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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Qué ven mis ojos

No gritan para que los escuchemos, sino para que no nos oigamos

Benjamín Prado

“Para convencer hace falta la razón; para vencer, sobra con la violencia"

La política se ha convertido en un cristal que cambia el color de lo que se mira, en la frontera que parte en dos una realidad se ve de forma distinta según a qué lado de ella quiera estar cada uno. La militancia ha sido sustituida por la milicia, porque mucha gente se comporta más como miembro de una tropa que como simpatizante de unas ideas, y la ecuanimidad se ha vuelto una virtud rara. Las redes sociales, que vuelven transparentes las opiniones de sus usuarios, dejan ver muy bien ese fenómeno que los medios llaman polarización. Tal vez todo ello sea consecuencia del ejemplo que dan los partidos a los que votan, en los que existe una disciplina de voto que hace pasar cualquier mínima disidencia por un delito de alta traición y donde es prácticamente imposible encontrar una palabra de reconocimiento al adversario. La última intervención en el Congreso del ministro de Sanidad, Salvador Illa, dando educadamente las gracias a cada uno de los portavoces con los que ha debatido a lo largo de la pandemia, por su trabajo, sus aportaciones, aunque fuesen críticas, y su apasionamiento en la defensa de sus principios, nos dejaron tan perplejos a todos, incluso a ellos mismos, que además de terminar dándole un aplauso espontaneo, de repente parecieron otras personas, la tensión había desaparecido de sus caras, sus ojos miraban de otra forma al rival y uno tuvo la sensación de que en la sala había una emotividad sincera. Nadie pensó que eso los hiciese peores, más débiles o menos fiables, sino justo lo contrario. O por poner un ejemplo del otro hemisferio ideológico, también ha habido un elogio unánime y explícito para el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, por su manera respetuosa de manejar el drama del coronavirus en la capital, buscando siempre la coordinación con el Gobierno y el trabajo en equipo con el resto de las fuerzas de izquierda o derecha. Por desgracia, son excepciones a un panorama general en el que mandan la trifulca, la descalificación y una consigna que contradice la misma idea de la democracia: al enemigo, ni agua.

La actitud beligerante de la actual oposición en estos tiempos de miedo y pandemia ha sido y continúa siendo lo contrario de todo eso: agresiva, irrespetuosa, saboteadora hasta el punto de ir a Europa a intentar envenenar las ayudas económicas que nos corresponden para emprender la reconstrucción del país… Y ante todo, destructiva, aunque para ello tuviera que echar mano de un cinismo absoluto y caer en mil y una contradicciones que nos hacen pensar que como se invente la vacuna contra la incoherencia se van a colapsar los ambulatorios: un día sostiene el PP que ponerle pegas a los turistas para que entren en España es intolerable y al siguiente dice que no intensificar los controles a los viajeros en Barajas también es intolerable. Su portavoz, Cayetana Álvarez de Toledo recurre al MoMo para denunciar que durante la pandemia hubo "17.000 muertes más" de las oficiales en España, sin mencionar, por supuesto, que en Madrid, donde su partido manda desde 1995, hubo 14.129 decesos más y, una de dos, o manipulando las cifras, dado que el MoMo da un incremento de 43.657 decesos y la cifra del coronavirus es de 28.235, con lo cual la resta daba 15.422, y no 17.000, o es que lo suyo no son las matemáticas como lo de su jefe Pablo Casado no son ni las ciencias ni las letras, dado que ha ofrecido a bombo y platillo “un pacto de estado Cajal por la Sanidad”, ignorando que ese es el segundo apellido del escritor y premio Nobel de Medicina, y el primero es Ramón: don Santiago Ramón y Cajal. Es como si a él le llaman Blanco: Pablo Casado Blanco o igual que decir que tu filósofo preferido es Gasset. Hay que leer más y fiarse menos de lo que le escriben a uno.

Vivimos un estado de crispación, y eso sólo favorece a quienes no necesitan razones, sólo quieren vencer y les da igual convencer. Cuando gritan es para que no se oiga lo que dicen y no tengamos el silencio que hace falta para poder pensar. Cuando se hacen las víctimas es para que alguien los defienda. Cuando en la versión más extrema uno de sus guardaespaldas se graba un vídeo fusilando fotografías de miembros del Gobierno, están incitando a la violencia. Cuando acosan el domicilio privado del vicepresidente Iglesias, la ministra Montero y sus hijos, llaman a la formación de turbas que se tomen la justicia por su mano. Unos sólo creen en eso, en la violencia, de entrada verbal y, si eso no basta, física. Y otros son sus aliados y sus prisioneros, entre otras cosas, porque es lo único que tienen: ahora mismo, a PP y Cs les quitas Vox, que es quitarles Madrid y Andalucía, y se quedan en nada, porque a la nada les habían conducido sus dos líderes, Casado y Rivera. Esto es lo que hay y es muy poco, porque no hay más que ver el comportamiento general de las y los españoles durante el confinamiento y de casi todas y todos ellos en estos primeros instantes de la nueva normalidad, para darse cuenta de que España merece algo mucho mejor que esta oposición cuartelera. Como antídoto a ella, les dejo este consejo del médico Abdu Sharkawy, que usa Patti Smith como cita en su último libro, El año del mono: “Templen el miedo con la razón, el pánico con la paciencia y la incertidumbre con la educación.” Sublime.

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