Diario de una confinada

Rosas en el mar

Raquel Martos

Se nos ha tenido que ir Aute para que sus palabras luminosas se hayan abierto paso en la negrura de nuestro monotema y lo hayan salpicado todo, las redes sociales, los informativos, los diarios, hasta los balcones…

Siempre que muere una persona célebre se suceden los mensajes, los de quienes la conocieron, los de los que lo habrían dado todo por conocerla y, según dicen los escépticos de vocación, los de aquellos que se apuntan a haberla conocido o a haberla admirado, aunque no sea del todo cierto.

Las redes sociales, patio de luces unas veces y plaza para la quema pública de herejes otras tantas, son un altavoz del juego sucio, pero también de la empatía limpia y, si bien tienen mucho de escaparate narcisista, también lo tienen de abrazo a distancia, eso que hoy es lo más cercano a lo que podemos aspirar. Y cuando alguien se va, dan ganas de decirle adiós… de alguna manera.

El pasado sábado, con la muerte de Aute, recalé en la contradicción de los sentimientos encontrados. La tristeza por haber perdido a alguien que escribió parte de la banda sonora de mi vida, entreverada con el deleite al leer tantas palabras bellas sobre él y desde tan diversas perspectivas.

Sobre Aute escribían los que lo lloraban desolados porque lo quisieron tanto y tan de cerca, aquellos que formaron parte de su entorno más íntimo; quienes lo despedían con honda tristeza porque lo escucharon desde siempre y no lo olvidarán nunca; los que lo recordaban con admiración y respeto desde el territorio puramente artístico; los que lo despedían desde la orilla emocional más cercana porque quizás construyeron el amor de su vida bailando un “slow” con su cálida voz de fondo…

Entre tanta gota tóxica, fue un gustazo que muchos nos contagiáramos de la manera de contar y de cantar la vida de Aute, aunque fuera solo por unas horas, aunque fuera por un motivo tan triste como su marcha.

Todo lo que escuchamos en estos días, lo que decimos, lo que vemos, lo que sentimos, está teñido de la oscuridad en la que estamos inmersos y es quizás por eso que todo lo brillante, lo luminoso, sea por contraste más visible.

Es muy probable que hace tan solo unas semanas, si nos hubiéramos preguntado por gestos mayoritarios de empatía, generosidad o solidaridad, hubiéramos tarareado “es más fácil encontrar rosas en el mar” y, sin embargo, en los últimos días vamos juntando rosas como para un enorme ramo, cientos de rosas que van saliendo a flote en este mar que nos ahoga. Rosas que aparecen en el peor momento y por eso son mejores, ejemplares únicos, altamente valiosos.

Las grandes letras que los grandes talentos escribieron nos sirven en muchas ocasiones para respondernos, para afianzarnos, para darnos fuerza, para que no cejemos en el empeño de mantener encendida la luz cuando lo más fácil es hacer un “apaga y vámonos”.

En días como estos, más que nunca y como lema: “Aunque se hunda en el asfalto, la belleza”.

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