Diario de una confinada

No es un día sin besos, son todos

Raquel Martos

No soy muy practicante de los “días de”, aunque suelo sumarme al carro de la celebración en público para apostillar una frase que no me canso de repetir: “no es un día, son todos”.

Más allá de los de inspiración festiva o friki, “el día de la croqueta”, “el día del Ninja”, “el día de hablar como un pirata…” entiendo la conveniencia de aquellos que nacen con vocación de dar visibilidad a los asuntos serios: días para recordar las enfermedades, los trastornos, los dramas humanos de toda índole… Y es cierto que darles fecha en el calendario de lo noticiable contribuye a que, al menos durante lo que dura una pieza informativa, existan para quienes no los sufren.

Pero dar altavoz a quienes recorren la vida por caminos empedrados es estupendo siempre y cuando no olvidemos que no es un día, para quien lo camina, son todos.

Hoy hace un mes del inicio del confinamiento oficial. Aquel sábado un foco apuntaba al miedo a la pandemia y otro al vértigo ante el encierro de un par de semanas. Tres días después, una seguidora en Twitter me envió este mensaje: “Raquel, cielo, habla de los que están en casa siempre por enfermedad crónica, que nos pidan opinión”.

Ese “siempre” de @Nuculas resumía de un modo contundente y brillante mi apostilla para los “días de”. “Siempre” no es un día, ni una semana, ni unos cuantos meses, siempre son todos los días.

Cuando esto acabe, si algún vendedor de autoayuda en librerías de aeropuerto tiene la idea –no lo descartemos– de escribir doscientas páginas bajo el título Desactivar las quejas de los alumnos de primero de confinamiento es fácil si sabes cómo, podremos decirle que eso ya lo hizo una tuitera en marzo de 2020 y ella no necesitó tantas páginas, lo resolvió con siete caracteres.

Ya llevamos un mes confinados –los afortunados–, consumiendo un día tras otro, como si cada día fuera siempre, como si esto no fuera a terminar nunca. Añorando lo grande y lo pequeño, echando de menos todo cuanto hacíamos sin prestar atención, con la falsa inercia de sentir que siempre iba a formar parte de nuestra vida. Con la infantil ilusión de que el siempre no nos lo arrebatarían nunca.

Ayer fue el Día Internacional del Beso y no pude añadir “no es un día, son todos” porque ahora no hay besos, ni abrazos, ni derecho a despedirnos, ni a morir cerca de los nuestros, ni a dar la mano a los que nos necesitan, ni a vivir sin salvar la distancia, sin desinfectar, sin miedo. Pero un cariñoso lector me recordó el fragmento que dio título a mi primera novela. La frase la pronuncia una niña de doce años, Eva, con esa seguridad de quien tiene toda la vida por delante:

La mejor promoción en muchos años

La mejor promoción en muchos años

-Los besos no se gastan, siempre puedes dar más.

Al leerla de nuevo pensé que nunca me había sonado ese “siempre” como ahora, tan irreal y tan deseado…

Cada canción en este diario es un deseo para un día de estos… Hoy Un beso de esos, de Zenet.

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