En Transición

De cómo la derecha radical se está haciendo con el espacio conservador

El nombramiento desde Génova de Carlos Iturgaiz como candidato a lehendakari ha generado un terremoto político en el Partido Popular, sobre todo en el Partido Popular del País Vasco. La atención se ha fijado en la renuncia dolida de Alfonso Alonso, en las formas en que el nombramiento se ha producido, y en las consecuencias que puede tener en el futuro devenir del PP en España. Si, como es previsible, dicha marca sale derrotada en Euskadi y airosa en Galicia, Casado verá cómo su estrategia fracasa y deberá prepararse para gestionar los vientos de una caja de Pandora que no acabó de cerrarse tras la última cita electoral.

Siendo esto preocupante para el conjunto de la derecha, y por tanto para el conjunto del país, lo es mucho más la alegría con la que Iturgaiz ha manifestado su deseo de tejer alianzas con la extrema derecha. El candidato se mostró entusiasta del pacto con Vox, a cuyo presidente, Santiago Abascal, calificó como "una persona maravillosa", con la que hacer frente a lo que denominó el "Gobierno fasciocomunista". Llegó a asegurar, incluso, que si esta formación y los conservadores no están juntos es porque los otros "no quieren".

La velocidad con la que la derecha política está normalizando a Vox es digna de momentos de turbocapitalismo como el que vivimos. De ahí que cobren fuerza debates sobre cómo se debe tratar a la extrema derecha en los medios de comunicación, como refleja Angel Munárriz en este artículo, o cómo combatir los discursos autoritarios y excluyentes desde la sociedad civil. Existen numerosos estudios, análisis y reflexiones que ayudan a entender el fenómeno y a encontrar formas de afrontarlo. Entre otras cosas, porque quizá eso que llamamos la nueva extrema derecha presenta rasgos que son nuevos y otros que, en realidad, apenas lo son.

Acaba de ver la luz Rasgos del nuevo radicalismo de derecha (Taurus), que recoge la conferencia que, con el mismo nombre, fue pronunciada por Theodor W. Adorno el 6 de abril de 1967 por invitación de la Asociación de Estudiantes Socialistas de Austria en el Neues Institutsgebäude de la Universidad de Viena. El filósofo trató de explicar al auditorio el ascenso en la República Federal de Alemania del Nationaldemokratische Partei Deutschland, fundado en 1964, que alcanzó una significativa popularidad como movimiento de confluencia del bando derechista. Hasta 1968 llegó a entrar en siete parlamentos regionales. Sin intención de establecer paralelismos excesivos que obviarían la distancia de los contextos políticos, sociales y económicos, merece la pena fijarse en alguno de los rasgos que Adorno destaca y que hoy se pueden reconocer sin esfuerzo alguno en esas extremas derechas supuestamente nuevas.

Empezando por las causas, Adorno advierte que el potencial del radicalismo de derecha sigue vigente porque lo están las condiciones sociales que determinan el fascismo, siendo la fundamental, para el pensador, la concentración del capital. Quizá hoy lo más acertado sería hablar de desigualdad y de las notables brechas que la gestión de la Gran Recesión ha dejado en las sociedades occidentales, pero ello no deja de ser sino la consecuencia de esa tendencia capitalista a la acumulación insaciable. Sin entender esto, no será posible articular estrategias exitosas.

Otra similitud entre la derecha radical de la que habla Adorno y la que hoy renace se establece en torno a nacionalismos excluyentes, que tienen el acierto de servir de bandera protectora a quienes se sienten amenazados por todo lo que viene de fuera. En aquel entonces Adorno explicaba que el éxito de los discursos autoritarios en el sector agrario estaba relacionado con “el miedo a la Comunidad Económica Europea y a las consecuencias que ella entraña para el mercado agrícola”. Los datos no dicen que la nueva extrema derecha en Europa esté especialmente arraigada en ese sector, pero sí se observan discursos que expresan el temor ante un mundo cambiante e inseguro, que los radicales de derecha saben aprovechar con habilidad, conocedores de que, a menudo, quienes se sienten agraviados y desprotegidos “no echan la culpa de su miseria a todo el aparato que la provoca, sino a quienes adoptan una posición crítica frente al sistema en el que en otro tiempo (…) poseían un determinado estatus”. En ese contexto es fácil encontrar enemigos comunes. Si en la Alemania de los 60 eran comunistas, intelectuales o judíos, hoy vemos al candidato a lehendakari por el PP calificar al gobierno de coalición PSOE–UP de “fasciocomunista”. Todo con el objetivo, ayer como hoy, de generar una sensación de catástrofe social. De ahí que no sea extraño que, estudio tras estudio, quienes se muestran más pesimistas con el presente y el futuro de la evolución política y económica sean los votantes de las opciones más a la derecha.

Se encuentran también coincidencias en las formas de operar. Llama poderosamente la atención que ya en los años 60 se constatara que “lo característico de estos movimientos es más bien una extraordinaria perfección de los medios, y concretamente en primer lugar los medios propagandísticos en el sentido más amplio, combinada con una ceguera, con una oscuridad impenetrable de los fines que persiguen”. Adorno lo deja claro: “Si los medios vienen a sustituir en una medida cada vez mayor a los fines, puede decirse que en los movimientos de extrema derecha la propaganda constituye de por sí la sustancia misma de la política”. ¿Y no es eso acaso de lo que hoy se han teñido las redes sociales, uno de los principales canales de expansión de la actual derecha radical?

Los rasgos que describe Adorno similares a lo que podemos ver hoy abundan –la invocación a “la verdadera democracia” tachando al resto de antidemocráticos, la monopolización de la patria como si fuera sólo suya, la acusación al resto de despreciar los símbolos nacionales, etc.–, pero lo que puede resultar hoy más útil es hacer frente a la derecha radical fortaleciendo al mismo tiempo las bases democráticas.

Lo que nos perturba y lo que nos jugamos

De entre las distintas propuestas que lanzan los expertos, una está adquiriendo cada vez un consenso más transversal. Coincide también con lo que Adorno plantea en su conferencia: “Creo que la táctica del ¡Chitón!, esto es, la táctica de guardar absoluto silencio sobre estos asuntos, no ha dado nunca buenos resultados”. Efectivamente, ignorar el fenómeno no va a hacerlo desaparecer ni a atenuarlo. Buscará espacios propios de expresión y encontrará en las redes sociales su mejor acomodo.

Además de eso, evitar que impongan su agenda, renunciar a combatir en el campo emocional, no dar mayor cobertura de la debida ni magnificar sus mensajes, evitar la confrontación para no generar más eco, renunciar a cualquier hecho que los convierta en outsiders, etc., son algunas de las opciones, pero el filósofo alemán propone otra en la que conviene reparar: “No hay que moralizar, sino apelar a los intereses reales de la gente”. Es decir, advertir a los potenciales seguidores del radicalismo de derecha de cuáles son las consecuencias que puede tener para ellos y para sus intereses, mostrándoles que les lleva, a ellos también, a la debacle.

La derecha democrática debería ser la primera interesada en ensayar esta y otras propuestas para evitar su propio desgaste electoral. En diferenciarse de la derecha radical, desenmascarar aparentes soluciones que no son tales, y ofrecer las suyas propias. Sin embargo, día a día se comprueba cómo en el Partido Popular se impone la tesis de hacer seguidismo a Vox, peleando en el mismo espacio electoral, con la desventaja de que la novedad, los distintos y los outsiders que hoy cotizan al alza, son otros. Si el 5 de abril, tras abrir las urnas en Galicia y el País Vasco, se constata el fracaso, ¿se replanteará el PP su estrategia?

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