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Diario de una confinada

Querido diario, hoy "no tengo el día"

Esto no me ocurre únicamente en tiempos de confinamiento, desde que tengo conciencia de mirarme por dentro, he vivido en libertad otros de esta categoría. Recuerdo no haber tenido el día en el colegio, en el instituto, en la universidad, en la radio, en la tele… creo que incluso en vacaciones, he tenido días de esos que no se tienen.

En un viaje maravilloso a Escocia, por ejemplo, uno de esos marcado en verde en mi calendario emocional –me resulta imposible recordar Escocia en otro color–, hubo un día en el que no tuve el día.

Fue cuando visitamos Ullapool, un pueblo todavía delicioso en las Highlands, aunque antes fuera de pescadores y ahora turístico… Desde allí puedes tomar el ferry hacia el puerto de Stornoway, la capital de las bellísimas islas Hébridas. Aquel día en Ullapool brillaba un sol desvergonzado, sin una sola nube, era el primer cielo con desnudo integral que habíamos contemplado desde nuestra llegada.

Aquel verano, 2003, muchos de ustedes lo recordarán por la tremenda ola de calor que asfixió a Europa y que en Francia causó 1435 muertos. En Escocia no fue para tanto, en realidad todos los días hacía fresco para más que una rebequita, pero para los habitantes de las Highlands, acostumbrados a otras temperaturas, aquel verano había grados de sobra para bañarse en lagos que se adivinaban gélidos desde la ventanilla del coche… y a pesar de ello, algunos young scottish men se lanzaban al agua en calzoncillos, máxima expresión de la felicidad improvisada.

Cuando llegamos a Ullapool, un montón de gente abarrotaba las terrazas de risas y de alegre falta de respeto a la distancia social. Nos acercamos a la barra de uno de los bares y pedimos “unas gambitas y una cervecita”, prueba inequívoca de que llevamos en el ADN el hábito del “aperitivito” ibérico al sol, nunca un diminutivo supo tan rico... Y pido perdón por el patrioterismo cuñadil que solté al probar el contenido rosa de esos vasos de cartón que nos sirvieron junto a unos sobres de salsa. “Esto no sabe a nada, si prueban las gambas de Huelva cortocircuitan…” entonces entendí que regalaran mayonesa.

A pesar de las no gambas, aquello de estar disfrutando de un día soleado y libre de preocupaciones, en un lugar encantador, con mis mayores lejos pero sanos y junto a las personas que más quiero a mi lado, debería haber sido suficiente para que yo estuviera aplaudiendo entre lágrimas, dándole gracias a la vida, pero… no tenía el día.

Puede que la razón de no tener el día residiera en que me había recogido el pelo en un moño demasiado tirante para luchar contra el influjo de la humedad escocesa en mi melena rizada, que me mimetizaba con las ovejas de Nort Ronaldsay; puede que hubiera amanecido con una de mis migrañas, tan frecuentes en aquellos años; puede que hubiera soñado algo desagradable la noche anterior o puede, simplemente, que tuviera la falsa sensación de que el tiempo feliz es inagotable y por eso me gasté un día luminoso sin prestar atención, con la misma desidia con la que antes nos lavábamos las manos.

El confinamiento deja un importante espacio de disco duro libre en nuestro cerebro para el miedo, para la angustia, pero también para la reflexión y el recuerdo. Son días para aprender, para mirarnos por dentro, días para ser conscientes de que ahora lo daríamos todo por pasear por el camino más feo de nuestro pueblo, por bajar las escaleras del metro de nuestra ciudad estresante para ir a algún lugar, por tirarnos al agua, aunque estuviera helada, como máxima expresión de la felicidad improvisada.

Querido diario, hoy dejo aquí una canción de un grandísimo escocés, pero esta vez va dedicada en especial a alguien que se me ha ido anteayer, demasiado pronto y con demasiado silencio, en la guerra el duelo no tiene hueco. Pero aquí sí. Por ti, por nosotros, por aquellas risas y aquellos días felices de música. Te regalo la canción que tú pediste para mí en aquel bar, con la única pista de mi torpe tarareo. Descansa y espéranos con una birra en la mano.

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