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Qué ven mis ojos

Sostiene Pablo Casado

Benjamín Prado

“Las buenas noticias son como las gallinas: tienen alas, pero no vuelan”

Sostiene Pablo Casado que el Gobierno no es socialista sino “extrasocial” y se muestra preocupadísimo por la gente que va al paro y no puede llenar sus neveras. Pero ¿recuerda la reforma laboral que hizo el PP y cuáles fueron sus resultados? ¿Recuerda contra qué Gobierno avanzaban todas las mareas sociales, incluida la blanca del personal sanitario? ¿Recuerda sobre quiénes cargaron Rajoy y los suyos el peso de la crisis económica, a quiénes rescataron, a quiénes hundieron y de qué forma se dedicaron, con él a bordo, a salvar yates en lugar de náufragos? Y por no irnos tan lejos, ¿recuerda que ahora también se opuso a la renta mínima? Uno de sus socios, el diputado naranja Marcos de Quinto, también lo hace, acusa el vicepresidente Iglesias de promover una “barra libre de sueldos Nescafé para toda la vida” y lo llama “payaso”, lo cual es poca cosa en comparación con las que le llamaban a él los trabajadores de Coca-Cola a los que mandó al paro cuando la empresa tenía grandes beneficios y él cobraba un sueldo astronómico: en su declaración de bienes a la Cámara, consta que su patrimonio asciende a 47,7 millones de euros, entre depósitos, acciones, participaciones y planes de pensiones. Cómo no le va a molestar que le den cuatrocientos euros a una familia sin ingresos.

Sostiene Pablo Casado que “Sánchez cada vez está más solo y no puede pedir que el PP sea su tabla de salvación”. Pero ¿se puede estar más solo que estando sólo con Vox? Porque el Ciudadanos de Inés Arrimadas ya empieza a soltarle la mano y busca un lugar al sol del poder, una maniobra que le ha dejado en fuera de juego y que le da la razón en una cosa: una tabla de salvación es la que pertenecía a un barco que ha naufragado. El suyo. Lo que pasa es que es la tabla a la que ahora mismo nadie quiere agarrarse. Eso sí, hay encuestas que dicen que lo está bordando y que va a arrasar en las urnas. Para eso están los amigos, aunque resulta difícil de creer que su lamentable actuación en el Congreso al votar, dándole la espalda a todos los criterios médicos habidos y por haber, en contra de la prórroga del estado de alarma, le beneficie, pero quién sabe: Esperanza Aguirre fue derrotada en unas autonómicas por Rafael Simancas, se compró a dos tránsfugas del PSOE, se repitieron las elecciones y las ganó. Ella llegó al poder gracias a dos traidores y Ayuso gracias a Vox.

Sostiene Pablo Casado, citando a George Orwell, que “decir la verdad es un acto revolucionario”. ¿Por eso será él conservador? Y cuando dice en el Parlamento, después de hablar de aló presidente y otros recursos habituales: “Nosotros no caeríamos en esas bajezas”, tres cuartas partes del hemiciclo se ríen. Puede que se le hayan olvidado algunos detalles, algunas sentencias y el nombre de algunos presos muy famosos. Pero esas lagunas son tan llamativas que si en lugar de la memoria de una persona estuviésemos hablando de la de un ordenador, habría que llevarlo al servicio técnico o a la policía, porque o está averiada o se la han intervenido para hacerle quedar como un cínico día sí y día no.

Sostuvo Pablo Casado en su momento que la indescriptible Díaz Ayuso era el gran ejemplo político de nuestro país y que quería que toda España se pareciese a su Madrid. Sí, hablaba de esa mujer que se ha retratado como la Dolorosa, tal vez por ser lo contrario de la Pasionaria, la que dice que la pizza es dieta mediterránea, que la “d” de covid-19 es de “diciembre” –cuando es la inicial de “disease”, “enfermedad” en inglés– y que los pacientes del hospital de emergencia de Ifema sanaron “porque los techos eran altos”. Lo está haciendo de cine, es una digna sucesora de sus correligionarios de la Gürtel, la Púnica y demás, donde los consejeros de Sanidad tenían que dimitir, los presidentes acababan en la cárcel, los consejeros otro tanto, había más mordidas que en una pelea de caimanes y por los despachos de la calle de Génova corrían los sobres en blanco llenos de dinero negro. Ya sólo queda que le ponga una querella la ultraderecha por hacerse pasar por la Virgen en los periódicos.

Sostiene Pablo Casado mil y una cosas, pero no le hemos oído felicitarse por la disminución de las víctimas del coronavirus a todos los niveles. Ni una palabra. Hasta quienes le sujetan el megáfono empiezan a murmurar, porque ya sabemos que las buenas noticias son como las gallinas: tienen alas, pero no vuelan; pero aquí estamos hablando de otra cosa, de vidas humanas, de una España realmente heroica que pelea contra una pandemia criminal. Y en ese panorama, el líder azul no da la talla, porque tampoco vemos ninguna similitud entre su estrategia y la de la oposición de otros países de Europa, del Reino Unido a Portugal y de Italia a Francia, donde no se ha producido el ataque feroz que vemos aquí y la campaña de envenenamiento colectivo que llevan a cabo él y sus cada vez menos compañeros de viaje. Claro que ellos no tienen un Abascal pegado a su sombra como una tira de velcro a otra.

Es lo que conlleva que todo valga con tal de alcanzar de cualquier manera aquello a lo que no se puede aspirar por méritos propios. El Gobierno sabe que a la hora de intentar levantar el país lo tendrán en contra, haciendo palanca hacia abajo, como si tratara de doblar otra curva, la de la recuperación. Si no lo logra, el problema de Pablo Casado no serán los ajenos sino los propios, que ya empiezan a cansarse de tanto ruido y tan pocas nueces, y que cada vez se ven más al borde de la irrelevancia. Con ese almirante, no hay más que caminos hacia la tormenta. Dos contratiempos en Madrid y Andalucía, y la fiesta se habrá acabado.

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