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Rosa María y La Sardà, se nos han apagado dos luces

Raquel Martos

Se ha ido La Sardà y para muchos de nosotros se ha apagado otra luz. Crecí iluminada por su lado cómico, inteligente y atemporal, como todo lo realmente bueno, hoy río a carcajadas con sus gags de hace la tira de años. Más tarde descubrí su enorme capacidad para encarnar el drama en la ficción y aumentó mi admiración. La comedia y el drama conviven en la vida, es delicioso contemplar a quienes saben nadar en ambos estilos.

Fuera de los escenarios, cuando Rosa María hablaba de la vida real y lo hacía con esa crudeza, con la fuerza insuperable que tiene la verdad, completaba el retrato de una mujer excepcional.

Se desnudó emocionalmente en su libro Un incidente sin importancia. Su relato autobiográfico incluía una carta a su madre, la que murió demasiado pronto, como su hermano Joan, uno de aquellos pequeños a los que le tocó cuidar siendo ella muy joven: “hay quien confunde la bondad con el egoísmo (…) es que yo no podría haber hecho otra cosa que no fuera cuidar de mis hermanos, es que otra cosa me hubiera hecho infeliz”.

Esta fue una de las reflexiones que nos regaló en la entrevista con Julia Otero del pasado diciembre, en la que estaba también su hermano Javier. Aquel documento radiofónico- que recomiendo- fue una conversación cálida y franca, traspasaban las ondas el cariño y la confianza entre los interlocutores y Rosa María era ella, en estado puro.

Los oyentes tuvimos el privilegio de asistir al momento, como niños que, escondidos en lo alto de la escalera, escuchan confidencias de adultos. Fue una charla tan deliciosa como dura, sonaba inequívocamente a despedida.

Entre sus sentencias de aquella tarde me guardé una que estamparía con gusto en una camiseta: “Todos seremos siempre una chica joven”. Sostenía Rosa María que la vida, “si vivimos muchos años, nos convierte en una cosa, pero nosotros seguimos siendo esa chica joven”. Y sí, yo también creo que mostremos lo que mostremos, cuando hablamos con nosotros mismos, seguimos haciéndolo con la voz de ese chico o esa chica joven que fuimos.

Si La Sardà hubiera nacido en Estados Unidos hoy habría luto planetario de cinéfilos, amantes del teatro y de la buena televisión, pero nació en España. Decía ella misma en aquella entrevista: “en cien años solo quedarán en el recuerdo dos actrices, Nuria Espert y La Xirgú ¿no os parece muy poco?”.

Sí, muy poco. Debería sonar alto y claro, por ejemplo, el nombre de aquella de la que Berlanga dijo un día: “Rosa María Sardà es la mejor actriz de este país”, aunque ella lo comentara levantando la ceja y virando un ojo como solo La Sardà sabía hacer, con ese tono de voz escéptico, tan distante de las cualidades propias, ese que solo adoptan los realmente valiosos.

Siempre serás “esa chica joven” que maduró a marchas forzadas; siempre serás la mujer que en todas las etapas de su vida profesional nos hizo reír, llorar, reflexionar; siempre serás esa fórmula perfecta de humor, inteligencia, sensibilidad, compromiso e imperfección que te hacía fascinante. Lo que yo daría por haber compartido sofá contigo, como Honorato.

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