Diario de una confinada

Correr solos, pasear juntos

Raquel Martos

Hoy me he puesto a deshojar los pétalos de esta margarita que nos conduce a una tímida salida de la cueva en la que hemos hibernado tantos días. Certezas, ni una, ahora bien, metáforas, un ramillete (iba a decir “un huevo” pero es poco primaveral, mejor ramillete).

Son innumerables las dudas de esta nueva etapa, incluso después de haberse leído el BOE de cabo a rabo:

Organizar un simple paseo de niños, adultos, mayores ya es un movidón. Somos muchos y a nuestra presencia hay que añadir la del puto bicho que anda suelto. Y la variable de la diferencia, no todos somos responsables en la misma medida.

Reabrir comercios, hostelería y resto de actividades, persianas tras las cuales hay personas que se juegan la salud y comer a fin de mes, es otro buen fregado. Y la variable de la utilidad, porque no solo consiste en “abrir” sino en qué condiciones y con qué expectativas.

A este jeroglífico hay que añadir las diferencias autonómicas, provinciales y las de ubicación, hay municipios que pertenecen administrativamente a una provincia que les pilla mucho más lejos que el pueblo de sus vecinos que pertenecen a otra.

Esto sería un jeroglífico, mezclado con el juego de las siete diferencias, multiplicadas por diecisiete y dos más. Y sería maldito, pero no como el damero de Conchita Montes, que entretenía y enriquecía, sino acojonando. No, de Pasatiempos la situación no tiene nada.

Para más alegría se nos ha caído el PIB a plomo –la oscuridad económica ya asomaba las orejitas antes de que nos atacara la pandemia y el frenazo mundial no ha hecho sino acelerarlo– bueno, se nos ha caído a nosotros, a Francia, a toda la zona euro, al tío Trump…

O sea, que cuando desescalemos la pandemia, vamos a estar en el subsuelo…

Salvo esa última certeza de hecatombe económica internacional, la margarita de mayo, como he dicho, nos deja pocas evidencias pero algunas metáforas.

Me gusta buscar metáforas, como si fueran piedras con formas curiosas en la playa porque, a veces, me ayudan a anclarme a lo importante. Y del paseo del sábado elijo dos que explicarían cómo nos relacionamos con nosotros y con los que nos rodean a lo largo de la vida.

Nos permiten correr solos: como en la vida, correr pone a prueba tu resistencia individual, es tu fondo el que puede mantenerte más tiempo, nadie, por mucho que te quiera puede correr por ti.

Michael Robinson, nacido para contar

Michael Robinson, nacido para contar

Nos permiten pasear juntos: como en la vida, caminarla con aquellas personas que deciden acompañarte, amoldar el paso, mojarse bajo la misma lluvia que tú, mirar el paisaje o ignorarlo si preferís estar a lo vuestro. Ah, pero solo nos permiten pasear con una persona con la que convivamos, para no correr riesgos… Como en la vida, caminarla con quien disfruta del trayecto contigo es mucho más gratificante.

Todos sabemos quiénes son los, las que caminan con nosotros. Y cuando llegan los tramos duros, es reconfortante comprobar que los que conocen bien el paso de sus compañeros saben, sin que estos se lo digan, en qué momento hay que hablar al otro sin descanso para distraerlo del dolor, para no dejar espacio a la angustia y en cuáles callar, porque un silencio compartido y respetado es el diálogo más intenso y más profundo.

Feliz paseo y feliz camino.

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