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Desde la casa roja

Bienvenido, Herr turista

Aroa Moreno

Lo primero que cerraron en la pandemia, lo último que abrirán: las puertas de los colegios. En Madrid, Isabel Díaz Ayuso aprovechó la coyuntura para eliminar 14.000 plazas de la escuela pública. Justo ahora. Aunque los grupos de alumnos deberán reducirse y las aulas desdoblarse y no haya ni espacios ni profesorado de apoyo. Aunque los padres sigan trabajando en los rincones libres del día desde hace meses sin ayuda. Aunque los niños se hayan desvinculado de compañeros, profesores y rutinas y paseen enmascarados y embadurnados de gel hidroalcohólico en una nueva vida que ya asumen como normal. ¿Cuál será ese entorno seguro en las aulas? ¿Cómo se hará? No importa, nadie nos dice nada conciso de cara a un futuro incierto, pero ya todos nos hemos sentado en una terraza a hacer que aquí nunca pasó nada, ya estamos subiendo y bajando las escaleras mecánicas de los centros comerciales y los alemanes están en Mallorca. Sin embargo, mi amigo que vive en Palma todavía no ha podido venir a ver a sus padres a Madrid.

El lunes aterrizó un avión procedente de Düsseldorf después de tres meses sin turismo por la covid-19 en Baleares. Los visitantes alemanes tendrán que completar un cuestionario de salud, someterse a control de temperatura y compartir el lugar de alojamiento con el Gobierno de Baleares. No guardarán cuarentena ni se harán tests. Tendrán que ir reportando su estado a las autoridades insulares. Un plan piloto del Gobierno que rechazó Canarias y que tiene como objetivo probar los protocolos de seguridad frente a la reanudación del turismo extranjero. Antes de lo previsto, el 22 de junio, España abrirá las fronteras intraeuropeas. Quedan cinco días. ¿Será suficiente para saber que todo ha ido bien? ¿Regresará con la reapertura también ese turismo desenfrenado y masivo que forma parte del sector y se pretenderá que asuma la convivencia con los vecinos y las nuevas medidas de seguridad sanitaria? Otra vez: ¿cómo?

El sector del turismo ha pedido prioridad y se le ha dado. Aunque los hoteleros no están conformes y piden también una rebaja del IVA al 5% y la prolongación de los ERTES hasta enero de 2021. El turismo, que ha sido tocado por la pandemia duramente por la falta de movilidad, representa un importante mordisco del PIB nacional, casi un 13%, pero también oculta miserias y abusos.

El mismo lunes en que un primer avión con 189 alemanes aterrizaba en Baleares al son de «me gusta España, me gusta Mallorca», la portavoz de las Kellys acudía al Congreso de los Diputados para reunirse con los Ministerios de Trabajo e Igualdad y exponer, una vez más, su precaria situación, agravada por el despido improcedente de muchas compañeras que se han visto en las colas de las ayudas sociales y no han podido acogerse a los ERTES ni a las ayudas del Gobierno. Han pedido que se atienda de una vez su fragilidad laboral, recrudecida ahora por una nueva carga de trabajo para convertir los alojamientos en espacios covid-free. Quieren que se imparta formación en seguridad sanitaria y se les den las herramientas para ejercer su trabajo de forma segura.

Pensé que este sería un verano insólito, donde retomaríamos el pulso de nuestras ciudades poco a poco, pero ya siento bullir hasta en mí, que me creía ya para siempre en hibernación, las ganas de meter los pies en el mar, de cenar en un pequeño restaurante portugués, de cruzar el atestado puente del Kursaal de Donostia. Porque necesitamos sanar también de preocupación. Porque aunque al rebrote se le espera en otoño, nada impedirá que vuelva a expandirse el virus como en marzo y nos veamos confinados antes de lo imaginado. De hecho, según afirman los expertos, hay más cantidad de virus circulando ahora que antes del Estado de Alarma. Ni el calor, ni la escala de prioridades económicas, ni esta supuesta normalidad y amnesia colectiva nos salvarán de infectarnos si no somos precavidos: mascarilla, distancia social y reducción de la movilidad. Parece fácil. Además, lo es.

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