¡A la escucha!

No hay frontera ni muro que lo pueda impedir

Elegir quién entra en tu país, para qué entra y cómo entra. Enviar el mensaje de que más allá de tus fronteras sólo te interesa lo que, en tu opinión, te puede aportar valor. Entendiendo el valor o, enmarcando el valor, en unos parámetros muy concretos, basados únicamente en determinadas capacidades laborales. Sólo quiero gente que hable inglés, que tenga ofertas laborales superiores a los 30.000 euros, de determinados perfiles, vamos, lo que yo considero mano de obra cualificada. Abstenerse el resto.

El mensaje es de Boris Johnson y de su nuevo gobierno. Es lo que van a pedir o exigir una vez estén efectivamente fuera de la Unión Europea. Un mensaje, que con más o menos precisión o con más o menos claridad, se repite en otras partes del mundo. No se trata ya de qué criterios vas a adoptar para dar visados, se trata de qué tipo de sociedad quieres construir en los próximos 20 o 30 años. ¿Una sociedad altamente cualificada pero atrofiada culturalmente? ¿Una sociedad amputada porque sólo ofrece una parte ínfima de lo que es el mundo? Y lo peor, ¿qué pasa con aquellos que no han tenido las mismas oportunidades de formarse, pero tienen las mismas ganas o más que el resto para aprender, crecer, mejorar, aportar su talento? Porque no olvidemos que el talento no es una cuestión innata, el talento se educa también, da igual cuándo o dónde.

El mensaje lo repitió Trump durante su campaña: su famoso muro era el mismo mensaje de Johnson, menos sofisticado, menos trabajado sí, pero igual de contundente. Y ese mensaje le sirvió, para pasmo de muchos, para ganar las elecciones. Sorprendió que incluso migrantes latinoamericanos aplaudían la medida: fuera la gente que viene de otro país sin nada que ofrecer, buscando sólo huir de una vida mísera o en peligro. Este país sólo quiere gente que aporte. ¿Y qué se supone que no aportan los que se quedan fuera?

¿Regalo? ¿Donación?

Estos días he leído mucho sobre el valor y el peligro de las palabras, sobre lo arriesgado que es normalizar determinados términos, asimilarlos e incorporarlos a nuestro discurso. Cada palabra tiene un poderoso mensaje y, hablar de gente no cualificada, es sumamente peligroso. Si me apuran, clasificar a la gente en función de su perfil laboral, considerarlos aptos o no aptos para entrar en un país y que puedan vivir, es poner la semilla de un odio que, cuidado, acaba germinando.

Angela Merkel lo subrayaba el otro día tras el atentado en Hanaun. El terrorista, un extremista nazi, había bebido del discurso del odio y del racismo de la extrema derecha. Era un supremacista blanco que dejó una nota escrita explicando sus razones: una retahíla de desquiciantes argumentos en los que se atacaba la supuesta islamización de Alemania y Europa. Merkel quiso salir ante la prensa y alertar del peligro de este tipo de ideología, alimentada por la extrema derecha, y del peligro de la normalización de este tipo de discursos que proclaman la extrema derecha. Esto es veneno, dijo. Un veneno que cala, lo estamos viendo.

Creo que afrontar el tema de las migraciones desde un punto de vista constructivo es fundamental para evitar discursos xenófobos. Llevamos siglos moviéndonos de un sitio a otro, somos nómadas y no hay frontera ni muro ni ley que impida a una persona buscar un futuro mejor si su vida, su integridad, su dignidad, está en peligro.

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