Diario de una confinada

¿Qué tramáis, vecinos?

¿Qué tramáis, vecinos?

Antes del confinamiento, reñía a mi perra por gruñir cada vez que percibía algún movimiento extraño en la escalera del bloque: los niños del sexto bajando a saltos los escalones, los amables vecinos de rellano despidiéndose de un invitado en la puerta de su casa, el repartidor del supermercado llamando a algún timbre…

Pero Betty gruñía, sobre todo, en casa de mi madre. Claro, todavía no tenía controlados los ruidos habituales de su segunda residencia y reaccionaba con salto del sofá, ladrido en la puerta y postura desafiante en cuerpo de seis kilos: “Si te acercas a mi abuela, te crujo”. Entonces yo le respondía con un: No pasa nada. Vecinos”, Betty se volvía a tumbar y cerraba el asunto con un suspiro.

“No pasa nada. Vecinos” era la fórmula breve que utilizaba siguiendo los consejos de los expertos, que aseguran que no hace falta pegarle una chapa eterna al perro, en plan comparecencia de presidente en estado de alarma, porque para tranquilizarse y, sobre todo, para entender, únicamente necesitan cuatro conceptos muy claros y un tono inequívoco. Hablo en pasado porque en mi escalera ya no hay movimiento apenas, incluso se oyen menos voces desde las casas y eso que ahora estamos todos dentro de ellas. Y, como a la de mi madre no podemos ir por su bien, pero qué mal… Betty lleva días sin gruñir.

Ayer leí un tweet de Javier Olivares, creador junto a su hermano Pablo de una de las mejores series de la actual ficción española, El Ministerio del Tiempo. Contaba un hecho muy preocupante. Le enviaba un mensaje a una vecina que cada día insulta a la compañera de Javier cuando ve que sale a la calle a la misma hora. Ignora, suponemos, la vigilante del condado, que aquella a la que agrede verbalmente por insolidaria, inconsciente e irresponsable- aunque ella lo resume con un “hija de puta”- sale cada día para acudir a su trabajo en un hospital, el 12 de Octubre. Es probable, como indica Olivares, que cada día, la misma vecina que insulta a la persona que va a trabajar al hospital, acuda a las ocho en punto a su balcón para aplaudir al personal sanitario…

Este bicho que nos ataca, tan agresivo, tiene varias patas: la principal nos enferma y nos puede llevar a la muerte, la pata económica nos deja sin trabajo y nos puede llevar a la ruina y la pata psicológica puede hacernos un daño irreparable. De ahí el empeño de muchos en estar al tanto e informados, pero también en cuidarnos y en cuidar a los más débiles de nuestro entorno, en tirar de humor, de música, de cultura, en intentar fijarnos en lo más solidario, en lo que suma, en ignorar lo gratuitamente tóxico para sobrevivir.

Pero hay una cuarta pata de este bicho cuya gravedad tampoco deberíamos desdeñar, su influencia en nuestra sociedad presente y futura, la desconfianza que puede crear entre unos y otros. El riesgo de salud que todos corremos y hacemos correr a otros, la importancia de la responsabilidad de cada uno, no puede servir de coartada para que saquemos la vocación frustrada de comisario amateur y nos creamos que somos Clint Eastwood en Gran Torino, acojonando al que percibamos como amenaza: “¿Qué tramáis morenos?"

Hace unas semanas, cuando todavía podía ir a visitar a mi madre, me sucedió algo que me dejó perpleja. Acababa yo de depositar la bolsita con la caca de mi perra en una papelera del parque que hay frente a su casa y, al llegar al portal, justo antes de llamar al timbre, se me acerca una Clinta Easwood desconocida y me dice con tono de “qué tramáis morenos”:

-Perdona, te has dejado las heces del perrito en el parque.

Tuve que contenerme para no mandarla a las heces… Me limité a decirle –muy cabreada– que me acompañara a la papelera para contemplar conmigo la prueba de inocencia: una bolsa de color verde que contenía la última obra de arte contemporáneo firmada por Betty.

'Passeu, passeu': el escritor Jaume Sisa

'Passeu, passeu': el escritor Jaume Sisa

La señora me pidió perdón con la boca mucho más pequeña que con la que me acusó, me dijo : “Es que la gente es…” y quedó muy claro que, hablando de caca, la que la había cagado era ella. Me tocó mucho la moral que me acusara sin pruebas, porque soy una fundamentalista de la recogida fecal. Antes atraparía la caca con la funda de las gafas de sol que arrojar tal muestra de incivismo en la calle.

Querido diario, disculpa la escatología en mi reflexión de hoy, pero es que ahora que estamos todos en la misma mierda deberíamos tener cuidado con las emociones, las expresiones y las susceptibilidades, porque si los aplausos se convierten en bofetadas, eso sí sería cagarla como sociedad.

Hoy dejo esa canción en la que el cantautor uruguayo explica muy bien cómo funciona la cadena… Todo se transforma, de Jorge Drexler.

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