Cultura

Vuelve Bob Dylan: un antídoto contra estos tiempos ásperos y ruidosos

Bob Dylan toca en octubre de 2016 en su ciudad natal en el DECC en el centro de Duluth, Estado de Minnesota.

Están pasando cosas que no habían ocurrido nunca. Este viernes mismo, ha aparecido, por primera vez en la historia, un disco de un premio Nobel de Literatura. Claro que se trata de alguien inigualable, Bob Dylan, que en su doble condición de escritor y compositor también es la única persona sobre este mundo que tiene el Nobel, el Pulitzer y un Oscar, aparte de una montaña de Grammys. Su nuevo álbum, que lo es de verdad porque lo abres y tiene dos discos, algo que en estos tiempos en los que esas cosas que ya no se hacen él puede hacerlas porque, al fin y al cabo, fue quien se las inventó –su Blonde on blonde es el primer elepé doble que existió– se llama Rough and rowdy ways, algo así como “modales ásperos y ruidosos”, así que el título, de entrada y por desgracia, nos viene como anillo al dedo.

Dylan llevaba ocho años sin publicar canciones originales, sacando discos en los que reinterpretaba clásicos hechos célebres por Frank Sinatra o colecciones de rarezas guardadas como tesoros en los almacenes del sello Columbia, las famosas bootleg series, así que esta reaparición es un acontecimiento, sobre todo porque al borde de los ochenta años su estado de forma como compositor capaz de crear estas diez bellezas afiladas demuestra hasta qué punto se equivocan quienes desprecian la tercera edad, quienes consideran a las personas mayores seres ya prescindibles, destinados a ocultarse en una oscura residencia o, en el caso más extremo, víctimas prioritarias de una pandemia. Hace unos días lo declaraba él mismo a The New York Times, en una de esas raras entrevistas que concede de década en década: “¿El coronavirus? Quizá sea un castigo terrible a nuestra extrema arrogancia. Tal vez a causa de ella estemos en la víspera de la destrucción.”

Rough and rowdy ways es un cofre del tesoro, está lleno de joyas. Algunas ya las había adelantado Murder most foul, la larga letanía, cercana a un recitado poético, que comienza con el asesinato de John Fitzgerald Kennedy –“fue un día oscuro en Dallas, / noviembre del 63, / un día que vivirá en la infamia,/ un buen día para seguir vivo y un buen día para morir”–, repasa algunos sucesos capitales del siglo pasado, hace una lista de sus héroes personales y es el tema más largo de su carrera, con sus dieciséis minutos y cincuenta y cinco segundos. También nos había dejado oír en las plataformas I contain munlitudes, un eco de la poesía de Walt Whitman donde también habla de algunos de sus mitos y deja estrofas características de su foma de hacer una letra con trazos surrealistas, imágenes aparentemente inconexas: “Tengo un corazón capaz de contar cuentos / como el del Sr. Poe/ (…) soy como Anna Frank y como Indiana Jones, / como esos ingleses traviesos de los Rolling Stones. / (…) Voy directo al filo del abismo, voy recto hacia mi final, / voy donde todas las cosas perdidas se reparan, / canto las canciones de la experiencia como William Blake. / No tengo nada por lo que disculparme. / Todo fluye todo al mismo tiempo. / Vivo en el bulevar del crimen.”

Finalmente, el último avance había sido False prophet, un oscuro e hipnótico blues que en estos tiempos de capitanes a posteriori, vendedores de humo y traficantes de apocalipsis resulta de los más oportuno: “Ustedes hablan de negocios y yo también, / pero yo soy el enemigo de la traición, / enemigo del combate, / soy el enemigo de la vida no vivida, insubstancial. / No soy un falso profeta, / sólo sé lo que sé. / (…) Puedes enterrar al resto, / desnudos y junto a su plata y su oro”. Si te esfuerzas un poco, Dylan aún puede hacerte bailar.

En el disco hay un aroma general de despedida, de testamento, eso le añade un punto de melancolía por anticipado a su escucha, aunque con el genio nunca se sabe, igual el año que viene saca otro. Y por supuesto, no falta la espiritualidad que caracteriza todo su trabajo, lo mismo cuanto tuvo un claro contenido religioso, en los años ochenta, como antes y después. A veces es muy difícil saber si le habla a una chica o a Dios, y una de esas veces es la maravillosa I've made up my mind to give myself to you, uno de los momentos más deslumbrantes y a la vez más sutiles de toda la obra: “Mi ojo es como una estrella fugaz, / no mira nada aquí o allí, / no mira nada que esté cerca o esté lejos. / Nadie me lo dijo, es algo supe por mí mismo, / soy yo quien da decidido entregarme a ti”. Y la termina con un aroma de plegaria: “Mantenme en la carretera, / tú eres un viajero. / Enséñame algo que no entiendo. / Ya no soy el que era, ni las cosas lo son tampoco”. En general, Rough and rowdy ways muestra a un hombre que se siente parte de un tiempo que ya no es el suyo y que no le gusta porque se ha entregado a la violencia y al pesimismo, porque no busca la belleza sino el poder: “Hoy las buenas noticias son tratadas como presos fugados, como matones que huyen, son perseguidas y castigadas”, decía en la conversación de The New York Times.

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Y por supuesto, también opinaba sobre los últimos dramas racistas vividos en Estados Unidos. “Me pone enfermo hasta la náusea ver a George Floyd torturado hasta morir de esa manera. Espero que la justicia llegue para su familia y para todo el país”. Dylan siempre ha sido un defensor de los derechos civiles, participó activamente en la marcha sobre Washington de Martin Luther King, creó himnos como The Death Of Emmett Till, Hurricane, George Jackson o tantas otras; su segundo matrimonio fue con una mujer negra, la corista Carol Dennis, con quien tiene una hija, y en el terreno profesional es evidente lo que le debe a músicos como el recientemente fallecido Little Richard –“Crecí con él –dice en la entrevista mencionada–. Él encendió una cerilla bajo mis pies. Me enseñó cosas que nunca habría sabido por mí mismo”– o Jimmy Reed, uno de sus maestros a la hora de tocar la armónica y a quien hace un fabuloso homenaje en Rough and rowdy ways, Goodby Jimmy Reed, en el que aparece como la encarnación de los valores perdidos: “Vivo en una calle que lleva el nombre de un santo, / donde los judíos, los católicos y los musulmanes rezan juntos. / (…) Adiós, Jimmy Reed, / oye, Jimmy Reed / enséñame esa religión, porque es justo lo que necesito”.

Otro blues subterráneo, Crosing the Rubicon, cuyo título ya lo dice todo, le abre camino a la última pista, Key West del primer disco. El segundo es entero para Murder most foul, como la cuarta cara de Blonde on blonde era para la monumental Sad eyed lady on the lowlands. "La diferencia está en nosotros, porque lo que queremos es que esta vez no tenga razón: ¿Qué son estos días oscuros que veo? / ¿Qué es este mundo inexplicable? / No puedo comprar tiempo, / no puedo recuperar el que malgasté en el pasado. / ¿Cuánto más puede durar todo esto? / ¿Cuánto tiempo queda?".

"Antes de que cruce el Rubicón". Equivócate, Bob, por favor, os necesitamos a ti y a tu arte incomparable. Este disco deja muy claro que aún te queda mucho que decir. Es una obra maestra.

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