En Transición

No por más votar habrá mejor democracia

En las reivindicaciones de más y mejor democracia a menudo se plantea el referéndum como la quinta esencia de la soberanía popular, haciendo de las urnas el símbolo de la participación por excelencia. Sin embargo, siendo cierto que la idea de democracia va unida a la de manifestación de las preferencias –generalmente expresada por medio del voto en sociedades de ciertas dimensiones–, quedarse en la reivindicación del referéndum denota poca ambición democrática y a menudo esconde la incapacidad de los líderes para gestionar situaciones complejas.

En este artículo Lluis Basset, citando al intelectual francés Pierre Rosanvallon, enumera los "ángulos muertos" de los referéndums. Para el historiador y director de la escuela de altos estudios sociales francesa, estas consultas disuelven la noción de responsabilidad política, confunden el corto y el largo plazo, olvidan la deliberación democrática para dar paso a un juego de propaganda y sacralizan el principio mayoritario hasta convertir la decisión en irreversible. Estos cuatro efectos perversos podemos verlos estos días en el Brexit pero se pueden aplicar a otros muchos debates, Cataluña incluida.Brexit

Se olvida a menudo que un referéndum nunca soluciona un problema. Muestra una foto fija, desvela la opinión y, si sabe leerse, incluso el sentir de una sociedad, todo ello mediante una expresión aritmética supuestamente clarificadora. Pero no resuelve los conflictos. A lo sumo, tomado de forma aislada, puede extremar las posiciones y exacerbar la polarización. Esto no quiere decir que las consultas al electorado deban descartarse, pero es imprescindible profundizar para entender qué son y qué no, y sobre todo, qué necesitan para desplegar todo su potencial democrático.

La democracia entendida de forma ambiciosa y radical no se conforma con el ejercicio del derecho a voto por mucho que éste se ejerza con frecuencia. Tiene forzosamente que ir mucho más allá y extender la deliberación y la participación del conjunto de la ciudadanía a todas las esferas de lo público, en todo momento y lugar. Se trata de crear dinámicas democráticas en el día a día de las instituciones, pero también en las empresas, en el tejido social, en las escuelas y universidades, en los medios de comunicación, etc. En definitiva, se trata de crear sociedades democráticas para conseguir políticas democráticas.

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Así y todo, en ocasiones, cuando se quiere conocer la opinión social o cuando se quiere ratificar o rechazar un acuerdo, el referéndum puede ser un buen instrumento, pero deberá cumplir varios requisitos. Además de formular la pregunta de forma clara, inequívoca y sin incitar a una respuesta en concreto, una convocatoria de este tipo debe ir precedida de un proceso de formación, información y deliberación donde el conjunto de la sociedad comprenda la cuestión planteada, en el que pueda conocer y contrastar posiciones diferentes de quienes conocen a fondo el tema, y en el que se muestren a las claras las consecuencias de optar por una u otra opción. De ahí la importancia –una vez más– de los medios de comunicación como mecanismos clave para la democracia, puesto que son ellos –y en buena medida lo siguen siendo pese a las redes sociales– los encargados de transmitir y dinamizar una parte importante de ese proceso.

Finalmente, el porcentaje exigido para tomar una u otra decisión deberá ser proporcional a las consecuencias de la misma. Pensar que la decisión del Brexit se haya tomado por apenas cuatro puntos de diferencia entre los partidarios de abandonar la Unión Europea y los de permanecer en ella es pedirle muy poco a la democracia. Como sería poco consistente pensar que el futuro de la relación de Cataluña con España pueda decidirse por un un 51%, en uno u otro sentido. En ambos casos, la división de las sociedades en dos mitades casi idénticas hubiera obligado, desde un punto de vista de responsabilidad política y de radicalidad democrática, a gestionar la división en aras del interés general, que no es otro que la convivencia. Es decir, una lectura diferente del referéndum del Brexit bien podría haber aludido a la enorme división social para articular un proceso de negociación social y política que pudiera identificar una solución mejor trascendiendo al binario sí – no; BrexitRemain.

En momentos de desafección democrática donde la política es vista como un problema y no como una solución, la mejora de la calidad democrática es el muro de contención frente a opciones populistas que se nutren del desapego. En España, por mucho que el CIS haya disimulado el resultado desagregando las preguntas, la preocupación y el rechazo a la política ha batido récords, y lo que es peor, los bate casi cada vez que se hace una nueva encuesta. Si extendemos la mirada al resto del planeta, lo que vemos no es más alentador. Según un reciente estudio de la Universidad de Cambridge, el 57% de los ciudadanos de 154 países, entre ellos España, afirman que están "insatisfechos" con la democracia, obteniendo la tasa más alta desde que dicha universidad empezó a realizar este informe hace 40 años.

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