En Transición
Una política promiscua
Si lo peor que puede pasar en una crisis es que no sirva para aprender y mejorar, lo peor que puede ocurrir ante un lío como el generado por el acuerdo PSOE–UP-EH Bildu es que no dé pie a entender las causas que lo han provocado para así impedir que vuelvan a hacerlo.
La polémica sobre la reforma laboral de la semana pasada es difícil de entender. Sus consecuencias, múltiples: la exhibición vehemente de las diferencias en el seno del Gobierno, el deterioro de relaciones con socios estratégicos como el PNV, la suspensión del diálogo social y una honda expansiva que llega hasta las elecciones vascas del próximo 12 de julio. Semejante balance puede ser visto como una concatenación de errores, como la búsqueda del camino de salida del Ejecutivo por parte de Unidas Podemos, o como ambas cosas. Probablemente nadie tiene todas las piezas del puzzle y cada cual hará su composición según la información de que disponga y lo que quiera sacar de ella. Pero más allá de eso, el hecho en sí desvela algunas carencias de la política actual que conviene gestionar.
Que existan discrepancias en un Consejo de Ministros ni es nuevo ni debe alarmar a nadie. Quizá los más jóvenes no lo sepan y los no tan jóvenes no lo recuerden, pero en este país, no hace tanto, un vicepresidente del Gobierno abandonó el Gabinete tras la aparición de sospechas de corrupción en su familia que le dieron la puntilla a toda una serie de desencuentros manifiestos con su presidente. Felipe González y Alfonso Guerra, ambos socialistas, andaluces, líderes del mítico PSOE del 82, exhibieron diferencias y desavenencias mucho más allá de los casos de presunta corrupción por los que formalmente salió este último del Ejecutivo. Tampoco los consejos de ministros conservadores han sido un remanso de paz. Casos de corrupción aparte, no hay que olvidar que Gallardón dimitió en septiembre de 2014 después de que Rajoy tirara para atrás su reforma del aborto. Que haya discrepancias en un gobierno, por tanto, no debe sorprender a nadie; es más, debería considerarse prueba de pluralismo y salud democrática. Si a esto le unes que en el caso actual se trata de un gabinete de coalición, hay que entender esas diferencias dentro de la más absoluta normalidad. Cosa diferente es cómo gestionar las discrepancias. Que el PSOE y Unidas Podemos tienen propuestas distintas sobre qué hacer con la reforma laboral es algo sabido, conocido y reconocido desde que comenzaron a negociar el acuerdo de gobierno tan citado esta semana -pueden consultarlo aquí.-. Lo más preocupante es que no existan, tras cinco meses de gestión conjunta, mecanismos para gestionar esas discrepancias. El protocolo de funcionamiento, coordinación, desarrollo y seguimiento del pacto es a todas luces insuficiente y no ha resultado útil en ninguna de las polémicas conocidas hasta el momento.
Otro de los elementos que más ha dado que hablar estos días es el hecho de que un asunto de esta envergadura fuera desconocido para el resto del Consejo de Ministros, en especial para dos de las ministras más afectadas: Nadia Calviño, del lado socialista de la coalición, y Yolanda Díaz, por la vertiente de Unidas Podemos. Si se trasciende al cotilleo de quién debió avisar a quién y no lo hizo, o de dónde salieron los whatsapps o telegrams, lo que emerge es un proceso de toma de decisiones en ambos partidos –y en el resto sucedería algo similar– cada vez más cerrado en torno a un reducido número de personas de la estricta confianza del líder. Si los tiempos y las emergencias de aprobar una nueva prórroga del estado de alarma han impedido que ni siquiera los más directamente afectados por una decisión fueran conocedores de la misma, es que esos mecanismos están gravemente dañados y urge repararlos. Los partidos de masas han acabado convirtiéndose en partidos de mesas (camilla) y eso genera enormes disfunciones que se amplifican cuanto más delicadas y complejas son las situaciones.
No hay que olvidar, por otro lado, que los hechos en cuestión empiezan a gestarse ante el temor del Gobierno de no conseguir sacar la prórroga del estado de alarma adelante con un Partido Popular ajeno a la situación de emergencia que vive el país y ERC calentando para la carrera electoral. En esa situación, el Ejecutivo decide poner en marcha la famosa geometría variable. Es decir, la posibilidad de pactar con unos u otros socios en función de lo que tienen en común en cada momento. Olvida, sin embargo, que esta geometría variable necesita, al menos, tres ingredientes: en primer lugar, una cultura del pacto lo suficientemente arraigada y consolidada como para que el riesgo que encierra siempre acordar con otros merezca la pena. Si alguien duda por qué es tan difícil, recomiendo echar un vistazo a este gráfico que difunde el sociólogo Luis Miller, donde se muestra a España como el país más polarizado de su entorno; es decir, aquel donde los seguidores de un partido se muestran más contrarios al resto de formaciones.
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El segundo componente es la gestión de los tiempos. Acuerdos de alto voltaje político como este deben ser cerrados in extremis cuando todos los demás fracasan. De lo contrario, la ganancia prevista (la mayoría para prorrogar el estado de alarma) se desvanece y solo queda el precio a pagar, como ha pasado en este caso. El tercer elemento, y probablemente el más importante, que necesita la geometría variable es la promiscuidad. Es decir, la tendencia a acordar con unos y otros sin que eso suponga fidelidades eternas, algo radicalmente contrario a los ataques de celos, que si para todo en la vida son malos, para situaciones tan complejas como estas, son aún peores.
Inmersos ya como estamos en una crisis de consecuencias desconocidas pero cuya dimensión empezamos a intuir –como describe Ángel Munárriz en este artículo-, es imprescindible que un gobierno afine todos los mecanismos que tiene a su alcance. La prueba de fuego llegará el día que haya que aprobar unos Presupuestos Generales del Estado que se anunciaron como "de reconstrucción" y que pueden acabar siendo de demolición, no sólo de un gabinete progresista, sino de toda una sociedad que se asoma al abismo con las heridas de la Gran Recesión todavía sangrando.
En definitiva, bienvenidos sean disparates como el vivido a raíz de este acuerdo si sirven para ajustar los mecanismos de un gobierno y de una oposición que se enfrentan a uno de los momentos más complicados de la historia reciente. Sólo la promiscuidad nos sacará de esta, acompañada, como es de rigor, de mucho diálogo, conversación, acuerdo y gestión del desacuerdo.