Qué ven mis ojos

Esa gente a la que hay que dar el pésame porque alguien sobreviva

Benjamín Prado

“Una mala idea no lo es tanto cuando no tienes una mejor

Hay crespones que se parecen a mordazas, que se colocan en las banderas para hacerlas callar o para imponerle el silencio a quienes también las defienden, pero piensan de otro modo. Hay patriotas que no tienen otra lealtad que la que le guardan al dinero y el poder, convencidos de que ambos les pertenecen. Hay estómagos agradecidos que hoy se pasean por las calles envueltos en una piel de tigre y ayer maullaban como gatos perezosos cada vez que Esperanza Aguirre les llenaba el cazo de sopa boba. Hay cargos públicos como la actual presidenta de la Comunidad de Madrid que, en medio del drama del coronavirus, usan las manos para aplaudir al personal sanitario y los pies para echarlo a patadas de sus hospitales y ambulatorios. Porque a eso fue a Ifema el 1 de mayo, a celebrar la fiesta del trabajador despidiendo, en todos los sentidos, al personal de refuerzo que ha ayudado a salvar tantas vidas a cambio de jugarse la suya. Roma no paga traidores y la calle de Génova ni traidores ni fieles. El baño de multitudes le salió rana y Ayuso, aparte de ir a ponerse una medalla y terminar pinchándose con el alfiler, también se saltó las normas de distanciamiento social que afectan al resto de los mortales, porque de casta le viene al galgo y a ella nadie le va a imponer estados de alarma del mismo modo que a Aznar nadie le iba que decir cuánto alcohol tenía que beber antes de conducir y a Rajoy no lo confina ni Dios. A sus lados, la ultraderecha y lo que queda de Ciudadanos seguían igual que ella el ritmo de los abucheos, tal vez para burlarse de quienes no los jaleaban, sino que los censuraban. Hay una investigación abierta para determinar si tal vez se ha saltado las normas a la torera como suele hacer, las de educación y las otras.

Las cifras de víctimas y nuevos contagios del virus asesino bajan y mientras cualquiera en su sano juicio moral lo celebra como una gran noticia y una razón para la esperanza, sea cual sea su ideología, a algunos parece que haya que expresarles unas condolencias al revés, darles el pésame porque la gente sobreviva. Los boxeadores de Vox son un caso perdido, pero en el PP debieran alegrarse de que la curva fatal sea doblegada, porque la catástrofe en la capital es responsabilidad suya, aquí gobiernan desde 1995, las competencias de Sanidad son suyas; ellos son quienes han cerrado sanatorios y despedido a sanitarios; quienes han puesto las residencias geriátricas en manos de fondos buitre y han dejado en los huesos el sistema de salud público de Madrid, con sus privatizaciones logradas o en grado de tentativa. Porque lo de echarle la culpa de sus errores y horrores al vicepresidente Iglesias lo pones en un monólogo humorístico y te lo tachan; lo pones en una de miedo, y los espectadores se parten de risa.

A la política española le falta grandeza porque muchos de sus protagonistas no dan la talla. Son gente sin altura, que se mueve de forma egoísta, se guía por intereses mezquinos, sin respetar nada ni a nadie y con un cinismo que les hace decir y desdecirse una y otra vez, y hacerlo con la prepotencia de quien se siente invulnerable y trata al resto de las personas como si fueran estúpidas y, en consecuencia, fáciles de manipular. Lo serán algunas, qué duda cabe, pero no todas, ni la mayoría. Cuando Pablo Casado rechaza apoyar la prórroga del estado de alarma, con el llamémosle argumento de que “a partir de esta semana no tiene ningún sentido”, tal vez crea que no lo recordaremos dentro de muy poco, cuando niegue eso y que a la hora de buscar defensas contra esta crisis el PP se opuso a prohibir los despidos, a endurecer el confinamiento, a las ayudas al alquiler y también a las víctimas de violencia machista. Pero se equivoca, nada de eso quedará en el olvido como no lo han hecho otras cosas que le han costado cientos de miles de votos a su formación, que bajo su mando ha obtenido resultados desastrosos en las urnas, sufriendo una debacle histórica que sólo pudo maquillar echándose en brazos de los extremistas. Ojalá la derecha moderada que también existe en sus filas y que ahora mismo anda por ahí medio exiliada, por así decirlo, recupere el control de esa nave, antes de que conviertan el portaaviones en un monopatín en el que, por añadidura, van a pedalear en la peor compañía.

Las tragedias ponen a cada uno en su sitio y la que vivimos ha desenmascarado a muchos vendedores de humo, naturalmente lacrimógeno, entre otras cosas porque se les han visto a kilómetros las ganas de que todo empeorase, quizá porque su único atajo a La Moncloa sea el camino que va de mal en peor. Por ahí no llegamos a ningún lado, pero a lo mejor de eso se trata. Nos merecemos algo mejor y tenemos un ejemplo muy cerca: ya que ahora a los aguafiestas les ha dado por hablar de Portugal y de lo bien que lo han hecho los vecinos, sería conveniente que también se acordaran de la actitud que ha tenido allí la oposición: constructiva, honrada, generosa con el adversario... Me temo que esa parte se la quieran saltar.

Y en cualquier caso, la avalancha de críticas no ha venido acompañada de un plan alternativo, así que seguro que el Gobierno ha acertado en unas cosas y en otras no, pero incluso una mala idea no lo es tanto cuando no tienes una mejor. ¿Cuál era su alternativa, cuáles sus propuestas? Las de siempre: no ayudar a quienes más lo necesitan y proteger a los que menos peligro corren. Seguimos a la espera de lo que diga el comité alternativo de expertos que seguro que tienen ya casi montado. ¿O la experta es Ayuso, que decía que el covid-19 era menos dañino que una gripe? Qué hemos hecho nosotros para merecer esto.

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