Telepolítica

Les importa una mierda a quién votas

Les importa una mierda a quién votas

Mientras escribía esta columna, me ha contado mi cardiólogo por whatsapp que se ha contagiado de coronavirus en el hospital. Él lo veía venir. Yo también lo temía. Tengo buena amistad con él a base de tanto trato y le profeso gran respeto y admiración. No conozco a nadie que estos días no se muestre absolutamente agradecido a la multitud de compatriotas que, en mitad de una dificilísima situación, se dedican con entrega a desempeñar su actividad profesional, poniendo en riesgo su integridad física y, con ello, incluso la de sus seres más queridos.

El caso más evidente y reconocido es, desde luego, el personal sanitario. No sé de quien partió la magnífica idea de que cada día a las ocho de la tarde millones de ciudadanos salgamos junto a nuestras familias a las terrazas y ventanas de toda España a rendirles homenaje. Son apenas cinco minutos de comunión colectiva que no sólo sirven para reconocer la extraordinaria labor que están desempeñando quienes trabajan en la primera línea de batalla contra el coronavirus. Además, ese aplauso conjunto sirve de terapia común para decirnos unos a otros que no estamos solos, que juntos somos más fuertes, que unidos vamos a salir adelante. Para la mayoría de nosotros, estoy convencido de que se ha convertido en un momento tan deseado como necesario para hacer frente a lo que nos ha tocado padecer.

Así somos los españoles, capaces de salir conjuntamente a nuestras terrazas a formar un frente común contra el destino, a compartir un espíritu colectivo contra un enemigo imbatible, a decirle al cielo cada tarde que de aquí no nos vamos sin luchar por los nuestros mientras nos quede un hálito de vida. Eso sí, en cuanto volvemos a meternos en casa, sacamos la artillería contra la mayor parte de esos mismos compatriotas porque no votan lo mismo que nosotros en las elecciones.

Es difícil de entender. Admiramos profundamente a nuestros ídolos y luego detestamos las lecciones que nos hacen tenerles devoción. ¿Alguien puede creer que nuestros médicos les preguntan a sus pacientes a qué partido votan antes de intentar salvarles la vida? ¿Alguien que haya estado estos días en un centro hospitalario ha tenido conocimiento de que alguna enfermera tratara de manera diferente a alguno de los que se debatían entre la vida y la muerte dependiendo de su ideología política?

Estamos viendo enfermar a profesionales de la sanidad, a miembros de las fuerzas de orden público y a religiosas que cuidaban a nuestros mayores en residencias. No hay un supermercado donde no haya caído infectada alguna cajera o algún reponedor. Cada día tienen que darse de baja miembros de los servicios de limpieza de nuestros pueblos y ciudades. Agricultores, pescadores, carniceros, taxistas, camioneros, panaderos, repartidores, cocineros, telefonistas… siguen en sus puestos realizando interminables jornadas con la angustia permanente de si se han podido contagiar ese día por no haberse quedado confinados en casa. Miles de trabajadores se mantienen hoy en fábricas reinventando sus propios oficios. Están aprendiendo a fabricar mascarillas, respiradores o prendas para proteger a nuestro personal sanitario. Estamos en deuda con todos y cada uno de ellos. A ninguno le he visto preocuparse por si su esfuerzo iba a ser aprovechado por conciudadanos con sus mismas ideas políticas.

El coronavirus tampoco pregunta por la ideología de ningún español antes de intentar matarlo. Los centenares y centenares de muertos que llevamos a nuestras espaldas y los que, trágicamente, faltan por llegar, no deseaban este triste destino. Han luchado hasta el último momento por poder seguir respirando, por poder sobrevivir. Cada muerte es la historia de un fracaso colectivo por no haber podido ayudarles. Es evidente que esta terrorífica experiencia nos va a enseñar multitud de lecciones. El mundo actual no estaba preparado para hacer frente a una pandemia como esta. Tampoco lo está contra las guerras o el terrorismo. Ni siquiera quiere prepararse para acabar contra la muerte por hambre o por morir ahogado en mitad del mar intentando huir de la miseria. La tragedia que estamos protagonizando va a modificar la forma de vivir de todos los habitantes del planeta. También la de los españoles.

Se mantiene la duda de cómo quedaremos cuando el terremoto termine y podamos salir de nuestras casas sin miedo. Es más que probable que hayamos extraído importantes conclusiones a la fuerza por la epidemia. También lo es que desperdiciemos la ocasión de aprender otras lecciones que como país nos serían de gran utilidad. La más importante de ellas es la que nos están enseñando los miles de españoles que cada día se juegan la vida ayudándonos a conservar la nuestra. Creo que deberíamos conservar más de nuestro aplauso colectivo en la terraza que de nuestra miseria sectaria cuando nos metemos otra vez en el salón.

P.D. Esteban, mejórate. Cuando te recuperes, espero poder perdonarte tu ruptura unilateral de nuestra relación. Consistía en que cada vez que yo enfermo, tú me curas. A ver si hacemos cada uno lo que nos corresponde.

Más sobre este tema
stats