Qué ven mis ojos

Ahora que ya sabemos lo que vale un abrazo

“El miedo es libre, pero no se le puede enjaular

Lo peor en los estados de alarma es el propio alarmismo, que es el que satura los ambulatorios y vacía los supermercados; pero es difícil luchar contra él cuando los datos de una pandemia como la que sufrimos dejan claro que a día de hoy estamos en el centro del huracán del virus. Esta historia la habíamos visto en mil y una películas de ciencia ficción, pero éramos los espectadores y ahora somos los protagonistas. La angustia está en todas las casas y en cada una de ellas hay una razón para ello: una persona mayor con problemas respiratorios, un miembro de la familia que tiene que salir a trabajar sin remedio o alguien que ya sufría alguna enfermedad que hoy le añade un factor de riesgo. El miedo es libre y somos sus prisioneros.

Unidos venceremos, dijo a modo de eslogan el presidente del Gobierno, y nadie puede quitarle la razón en eso. La paradoja es que en este caso la mejor forma de estar unidos es estar separados, guardar las distancias para irle recortando espacio al coronavirus. Tal vez porque sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuanto truena, este drama podría encerrar varias lecciones, aunque el precio que tengamos que pagar por aprenderlas sea tan alto. La primera, que no podemos ser tan prepotentes y olvidar lo frágiles que somos, porque no hay ejército ni bomba en el mundo que pueda derrotar esta plaga, que no será vencida en las trincheras sino en los laboratorios y por gente que en lugar de un uniforme llevará una bata blanca.

La segunda lección es que tarde o temprano el ministerio más importante de cualquier país democrático es el de Sanidad, una idea de la que hace unos meses se habrían reído muchos y de la que hoy no se va a reír nadie. No se pueden cerrar hospitales ni quitar camas de los que siguen abiertos, ni reducir sus plantillas. Si de una cosa puede estar orgullosa España es de su Seguridad Social y quien la ataca carcome una de las bases de nuestro sistema. En China le han parado los pies a este capítulo terrible de nuestra historia que más bien parece una página de La peste, de Albert Camus, entre otras cosas construyendo un hospital con mil camas en diez días. China es una dictadura y una potencia mundial, en una cosa la ganamos y en la otra no podemos competir, pero también es cierto que en Madrid hay sanatorios abandonados como el Puerta de Hierro original, que sería tan útil en esta crisis, y se han cerrado 2.966 camas en la región, camas que equivalen a tres hospitales como el de Wuhan. Ojalá que esa clínica pública y otras vuelvan a abrir sus puertas. Ojalá que los políticos de toda condición e ideología esta vez sí que lo hayan entendido.

Esta España herida y unida

La tercera lección es que la naturaleza siempre termina vengándose de quien la maltrata, y nosotros lo hacemos. Aún hay quien cuestiona los daños de la contaminación y el deterioro que el planeta sufre cada minuto a causa del cambio climático. Aún hay quienes le ponen trabas a las energías renovables y siguen apoyando las que envenenan el aire que nos da pánico respirar justo cuando es más puro que nunca, con las ciudades libres de coches.

La cuarta lección es una pregunta: ¿No hay en esta tragedia una venganza de los humildes contra el soberbio occidente del neoliberalismo? Porque los contagios se propagan más que en ninguna parte en las naciones que forman la élite económica del mundo. Dicen que el sida lo propagaron quienes comían monos y dicen que el Covid-19 lo ha traído el consumo de un mamífero cubierto de escamas llamado pangolín. En cualquier caso, parece innegable que el origen de la epidemia está en el consumo sin control de animales salvajes que habitan en Asia. La fábula de la mariposa ha vuelto a ser verdad, un movimiento de sus alas puede dar lugar a un cataclismo en el otro extremo del mundo.

La última lección, y quizá la más importante, es que de uno en uno somos poca cosa, que el único modo de enfrentarse a retos más grandes que nosotros es estar juntos, apuntalarnos unas personas a otras, sentirse parte de una raza colectiva en la que todos dependemos de todos y darse cuenta de que la única manera decente de avanzar es ayudando a levantarse a quien ha caído y esperar a quienes se quedan atrás para cruzar a la vez la meta. El respeto, la empatía, el amor, esos son los valores que nos deben identificar, no la fuerza o el poder. Las otras especies también muerden, golpean y arañan. Lo que nos hace superiores es que nosotros sabemos besar. Ellas, sin embargo, suelen proteger a los suyos y ser leales con quienes las tratan bien. Nosotros, muchas veces, no. Igual nos damos cuenta ahora que hemos descubierto lo que se echa de menos un abrazo o un apretón de manos.

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