición desde la restauración de la Democracia.

Y tercer juego de palabras. Encontremos alguna mentira que lo sea sin ambages:

Rocío dice que el nuevo Gobierno social-comunista se propone subir los impuestos; perpetuar la desigualdad de hombres y mujeres ante la violencia intrafamiliar; proteger a los extranjeros que entran ilegalmente en nuestro país; seguir limitando la soberanía de España ante la burocracia de Bruselas; e imponer su modelo de sociedad progre.

Rafael aplaude que con el nuevo Gobierno progresista el uno por ciento que más ingresos tiene pague más impuestos para favorecer políticas de igualdad; que las mujeres sigan siendo protegidas contra la violencia machista; que España siga siendo solidaria con quienes huyen de la violencia y el hambre en sus países, y respetuosa de los derechos humanos; que sigamos reforzando nuestros lazos con la Unión Europea; y que no se acepte la imposición del modelo reaccionario de la Derecha.

No, no es sólo ni prioritariamente combatiendo las mentiras como progresaremos como sociedad. La mentira es mentira y hay que pelear contra ella venga de donde venga. Pero el trabajo más relevante de la comunicación política consiste en entender que para la mayoría de los hechos, para cada una de las “realidades” que nos encontramos en la vida pública, hay interpretaciones verosímiles –y también veraces– que alteran de hecho la percepción de esos mismos hechos, de esas supuestas “realidades”. A esto lo llamamos “enmarcado” o framing. Y es comprendiendo su fuerza como los progresistas (o si no nuestros adversarios), ganaremos la batalla por los fundamentos en los que creemos: el papel del Estado en la protección de la libertad, la igualdad y la justicia social. No es emperrándonos en explicar que el otro miente –excepto cuando lo haga, claro – como lograremos el favor del público, sino seduciendo con una interpretación de la realidad que además de ser veraz y verosímil, resulte atractiva para nuestros compatriotas.

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