Telepolítica

Dos no pactan si uno no quiere

José Miguel Contreras

Los estudios de opinión realizados estos días refuerzan la idea de que la unidad de todos los ciudadanos es la mejor arma de la que disponemos en la guerra contra el coronavirus. Tras la emergencia sanitaria, todavía no superada, nos esperan dos sucesivas crisis económica y social que necesitarán un amplio apoyo de los ciudadanos para hacerles frente. El dicho popular de que “dos no pelean si uno no quiere” parece que, a la vista de la discusión política actual, no tiene sentido. Ya en 1970, Miguel Delibes, en relación con el mantenimiento de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, advertía que “aunque dos no riñen si uno no quiere, uno riñe si a uno le da la gana».

Esa es la encrucijada que viven en el Partido Popular. Tienen que decidir, sin mucha más dilación, si mantienen su política de hostigamiento total al gobierno o se avienen a participar en un acuerdo nacional de reconstrucción de un país seriamente dañado. Hay significativas voces, con Aznar como referente ideológico directo, que defienden la oportunidad de derribar el gobierno de Pedro Sánchez si consiguen convertir lo que estamos viviendo en lo que significó políticamente el 11-M para ellos. La clave está en que sean capaces de imponer como respuesta el conflicto en un tiempo en el que la mayor parte de los españoles defiende el entendimiento.

Para la ultraderecha la grave situación les ayuda a alentar la demolición del modelo democrático imperante. Nadie mejor que Vox maneja la extensión del odio, el rencor, la mentira, la provocación y la destrucción de cualquier lazo que sirva para crear una España en la que quepamos todos. El intento de utilización de las víctimas del coronavirus como arma política es humanamente despreciable. La España que reclaman es un templo de acceso privado en el que sólo quienes comparten su ideología tienen derecho a imponer su ley.

Para Ciudadanos, esta crisis puede suponer un punto crucial en su camino. Tras su debacle electoral, se les abre un margen de maniobra. Saben mejor que nadie que encerrados en el Trío de Colón, con la ultraderecha como socio y con los populares manejando el timón, tienen un horizonte demasiado difuso. También son conscientes de que alinearse con un gobierno PSOE-UP les podría hacer perder su credibilidad con sus votantes. Necesitan poder asumir un protagonismo que ahora no tienen en un escenario de pactos nacionales. Podrían recuperar la cima de la centralidad que les sirviera para convertirse en referente indispensable del nuevo tiempo que se avecina.

Pablo Iglesias y los suyos están manejando el difícil panorama que se vive con medida inteligencia. Han sabido situarse en todo momento como el socio imprescindible para que el Gobierno pueda avanzar. Hasta ahora, han defendido el espacio de visibilidad de sus actuaciones en defensa de los principios básicos de su formación. Nadie espera que de UP vengan las soluciones sanitarias para afrontar la lucha contra el COVID. A cambio, su papel en la defensa de los que resulten más castigados por todo lo ocurrido puede ser imprescindible y determinante.

El coronavirus va a dejar no sólo miles de muertos en nuestro país. Además va a abrir serias dudas sobre la eficacia y fortaleza de nuestro modelo político. El mapa autonómico puede verse dañado ante la evidencia de que la sanidad en España estaba transferida a las comunidades autónomas desde hace décadas. El gobierno central tiene la obligación de impedir que la crisis sea aprovechada para recuperar ideas recentralizadoras que sólo abrirían mayores focos de conflicto en la estabilidad nacional. Al final, el peso de los partidos nacionalistas e independentistas va a volver a ser decisivo para cualquier decisión que deseemos tomar. Su posición debe ser respetada y su voz escuchada si realmente queremos apostar por un modelo de reconstrucción del país basado en el más amplio consenso posible.

Para los socialistas, por último, no hay otra prioridad que intentar gestionar desde el Gobierno con autoridad, eficacia y transparencia. Cuando la emergencia pierda fuerza, llegará el momento de examinar lo sucedido y hacer balance de la labor realizada. Pedro Sánchez sabe que cuenta con una débil mayoría parlamentaria para hacer frente a decisiones de gran envergadura que requerirán acuerdos más abiertos e inclusivos. El problema no tiene una fácil solución. Cuenta con Unidas Podemos como aliado leal hasta el momento, pero la tensión entre las fuerzas independentistas y la derecha nacional le tendrá en todo momento maniatado si no se consigue cambiar la forma de hacer y entender la política en esta etapa de nuestra historia.

Durante los próximos días, el reto de los partidos democráticos será el de sentarse a estudiar la posibilidad de alcanzar acuerdos que protejan el país por encima de las siglas y de las ideologías. Es lo que se hizo en 1977. Ahora, el escenario es totalmente diferente, pero el espíritu de superación de un grave conflicto a través del acuerdo puede ser de nuevo la herramienta clave. El nivel de confrontación política que la derecha impone en la actualidad demuestra que, como decía Delibes, “uno riñe si a uno le da la gana”. A partir de hoy, necesitamos superar otra obviedad: dos no pueden pactar si uno no quiere.

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