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Justo y necesario

“Las leyes nunca mejorarían si no hubiera personas valientes con altura moral y sentido de la justicia superiores a los del Derecho en vigor”.

Reflexión camusiana del helenista Pedro Olalla en un texto publicado por Ctxt el 27 diciembre de 2019

Al nacionalismo ultraderechista español y sus muchos altavoces propagandísticos les fastidia que de Cataluña lleguen buenas noticias, noticias que apunten a una posible solución dialogada y pacífica del conflicto. Están instalados en un espíritu cenizo que magnifica cualquier nubarrón y ningunea cualquier rayo de sol. Es normal, claro. Si de algo se nutre el nacionalismo –tanto el centralista de los territorios con Estado como el periférico de los territorios sin Estado– es del conflicto. Le sirve para cultivar la visceralidad, para apelar a las más bajas pasiones de la tribu.

Los que no somos nacionalistas (ni catalanes ni españoles en el caso que nos ocupa) no tenemos, en cambio, el menor problema en recibir con moderada esperanza las declaraciones o los gestos de buena voluntad de las partes. Por ejemplo, las palabras que este martes pronunció el preso Oriol Junqueras en el Parlament de Cataluña: “Me muero de ganas de hablar con todo el mundo”. Resulta prometedor que un líder independista catalán tan notorio tenga tantas ganas de hablar.

Pero el sentimiento de Junqueras no es compartido ni por el resto del nacionalismo catalán (JxCat y CUP) ni por la totalidad del nacionalismo español (Vox, PP y Ciudadanos). Unos y otros aspiran a prolongar y exacerbar un conflicto que es su razón de ser. En el caso del nacionalismo español, el deseo de seguir con la bronca se ve reforzado por el hecho de verse ganador. En todos y cada uno de los frentes.

La ultraderecha de Abascal, Casado y Arrimadas se opondrá a todo aquello que pueda desinflamar el conflicto catalán. Y será jaleada por esa caterva de editorialistas, columnistas, tertulianos y reinonas de las mañanas audiovisuales que ocupan en la España actual el papel del No-Do franquista. La ultraderecha sueña con que el conflicto catalán culmine con el cese de la autonomía de esa comunidad, el desfile de las tropas de la bandera rojigualda por Las Ramblas y la suspensión en toda España de muchos derechos y libertades. Todo ello, por supuesto, de modo legal, que no estamos en 1936 ni en el 23F. Con el aval de sus correligionarios del Constitucional, el Supremo, el Senado o cualquier otra Autoridad Competente.

Eppur si muove… Desde su predisposición a facilitar un Gobierno progresista en España hasta su negativa a montar una escandalera por la inhabilitación de Torra, Junqueras, Gabriel Rufian y Esquerra Republicana llevan meses enviando señales de renuncia a la vía unilateral para conseguir la independencia catalana. Una renuncia, por supuesto, temporal, provisional, condicional, replanteable. Esperar lo contrario es de imbéciles. ¿Por qué iban a renunciar de un plumazo a sus ideales?

Esta evolución de ERC conforta a la gente de Unidas Podemos, que lleva tres o cuatro años defendiendo la tercera vía, la del diálogo y la negociación, y que por ello ha recibido, y recibe, hostias a mansalva, y quizá también a gran parte del PSC. Pero el conjunto del PSOE aún no ha construido un relato que cuente a esa mayoría de españoles que no desea más líos que también en este asunto se abre un período nuevo y de posibilidades sugerentes. Un relato optimista a la americana, como lo harían Roosevelt, Kennedy y Obama.

Me irritan esos políticos y periodistas de centroizquierda eternamente achantados por el griterío ultra. Los que aceptan la agenda, el temario, el formato, el lenguaje y lo que sea menester de los amos del casino político y mediático nacional, sin darse cuenta de que ese mero hecho ya les pone a la defensiva y les convierte en perdedores. Son los que ahora no saben dónde esconderse para no tener que apoyar una reforma de los artículos del Código Penal relativos a la sedición y la rebelión.

Creo que no había ninguna necesidad de poner este asunto sobre la mesa del modo y en el momento en que lo hizo Pedro Sánchez, pero de sus notorias torpezas de comunicación ya hablaremos otro día. Lo cierto es que, una vez traído a colación, nadie, excepto los portavoces gubernamentales de oficio, ha salido en el campo socialista a proclamar alto y claro que la sedición y la rebelión tienen redacciones y castigos anacrónicos en el Código Penal. Y que también en otros muchos asuntos este Código está lleno de despropósitos autoritarios, así que sería bueno ponerlo al día.

Fue significativo que el único socialista que salió a comentar la jugada lo hizo por la derecha. “Con el Código Penal no se mercadea”, dijo García-Page, aspirante a sustituir a Susana Díaz en el corazón del Abc y El Mundo. Pues bien, le admito la observación al señor García-Page. No se mercadea con el Código Penal, en efecto; pero, si se es socialista, tampoco se compadrea con la ultraderecha, ni se contribuye a la construcción de su argumentario golpista.

Es muy probable que Sánchez se haya planteado una posible reforma del Código Penal no tanto por convicción moral y política, sino porque puede favorecer sus negociaciones con Esquerra Republicana. Y dicen que esta reforma podría acortar las condenas de Junqueras y los demás presos del procés. ¡Pues miel sobre hojuelas! Junqueras y compañía no deberían pasar mucho más tiempo entre rejas. Me parece triste que en la España actual haya que explicar lo que debería resultar obvio para cualquiera con unos mínimos de sensibilidad democrática y decencia moral. Los del procés no protagonizaron ninguna rebelión violenta, no se alzaron en armas, no secuestraron, hirieron o mataron a nadie. Los del procés intentaron aplicar sus ideas políticas de un modo tan abusivo como torpe. Abusivo porque en Cataluña no tenían a su favor la amplísima mayoría política y social necesaria para algo tan grande como es la independencia. Y torpe porque no tuvieron en cuenta que la correlación de fuerzas nacional e internacional les resultaba terriblemente desfavorable.

Probablemente cometieron algunos delitos: desobediencia, desacato, malversación… Cuestión de un período de inhabilitación y, si me apuran, de una condena a cárcel razonable. Uno, dos, tres años. No más. Pero ni el juez instructor Llarena ni el Tribunal Supremo son modelos universales de probidad e independencia. A los del procés no les aplicaron justicia, sino venganza. No es de extrañar que en Europa rechacen sus actuaciones porque apestan a autoritarismo revanchista.

Pedro Sánchez, el PSOE, Unidas Podemos y el conjunto del Gobierno progresista deben defender sus buenas causas sociales, fiscales y territoriales, las que van por el camino de la libertad, la igualdad y la fraternidad, porque son buenas y sin el menor complejo. Este Gobierno no necesita recibir un certificado de buena conducta de la ultraderecha, la patronal y el episcopado, no necesita que le den palmaditas en la cabeza como a un chucho manso, bueno y obediente. Su legitimidad es superior a la de cualquiera de las otras instituciones del Estado: procede de los millones de ciudadanos españoles que votaron a los partidos que los apoyan.

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