Diario de una confinada

Estamos descubriendo la fuerza de la gravedad

Raquel Martos

En estos días de confinamiento por pandemia, Isaac Newton ha vuelto a ponerse de actualidad. Que al joven Isaac, recién licenciado en Cambridge, le cayera delante de los ojos una manzana cuando estaba mirando a la luna en el cielo de su pueblo natal, en medio de un confinamiento a causa de la peste, tiene su aquel.

Un confinamiento productivo, así tituló el científico y periodista Javier Sampedro su artículo en El País. Un acercamiento al físico, inventor, matemático, teólogo y alquimista, en un momento determinante para su carrera individual pero también para el camino de la humanidad: el punto de arranque de la ciencia moderna. Leerlo ahora que se nos ha parado el mundo y que nadie parece tener ni pajolera idea de cómo, cuándo y en qué sentido volveremos a arrancarlo, resulta inspirador.

Hace algunos años, cuando bromeábamos con el fin del mundo al analizar nuestros múltiples problemas económicos, sociales y de valores, aludíamos con sorna al plazo tope que habían puesto los mayas, a presuntos meteoritos estampándose contra nuestro modo de vida y a diversos modos de sumergirnos en un apocalipsis que, en parte, nos teníamos merecido.

A mí me gustaba mucho aferrarme a la función informática del reseteo, una actualización del "paren el mundo que yo me bajo" de Groucho Marx, pero con una puerta abierta a la esperanza. La fantasía de que un avezado programador viniera a reiniciar la computadora, que se nos había colgado.

Y en estos días, todo lo que decíamos hace apenas un mes, en el calendario A.C. –antes del coronavirus–, cobra otra dimensión. Cuántas risas hemos hecho del "aquí, sufriendo" con los pies sobre el sofá, sin darnos cuenta de que ahora podríamos recitarlo literalmente, no tanto por el encierro en casa como por lo que hay fuera… El "paren el mundo" de Groucho ahora resulta devastador.

Esta crisis, hecatombe, pesadilla o putadón –yo la voy rebautizando de distintos modos a lo largo del día, en función de mi estado de ánimo–, tiene algo que le hace especialmente difícil de tragar y es que ninguno de los que nos precede nos puede orientar, nadie puede contarnos cómo se gestiona. No nos pueden ayudar con la voz de la experiencia, porque así, tal cual es, ni nuestros padres ni nuestros abuelos la vivieron antes, aunque ellos la están muriendo más.

Y nos enfrenta además a unos miedos que le han volado la cabeza a nuestro primer mundo: el miedo a enfermar y que no existan las herramientas necesarias para atendernos, el dolor de tener que elegir entre dejar a nuestros mayores solos o acompañados por el riesgo, la crueldad de no tener derecho a la despedida final. Claro, en los tiempos de A.C. estas calamidades les pasaban a otros…

Entre Newton y yo hay un abismo intelectual, esto es una obviedad. Estoy segura de que si a mí me hubiera caído una manzana delante de los morros en plena contemplación de la luna, lo más brillante que se me habría ocurrido habría sido un: "joder, qué susto". No, la lectura científica del genio no se me habría pasado por la cabeza.

Sin embargo en algo nos parecemos, Isaac y yo, Isaac y tú, Isaac y cada uno de nosotros. En estos días, estamos descubriendo que además de los dolores individuales –esos de los que no nos libramos a poco que vivamos– puede existir otro miedo colectivo y desconocido. Somos Newton porque estamos descubriendo la fuerza de otra gravedad.

Solo nos queda desear que nuestra prueba tenga fin en el tiempo y algún fin práctico, un aprendizaje que nos sirva de algo como sociedad y hasta como civilización. Un modo de resetear la computadora, a la que llevamos tiempo dando patadas y no hay manera... Y que alguien, algún día, pueda volver a titular como Sampedro: "un confinamiento productivo".

Hoy dejo aquí esta canción de Jack Johnson. Hay poco que explicar: Better together.Better together

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