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¡A la escucha!

Gregorio Ordóñez

Recuerdo perfectamente cómo me enteré de la muerte de Gregorio Ordóñez. Estudiaba tercero de Comunicación Audiovisual en Pamplona y llevar la radio enchufada todo el día era ya parte de mi rutina. Estaba aparcando el coche frente a la biblioteca, era época de exámenes finales, y llevaba semanas que no salía de allí: vivía en la biblioteca de Medicina, donde mejor se estudiaba. Justo cuando iba a apagar el contacto entró la última hora: en San Sebastián se había registrado un tiroteo. Habían disparado contra el teniente de alcalde del Ayuntamiento y la primera información hablaba de que su estado era muy grave. Estuve dentro del coche casi una hora. No podía dejar de seguir la última hora de una noticia que nos impactó a todos. Aquella tarde me costó concentrarme. A mí y todos los que estábamos allí. Buscábamos la última hora constantemente, enchufábamos la radio, alguno llamaba a sus familiares en San Sebastián para buscar información. Lo teníamos demasiado cerca y desgraciadamente, para algunos, las amenazas de ETA formaban parte de su cotidianidad. Alguno recibía en casa esas amenazas y alguno, alguna, un año después, tuvo que salir corriendo a Donostia porque la banda había colocado en el coche de su padre una bomba lapa.

Así que la realidad de ETA la conocíamos. Nací en Pamplona y desgraciadamente ya me había tocado vivir en primera persona el estallido de un coche bomba siendo bien pequeña, el susto en casa porque las ventanas del salón casi reventaron, el sonido de las sirenas. La incertidumbre de no saber qué había pasado y las caras de tristeza de mis hermanos mayores y de mis padres cuando se confirmaba lo peor: había varias personas muertas.

Pero aquella muerte, una más de ETA, nos sacudió a todos. Gregorio Ordóñez fue un político que había logrado superar el lenguaje retórico. Valiente, directo, pedía algo tan simple como que la sociedad dejara de mirar para otro lado y plantara cara a la banda, le dijera que en su nombre no, dijera “Basta ya”. Ordóñez llevaba tiempo recibiendo en el contestador de su casa avisos de los pistoleros: o se callaba o pagaría él y su familia las consecuencias. Pero Ordóñez no se calló. Sabía que el silencio había sido el mejor aliado de la banda durante años y que plantarles cara era la única forma de acabar poco a poco con su discurso.

Al día siguiente fue mucho más difícil sentarse a estudiar. Estaba pegada a la radio, a la tertulia de Iñaki Gabilondo que, con entrevistas y testimonios de quienes le habían conocido, fue dibujando el inmenso dolor que se instaló entre los donostiarras por aquel asesinato. Fue el principio de lo que la banda llamó la socialización del conflicto, una forma muy sutil de decir que a partir de ese momento ponían en su diana a políticos y cargos del PP y del PSOE. Una etapa demasiado larga, que duró años y en los que el goteo de políticos, empresarios y periodistas asesinados por ETA fue incesante. En 2002, siete años después, volví varias veces a San Sebastián para contar cada asesinato de la banda. José Luis López de la Calle, tiroteado en Andoain. Recuerdo que tuvimos que hacer el directo y salir zumbando de allí porque empezaron a rodearnos y a insultarnos. José María Korta, empresario. Santiago Oleaga, del El Diario Vasco: un tipo con casco se bajó de la moto donde estábamos los periodistas y empezó a fotografiarnos. En Polloe, ya por la noche, contábamos cómo había sido aquel día para la familia mientras veíamos las luces de Anoeta encendidas porque jugaba la Real Sociedad.

Esta semana, en su San Sebastián natal, esa que amaba tanto y por la que luchó, se inauguraba una exposición en recuerdo de Gregorio Ordóñez. Y el título no podía ser más oportuno La vida posible, la vida que no vivió y que podría haber sido si Javier García Gaztelu, alias Txapote, no le hubiese disparado por la espalda. Ordóñez nunca tuvo miedo de hablar y decir lo que pensaba, de alzar la voz por estar harto de ver tanta sangre y atentados en las calles. Por buscar una convivencia en paz. Su valentía y su asesinato fue la palanca de cambio para que gente tan joven como Borja Sémper, María San Gil o Eduardo Madina se metieran en política en la peor época de la banda. Hoy, ninguno de los tres sigue en primera línea, decepcionados con cómo la política ha acabado convirtiéndose justo en lo contrario en lo que ellos siempre defendieron jugándose la vida. En esa vida posible sería un lujo poder escuchar qué diría el Gregorio Ordóñez de ahora. Seguro que volvería a darnos una lección de lucidez.

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