PORTADA MAÑANA
Ver
El fundador de una sociedad panameña del novio de Ayuso gestiona los chequeos médicos de la Comunidad

Desde la tramoya

Vox: disección del disparate sobre los homosexuales

Luis Arroyo

Lo afirmó Santiago Abascal desde la tribuna del Congreso de los Diputados. Con toda solemnidad, tranquilamente, sin mover una ceja, leyendo, lo que quiere decir que no se improvisó en absoluto. Lo transcribo literalmente aquí a pesar de su extensión, porque trataré de explicar el peligroso funcionamiento de la argumentación habitual de la extrema derecha, mucho más eficaz de lo que creemos quienes renegamos y advertimos de sus desvaríos: 

“Nos podrá etiquetar e insultar como usted quiera, Sr. Sánchez, pero a nosotros nos importan los españoles. Independientemente de su color, de su edad, de su sexo y de su orientación sexual. (...) Le ruego que abandonen ese odio histórico de la izquierda hacia los homosexuales.  Aléjense de ídolos como el Che Guevara, que los encarcelaba, y animen a sus socios de Gobierno que ahora no parece querer escuchar, a alejarse de ideologías que les catalogaban a las personas según su condición sexual. La gente debe poder amar a quien quiera, Sr. Sánchez. Y debe ser muy duro para los homosexuales que ustedes sigan rindiendo homenaje a sus perseguidores y a sus asesinos. En Vox, señorías, no despreciamos a nadie por su tendencia sexual. En Vox, desde luego, no tendrán que soportar que una exministra que se sentaba a su lado, y ahora fiscal, les insultase gravemente, como hacía con otros compañeros de la bancada azul. No será fácil que convenza a su socio Iglesias de un gesto de humanidad porque el Sr. Iglesias es un negacionista de todos los crímenes del comunismo. Es más: subió a esta tribuna hace unos días a hacer apología de esa ideología criminal. Creo incluso que deberíamos reflexionar sobre si esa posición negacionista planteada por el vicepresidente en la tribuna, de los distintos genocidios del comunismo, no constituye un delito tal y como reconoce el Código Penal en su artículo 510, que prevé penas de prisión para quienes públicamente nieguen, trivialicen o enaltezcan los delitos de genocidio“.

La argucia argumental es compartida con la extrema derecha mundial. Sin el más mínimo pudor, las debilidades propias se le endosan al adversario. Así, los simpatizantes del nazismo, catalogan a las feministas de “feminazis”. Los enemigos de cualquier forma de convivencia que no sea el modelo sagrado del catolicismo padre-madre-hijos, se convierten en los máximos defensores de la familia. Quienes coartan la verdadera libertad, que no puede concebirse sin igualdad de oportunidades, pasan a ser “liberales”, y convierten a los progresistas en “liberticidas”. Al mismo tiempo, los que aborrecen el concepto “igualdad” apelan a ella precisamente para negar derechos de grupos que la defienden, como las mujeres víctimas de la violencia de género. Como consecuencia de la igualdad de hombres y mujeres, que la ultraderecha supuestamente defiende, ¿qué hay más injusto que tratar de manera desigual a las mujeres ante la Policía o los tribunales? Quienes difunden con profusión bulos, exageraciones, ridículas simplificaciones, apelan a la lucha contra las fake news (concepto acuñado destacadamente por el mismísimo Donald Trump), que ellos ubican en los grandes grupos de medios de comunicación, sean estos los editores del New York Times, la CNN o Atresmedia. 

Ahora, en una pirueta si cabe más temeraria, en un auténtico cuádruple salto mortal de la retórica, Vox se sitúa directamente en el plano de su adversario, como verdadero defensor de los homosexuales, y su líder incluso sugiere que Pablo Iglesias debería estar en la cárcel por enaltecer a quienes les asesinaban: los comunistas. Es un intento de infiltración semántica nada sutil, típico del desparpajo con el que el populismo habla y escribe. 

Basta con conocer mínimamente la tradición, el ideario y las propuestas de Vox para detectar, sin el menor atisbo de duda, su hostilidad hacia la homosexualidad en todas sus expresiones. 

