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Desde la tramoya

14 factores del miedo

Sabemos que la probabilidad de adquirir la enfermedad en este momento es infinitesimal. Y sabemos también que, aunque cayéramos enfermos, la probabilidad de morir por el nuevo coronavirus es menor del uno por ciento.

Sin embargo, mucha gente tiene miedo

¿Por qué sucede así? ¿Qué es lo que hace que nuestra sensación de riesgo aumente en comparación con la que sentimos con otras actividades mucho más peligrosas?

La psicología de la percepción del riesgo, toda una subdisciplina de larga tradición académica, detecta no menos de 14 factores específicos que incrementan o reducen nuestro grado de temor. Estos son los que cita el experto David Ropeik:

La confianza. Nos fiamos de las autoridades que nos inspiran seguridad. En España tenemos un Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias impecable, y un extraordinario responsable a su cabeza, llamado Fernando Simón, al que ya conocimos cuando asumió la portavocía a propósito del ébola. 

El origen. Sentimos más miedo por los riesgos que proceden de las acciones de otros. Nuestra sensación de peligro aumenta cuando el que mira el móvil al conducir es otro. Si somos nosotros, no nos parece para tanto. 

El control. El riesgo de contraer enfermedades por fumar es mucho mayor que por salir a la calle y arriesgarse a que te tosa encima alguien que tiene coronavirus. Pero en el primer caso, el riesgo lo controlamos nosotros y en el segundo, no. 

La naturaleza. Los riesgos adquiridos por acción natural, como la exposición al sol, o los terremotos o los ciclones, son percibidos en general como inevitables y, por tanto, también de manera más benévola. Los riesgos provocados por la acción de los seres humanos, como los ataques terroristas o los accidentes nucleares, producen en proporción un mayor temor. Si supiéramos que el coronavirus ha sido puesto en circulación por una organización terrorista, nuestro pánico aumentaría.

El alcance. Los sucesos que atacan de manera masiva generan mucho más miedo que aquellos con igual impacto numérico pero que se desenvuelven de manera progresiva. Por eso es tan importante para nosotros saber el número de casos de cada área del planeta. Y por eso nos da mucho más miedo un tsunami que una gripe, o un accidente de avión que cientos de accidentes de coche.

La familiaridad. La cobertura mundial que está teniendo la enfermedad incrementa nuestro temor, del mismo modo que lo hace saber que a nuestro vecino le han diagnosticado cáncer. 

La imaginación. Los riesgos concretos, tangibles, atemorizan menos que aquellos que son invisibles o difíciles de comprender. Por eso el coronavirus provoca menos pánico que, por ejemplo, pasear por las zonas contaminadas de Chernobil.

El pavor. Si mañana descubriéramos un nuevo virus que provoca que se te caiga la piel a trozos dejando los músculos ensangrentados al aire, la sensación de riesgo sería mucho mayor que la que tenemos con este otro coronavirus, cuyos síntomas tanto se parecen a los de la gripe común.

La edad. Nos preocupan más los eventos que afectan a los niños que los que atacan a nuestros mayores.  Nos tranquiliza saber que el coronavirus es letal prácticamente solo entre los mayores. 

La incertidumbre. No saber qué ocurre genera más sensación de riesgo. Por eso es tan de agradecer el trabajo de nuestras autoridades informando al minuto de lo que está ocurriendo.

La novedad. Este virus nos da más miedo porque es nuevo. Por eso no importa demasiado que nos digan que la gripe común mata a mucha más gente. 

Lo específico. El hecho de conocer algunas historias concretas con nombres y apellidos –el alemán de Canarias, los clientes del prostíbulo...– suscita más temor que un porcentaje o un concepto abstracto. En frase que se atribuye a Stalin, “un hombre muerto es una tragedia; un millón de hombres muertos es una estadística.”

El impacto personal. Naturalmente nuestro miedo aumenta en proporción a la reducción de la distancia del riesgo. Hasta hace poco esto nos parecía un problema asiático, pero ahora ya lo tenemos aquí cerca. 

La diversión. No nos parece que corramos tanto peligro cuando practicamos deportes de riesgo, mantenemos relaciones sexuales o consumimos drogas. Pero eso de enfermar gratuitamente nos gusta mucho menos. 

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