¡A la escucha!

Caprichosa vida

Hay momentos en los que me obligo a parar y a congelar la imagen. Guardarla como un tesoro en mi retina, en mi memoria, para tirar de ella más adelante. Recuerdos que tejen la vida con pequeños momentos, con una sonrisa, con una mirada, con un moflete. Intentando tirar de freno y lograr que la vida, que va demasiado deprisa en esta segunda etapa vital, baje de velocidad. Que no se me pasen los días y los años sin enterarme. Jugando a ser más rápida que ella y a ponerle paradas de stop y ceda el paso para que me dé tiempo a disfrutar de todo y de todos.

El otro día leía a una madre reflexionar sobre las diferentes maternidades que vivimos con nuestros hijos. Cuando nacen te sientes como un zombie. Apenas duermes, apenas comes, apenas descansas. La baja maternal es un mini respiro en una rutina que, ingenua de ti, crees que durará toda la vida. Y no. Como todo, pasa, y pasa más rápido de lo que quisieras. En ese momento eres incapaz de creértelo, pero es una etapa que echarás de menos mucho después. Sí, echarás de menos su olor, sus risas contagiosas, su lenguaje inventado, su forma de andar torpona porque los pañales no dan más de sí. Luego llega otra, en la que intentas ser algo más que su suministradora de comida y cuidados. Intentas que esa personita aprenda a relacionarse con los demás, aprenda a compartir, a respetar, a escuchar. Aprenda a que el mundo es mucho más que SU mundo. Y la vida, que es así, te enseña que quien sigue aprendiendo no son ellos, eres tú. Que has olvidado muchas cosas en tu camino y una frase, una pregunta inocente, “Mami, ¿por qué esa persona está en la calle sentada?”, te hace de nuevo levantar la mirada y descubrir que has puesto demasiados muros en tu camino, que has dejado de mirar como lo hacías antes, que necesitas de nuevo redescubrir dónde estás y qué pasa alrededor de ti.

¿Regalo? ¿Donación?

Una etapa que, de nuevo, crees que durará eternamente, que ésa será la vida que te espera los próximos 20 años. Y no, pasa. Y vuelve a pasar demasiado rápido. Y de repente, cuando tú todavía estás saboreando el final de tu etapa universitaria, cuando todavía te sientes casi como una becaria aprendiendo tu profesión, creciendo profesionalmente, te das cuenta de que tu hija está a punto de empezarla. No sabes en qué momento has pasado tú de estar en esos pasillos de la facultad a que sea ella la que esté a punto de empezar una etapa maravillosa.

Leía hace unos días que los padres vivimos estos cambios casi como pequeños duelos. Que aprender a verlos y mirarlos como casi adultos es todo un proceso de despedida de esos niños que hace nada se colaban en tu cama por la noche y te agarraban de la mano porque tenían miedo. Afortunadamente para mí, todavía me queda un retazo de eso, todavía hay un pequeño que me pasa en altura, sí, pero que sigue colándose en nuestro cuarto cuando se siente intranquilo. Que duerme pegado a ti, y que por la mañana sigue teniendo unos mofletes estupendos de los que me puedo servir sin pedir permiso. Pero soy consciente de que me quedan minutos de esta etapa, de que tendré que empezar a despedirme de esa personita y que en nada se convertirá en otro hijo, con otra voz y, lo que más pena me da, con sus mofletes poblados de pelos.

Hay días en los que me permito parar y pensar en esto, sí. Porque al fin y al cabo, la vida es caprichosa, preciosa y tramposa, y te hace olvidar que el tiempo se escapa demasiado rápido.

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