Por su origen ultracatólico, Vox rechaza la educación sexual de los niños, más allá de las metáforas conocidas de la semilla, o el polen, o la cigüeña, o el abrazo de amor entre un hombre y una mujer en matrimonio. Cualquier cosa que sea distinta de eso no tendrá el voto favorable de ningún representante de Vox que mantenga la ortodoxia del partido. Por ese mismo origen, Vox se opone virulentamente al matrimonio homosexual o a cualquier otra iniciativa que equipare sus derechos familiares a los de los heterosexuales. No encontraremos a Vox en las manifestaciones de ninguna causa LGTBI, ni en ninguna iniciativa legislativa, ni en ningún otro foro o campaña que la promueva. Al contrario, estará contra todas ellas. 

Por eso el disparate de Abascal, en el intento de apropiarse de la virtud moral de sus adversarios progresistas, que sí han trabajado en esas causas, generó de inmediato el rictus del presidente del Gobierno, que no daba crédito a lo que se le decía, y la risa descontrolada de la tribu progresista en las redes sociales. 

Pero no deberíamos infraestimar la capacidad de seducción de Abascal, como nadie infraestima ya la de Trump, la de Putin, la de Bolsonaro o la de Orban, por dar referencias prototípicas. Esa capacidad reside en la falacia. Las falacias se distinguen de las simples mentiras en que son engaños más sutiles, asentados en silogismos aparentemente veraces. Hay diccionarios de falacias con decenas de ellas, algunas bautizadas ya por los clásicos de Grecia y Roma. 

Abascal utiliza una verdad descontextualizada para acusar veladamente a Pablo Iglesias de apologeta del genocidio: que los revolucionarios cubanos encarcelaban a los homosexuales. Es cierto. Como el propio Fidel Castro explicó hace años, el régimen cubano castigó a los gays en sus inicios, es decir, hace medio siglo. Explicó que fue una “gran injusticia” y asumió en primera persona la responsabilidad. Pero Cuba cuenta hoy con leyes que castigan la discriminación por orientación sexual y el Estado paga incluso las operaciones de cambio de sexo, algo que pocos países hacen. Es un disparate afirmar que porque el Che Guevara y los gobernantes cubanos castigaran a los homosexuales, Vox sea su auténtico defensor. Haciendo del Ché un “hombre de paja” (ese es el nombre de la falacia), Abascal trata de situar a sus adversarios, Sánchez e Iglesias, en el lado de los homófobos. 

A continuación, Abascal se aplica en la falacia de composición, es decir, en inferir que algo es verdadero para todo un conjunto simplemente porque es verdad para una parte de ese conjunto; vulgarmente, tomar la parte por el todo. Como Iglesias defendió desde la misma tribuna del Congreso que los comunistas fueron “la condición de posibilidad de la construcción de la democracia en nuestro país y de la Constitución del 78”, y también que “no habría democracia en Francia e Italia sin la acción de los comunistas que son reconocidos como héroes de la patria”, entonces el vicepresidente se convierte en un posible delincuente (del artículo 150 del Código Penal), que quizá debería ser encarcelado. Se supone que por decir esas cosas (la parte) Iglesias está haciendo apología del genocidio estalinista (el todo). Y más aún: como el Che era progresista (o asumiendo que lo era) entonces los progresistas, incluido Sánchez, odian a los homosexuales.

Esas mismas falacias las aplica también el líder ultranacionalista cuando se refiere al episodio en el que la fiscal general del Estado se refirió al ministro Grande-Marlaska como “maricón”, en una conversación privada e informal de sobremesa delante de la grabadora de José Villarejo, el conocido ex comisario. 

Con cuatro hilos el líder de Vox compone un auténtico dislate: que el Che y Delgado son la constatación del odio de la izquierda hacia los homosexuales, y que, por el contrario, ni él ni su partido “desprecian a nadie por su orientación sexual”. Aunque haya decenas de hechos que demuestran el nulo apoyo a sus demandas y, de hecho, el trabajo sistemático de obstrucción de sus avances legislativos y sociales. 

Advertían los filósofos antiguos, y advierten los contemporáneos, de la fuerza de los argumentos falaces para llevar a los individuos a conclusiones erróneas. He ahí el peligro verdadero de estos políticos perversos: alientan la confusión no solo ni fundamentalmente a través de la mentira, sino con el uso sistemático de la falacia, mucho más sutil y seductora. 

Más sobre este tema
stats