Desde la casa roja

Un presidente en estado de alarma

Aroa Moreno

A lo largo de la historia, podemos leer muchos ejemplos de palabras que han enviado los dirigentes en tiempos recios. "We shall fight on the beaches", dijo Winston Churchill. No hay arenga más difícil que aquella del que tiene que convencer al que no cree de que jugarse la vida es hoy necesario. No puede ser que algunos lo pierdan casi todo para que los que están en los despachos no estén a la altura del diálogo que la situación requiere. Escribo desde un pueblo de Madrid con la decepción del que percibe la fractura entre los políticos con los que nos ha tocado sobrevivir a esto. Si se suprime el Estado de alarma, mi seguridad caerá en parte en ciertas manos que, cada día, nos demuestran que son capaces de superar sus propias y altas cotas de peligrosidad. También en la retaguardia, alejados de los lugares donde realmente está ese peligro, muchos pueblos se han sentido indefensos, ignorados y asustados cuando los que están al mando no han respondido a una.

Estamos familiarizados con la épica que lanza a los países a la batalla, a los hombres a las líneas del fuego, pero no lo estábamos para escuchar discursos que intentan cercar la improvisación y la incertidumbre que la enfermedad en pandemia produce. No lo estábamos para percibir que nuestra seguridad podría llegar a formar parte de una campaña política y de lucha por el poder. La distancia entre la gente y las instituciones parece un precipicio.

La enfermedad, la sanidad y la ciencia habían sido obviadas en el discurso político. La protección y cuidados individuales y colectivos no habían sido tema de los parlamentos y sin resolver su importancia nos sorprendió el virus. Vivíamos en una falsa burbuja de seguridad. Los asiáticos exageraban con sus mascarillas en nuestras ciudades. En estas siete semanas, me he sentido parte de ese pueblo que necesitaba que alguien le explicara lo que estaba pasando. Y semana tras semana, alguien rígido y titubeante, pálido y hierático sobre ese frío fondo gris, a veces impreciso, retórico o más directo y eficaz, se olía cómo tragaba bocanadas la crisis desde mi casa, ha ido dando explicaciones. ¿Debió dárselas a alguien más?

Poco más de 50 días después de que comenzara el primer Gobierno de coalición de España, el mundo quedó paralizado. Gobernar dejó de ser lo que hasta entonces conocíamos y Pedro Sánchez se convirtió, junto a Fernando Simón y Salvador Illa, en la cara visible y oficial de la crisis sanitaria. Juzgado siempre desde la condescendencia por unos y otros, se le ha situado como en una permanente crisis de credibilidad. Yo casi tuve que ver pasar por encima de mi cabeza el helicóptero que transportaba a Franco para constatar que aquello estaba sucediendo. Pero sucedió. Intenten trazar una línea en común entre los siete presidentes de este país y siéntense a pensar en lo que les une y lo que les separa y en cómo habrían abordado esto. Casi todos los Gobiernos tienen asociados sus aciertos y sus errores, unos más pegados al ruido de la calle y otros encerrados en un agudo síndrome de palacio.

No le deseo a mi peor enemigo tener las riendas de un país en las manos con una pandemia detrás de la puerta, con tanta desesperación y muerte. Cuídate de lo que deseas con ganas, decía Oscar Wilde. ¿Habrá dormido Sánchez estas semanas? ¿Se le ha colado algún pensamiento tangencial sobre algún tema ajeno a la situación? ¿De qué está arrepentido? ¿Debió o deberá pedir disculpas? ¿Tuvo que ganarse con más cintura a la oposición para tenerla menos crispada? Tampoco debe ser fácil mirar a cámara y poner el rostro a la responsabilidad para decirle a millones de personas que lo peor está aún por llegar sin atisbar cuál es el número de pérdidas que quedará grabado para siempre en nuestra historia. La factura política que se asociará a su gestión ya es alta en cualquier caso. Haga lo que haga, será indeleble en nuestro recuerdo su nombre junto a estos tiempos. Y este derribo y acoso de una oposición que ha elegido la fractura y la revancha otra vez y que pretende exponernos tampoco deberíamos olvidarlo.

Quisiera avanzar en los años para saber qué dicen los libros de texto de cómo enfrentamos esta crisis. Y no sé qué parte estará del lado de la gestión de cada país, y menos aún qué parte estuvo en las manos de su dirigente, y qué parte será global y responderá a cosas que, en el momento de afrontar esta pandemia, ya hacía mucho tiempo que no estaban en nuestra mano. ¿Es más importante la maniobra, si es que hubo algún margen, que se ha hecho hasta hoy frente a la crisis sanitaria o tiene Pedro Sánchez ahora el verdadero trabajo de Gobierno por delante? Esos expertos que han aconsejado al ejecutivo, ¿serían otros con un Gobierno de otro signo? ¿Es que tienen ideología los expertos? ¿Qué habría pasado si no hubiera existido esa coalición presionando para conseguir ciertas medidas sociales?

No lo sabremos. Queda mucha incertidumbre por delante. Soy tibia y prudente cuando lo que se está señalando son personas que ya no están, 25.613 nombres, y me asombra la velocidad con la que algunos se llevan la mano al cinto. El paro registra una cifra de 3,9 millones de personas. Se prevé una caída inédita del PIB de hasta el 9,2 %. Agujeros emocionales en miles de familias. Soledades y ciudadanos tocados por el confinamiento. Solo estamos abriendo la puerta al país que se nos ha quedado. Lo que todos tenemos en frente, no sólo el Gobierno, no sólo Sánchez, debería, tal vez, llamarse sólo "escalada", porque venimos de muy abajo, y habrá caídas y recaídas y tendremos que echarnos la mano unos a otros para sostenernos y mucho esfuerzo para conseguir emerger.

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