Qué ven mis ojos

España es Kafka con peineta y un clavel rojo en la boca

“Hay quien ya es el más rico del cementerio mientras aún está vivo”

Dice el editor Jaime Salinas, en una de sus cartas recién publicadas, que “España es Kafka con peineta y un clavel rojo en la boca”, y visto así, qué quieren que les diga, a mí sí que me preocupa el coronavirus, su expansión por nuestro país y la estrategia que se siga para intentar frenarlo, porque mientras la Organización Mundial de la Salud afirma que la única manera de pararle los pies es repetir lo que se ha hecho en China, es decir, aislar poblaciones enteras, dedicar hospitales íntegramente a su tratamiento, aquí se nos dice que nada, que hagamos vida normal y que no seamos conspiranoicos, una palabra que no existe pero que se usa tanto que va de cabeza al próximo diccionario de la Real Academia Española.

Sin embargo, los casos mientras escribo esta columna ya pasan de los ciento veinte, en Europa ya se sube el grado de riesgo de moderado a alto y en el mundo ya se han superado las tres mil muertes. Hay quien dice que eso lo hace la gripe todos los años, pero al mismo tiempo en Japón han cerrado las escuelas y aquí el ministerio estudia suspender las clases y recomendar el teletrabajo en Torrejón o en Vitoria y la Organización Médica Colegial aconseja no acudir a reuniones científicas a las y los doctores que hayan estado en contacto con pacientes afectados por el virus. Suena a la misma canción con otra letra y a una película que va a acabar como siempre: mal para los más débiles.

Lo digo porque en algunos medios ya se habla de algún medicamento que suele usarse para combatir el sida y que al parecer podría ser útil contra el Covid-19, que es el nuevo nombre del diablo. Poniéndose en lo peor, ¿aparecerá una pastilla infalible a un precio que de momento sólo puedan asumir los más ricos, que sólo tras una larga negociación de la industria farmacéutica con los diferentes gobiernos llegará a distribuirse a gran escala y que, por lo tanto, en esta historia ocurrirá como en las demás, que al final la raya en el suelo la marcará lo de siempre, el dinero? Ya se verá.

Los temores, en nuestro caso, no son infundados, si recordamos la lucha feroz que se le ha declarado desde hace tiempo a la sanidad pública, con la que se quiere a toda costa hacer un birlibirloque parecido al de la enseñanza concertada, ese nada por aquí, nada por allá que, en resumen, tiene como objetivo que con el dinero de todos se curen y se instruyan mejor los que más tienen y al resto se los mande a unas aulas y unos quirófanos de segunda clase. Porque mientras el coronavirus acapara los titulares, mucha gente se manifestaba este mismo fin de semana en diversos lugares de España por el cierre de ambulatorios o servicios de urgencias en sus localidades (ver aquí), aunque para encontrar alguna referencia a esas protestas había que mirar los medios de comunicación con lupa.

A la hora de enfrentarse a una amenaza global como la que nos preocupa en estos momentos es evidente que necesitamos un sistema público bien dotado, con suficientes facultativos, enfermeras, ambulancias y todo lo demás, en lugar de plantillas recortadas, hospitales con presupuestos reducidos hasta dejarlos en los huesos, plazas que no se cubren y listas de espera intolerables cuando de lo que hablamos es de la vida de las y los ciudadanos que alimentan el sistema con sus impuestos. Pretender que el ataque a la sanidad pública por parte del neoliberalismo, que ha intentado debilitarla a favor de la privada cada vez que ha tenido ocasión, no debe añadir un punto de preocupación ante la llegada de una pandemia, es como callarse que el maltrato a nuestros agricultores, que también protestan estos días y también lo hacen con razón, no es en gran parte responsable de que exista eso que llamamos la España vaciada. Funciona aquello en lo que se invierte y se derrumba aquello que se abandona. Así de fácil.

Lo que importa no es la economía, es la biología, pero de eso sólo nos damos cuenta cuando ya estamos dentro del hospital. Entonces, al ver lo que somos y qué frágiles somos, el miedo nos abre los ojos y comprendemos que el ministerio más importante, a gran distancia del resto, es el de Sanidad. Igual esto sirve para que quienes no lo sabían ya se hayan dado cuenta. O para que quienes reparten el dinero lo pongan donde siempre, tarde o temprano, va a hacer más falta.

Yo de momento, por si lo de Kafka y el clavel rojo fuera verdad, no me fío.

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