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En Transición

Celebremos los riesgos del feminismo porque son fruto de nuestro éxito

La última crisis de Gobierno en relación a la Ley de libertad sexual la hemos explicado, unas y otros, desde el prisma de las ciencias sociales, que nos dicen que en una coalición de Gobierno muchos de los roces saltarán en aquellos temas que los coaligados sienten y reivindican como propios, y ante los que quieren ser claramente identificados como sus principales valedores. Es sabido que el feminismo es uno de ellos, uno de esos temas que tanto PSOE como UP sienten como suyos, aunque mantengan posiciones tan diferentes como las que expresa el propio movimiento feminista. Se trata de una bandera en disputa, como lo pueden ser también las políticas sociales, laborales y ambientales. Esta explicación, siendo correcta, contrastada y plausible, deja fuera algo que puede ser trascendental: el movimiento feminista no se va a dejar capitalizar por ninguna formación. En primer lugar, porque para llegar a ser lo que es hoy, ha sabido romper el viejo modelo de los movimientos sociales aglutinados en torno a círculos académicos y militantes, para desbordar claramente esos límites y empapar al conjunto de la sociedad, y en segundo, porque lo ha hecho en un clima de claro desprestigio de los partidos políticos y pérdida de confianza en los responsables públicos. Ojo, por tanto, con jugar a estirar de la bandera, no sea que acabe dándole en la cara a quienes pujan por ella.

Como acertaba a escribir Jorge Reverte hace unos días, "…ahora en España sólo se puede ser una persona decente si se es feminista". Las posiciones que las diferentes formaciones políticas han adoptado sobre este 8M dan idea del impacto conseguido. Nadie quiere quedarse fuera: partidos progresistas, partidos conservadores, organizaciones de todo ámbito han decidido unirse a las movilizaciones o crear su propia manifestación de adhesión desde ópticas y discursos distintos, pero ahí están todos. Incluso quienes lo niegan, lo hacen aceptando el marco morado, como muestra la campaña de Vox contra el "feminismo del consenso progre" o la reivindicación de Álvarez de Toledo como "feminista amazónica". Ambos siguen la estela iniciada hace un año por Ciudadanos con esa definición del "feminismo liberal" que avivó el debate sobre qué era y qué no era el feminismo. Hoy nadie quiere renunciar a la palabra feminismo, y eso en sí mismo es un logro del conjunto del movimiento feminista que conviene cuidar, entendiendo que será más eficaz cuanto sea más transversal, y que han pasado los tiempos de sucumbir a las tentaciones de repartir carnets de feministas.

Lo que nos perturba y lo que nos jugamos

La dificultad es que, junto a ese peligro, hay que afrontar otro no menor, y es la necesidad de debatir, rebatir y testar en la realidad si todas las propuestas que se reclaman feministas contribuyen al objetivo irrenunciable de la emancipación de las mujeres, de todas las mujeres. Habiendo conseguido un consenso relativamente claro en cuanto al diagnóstico –la discriminación y violencia que sufren muchas mujeres por el hecho de ser mujeres– la solución y las salidas que unos y otros plantean distan enormemente. No sólo el debate sobre los vientres de alquiler –que algunos llaman gestación subrogada–, los derechos de las personas trans, o la prostitución, muestran que el movimiento feminista es plural y no pocas veces contradictorio. Si se profundiza en las propuestas de índole económica, social, geoestratégica o de cualquier otra especie, también se verán diferencias, porque el feminismo no es una política pública más; es una perspectiva que debe aplicarse al conjunto de las mismas transversalizándolas por completo, tiñéndolas de morado, y el resultado será diferente en función de en qué tipo de tejido –más conservador, más liberal, más progresista…– se aplique. Las propuestas por la igualdad real de hombres y mujeres desde posiciones neoliberales distarán mucho de aquellas que se planteen desde ópticas progresistas. Bienvenido sea al movimiento feminista todo aquél y aquella que así lo sienta, pero queda por delante un gran debate sobre cómo se afronta el desafío de la igualdad en la diferencia. No se trata de decidir quién es y quién no, sino qué propuestas ayudan a la emancipación de las mujeres, todas, diferentes y diversas, y cuáles no, o cuáles se fijan sólo en algunas mujeres y se olvidan de otras muchas. En este artículo que publicaba ayer mismo Sabela Rodríguez en infoLibre se expresa con claridad este marco de debate.

Si estos desafíos de saber gestionar la diversidad ampliando la mirada y al mismo tiempo testando su eficacia entrañan riesgos, no es menor el peligro de dejarse deslizar por la ladera de la pelea interna y la discusión de los matices obviando lo conseguido. La propia existencia de este debate es toda una muestra del éxito. Estamos lejos de la igualdad real de hombres y mujeres, como demuestran constantemente decenas de estudios que aplican el enfoque de género en temas tan variados como la educación, el acceso a puestos ejecutivos, la propiedad de la tierra de mujeres que se dedican a la agricultura y la ganadería, o el acceso a financiación para montar un negocio, por citar solo unos cuantos. Pero sería un error que la reivindicación de lo que queda pendiente anulara el orgullo por lo conseguido. Una parte de la izquierda política y social está tan imbuida en señalar el matiz interno y lo que falta por conseguir que se olvida de celebrar lo logrado, y en tiempos de populismo esto puede llevar a la desesperanza y por tanto, a la desmovilización.

El movimiento feminista afronta hoy, al menos, estos riesgos, con el desastre que implicaría fracasar: los intentos de capitalización excluyente por parte de formaciones políticas, el rechazo a la transversalidad repartiendo carnets de feministas, renunciar a un debate plural sobre las vías de solución confrontándolas con los hechos, y obviar lo conseguido para resaltar lo que queda pendiente. Todos ellos son complejos, pero no existirían si el 8 de Marzo no hubiera desbordado todos los límites hasta convertirse en una ola democratizadora. Celebremos los riesgos, porque son fruto de nuestro éxito.

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