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Telepolítica

El sistema nos quiere proteger

José Miguel Contreras

En los últimos tiempos hemos visto cómo noticias aparentemente diferentes aparecen recurrentemente en los medios y abren algunas polémicas públicas. Hace unas semanas, conocimos una información referida a que la plataforma HBO en Estados Unidos decidió retirar de su catálogo Lo que el viento se llevó, Lo que el viento se llevópelícula rodada en 1939. La explicación oficial fue que la cinta ofrecía un punto de vista idealizado del racismo. Evidentemente, el contexto fue determinante: la grave crisis abierta tras la muerte de George Floyd a causa de un violento y criminal abuso policial. En nuestro país, esta semana hemos asistido a la resolución de la Junta Electoral Central que permitía la difusión de propaganda electoral de Vox que, para algunos, podía implicar alguna práctica delictiva por los mensajes que trasladaba.

Desde hace muchos años, nos hemos acostumbrado a convivir con advertencias oficiales sobre determinados contenidos en la televisión y el cine que se considera que no pueden difundirse libremente sin la correspondiente prevención. En los últimos tiempos, la enloquecida difusión de fakes, bulos, mentiras y difamaciones difundidas por fuentes anónimas o, incluso, por emisores supuestamente fiables, ha provocado no pocas protestas de las personas afectadas. La sensación de desamparo de cualquier ciudadano es evidente ante fenómenos que sobrepasan ampliamente su capacidad de control.

Esta misma semana ha sido noticia el boicot de una larga serie de anunciantes de primer nivel a Facebook con el fin de presionar a la plataforma para que controle y prohíba mensajes de odio. Ya la semana anterior, Facebook, bajo una fuerte presión generalizada, había retirado una campaña de Donald Trump por utilizar simbología que remedaba la estética nazi. La compañía de Mark Zuckerberg ha perdido más de un 10% del valor de sus acciones, en apenas unos días, tras la retirada de anunciantes como Coca-Cola y Starbucks.

Llama la atención la capacidad de la cultura estadounidense para ponerle nombre a cualquier fenómeno que aparece. La enorme riqueza del idioma español a veces hace que se mueva con cierta lentitud a la hora de bautizar fenómenos recién llegados. Al final, ante la duda, acabamos utilizando el anglicismo ante nuestra incapacidad para nominar todo lo que surge repentinamente. Uno de los conceptos de moda en los estudios sociológicos actuales en Estados Unidos es el bautizado como Trigger WarningsTrigger Warnings. Podríamos traducirlo algo así como Alarmas detonantes. Suena lo suficientemente mal como para quedarnos con la expresión americana.

El concepto proviene de la psiquiatría. Surgió como consecuencia de los análisis de los trastornos post traumáticos que se detectaron en los soldados que volvieron de la Primera Guerra Mundial. El fenómeno adquirió gran relevancia tras la Guerra del Vietnam. En aquel periodo tuvieron una gran difusión los trabajos sobre los denominados TEPT, aplicados a las consecuencias que podían llegar a marcar la vida de miles de jóvenes que habían vivido el shock de la experiencia bélica. En esos años, se empezó a manejar el término Trigger Warning, referido a la posibilidad de detectar por anticipado situaciones que pueden desencadenar procesos traumáticos en la mente humana.

La llegada de internet y la extensión de las redes sociales han animado la aparición de una corriente teórica preocupada por los posibles efectos de una comunicación descontrolada en usuarios más o menos preparados para asimilar determinadas informaciones. Hablamos de personas con deficiente formación que pudieran ser carne de cañón para propagadores de mensajes malintencionados con fines oscuros. La discusión sobre los Trigger Warnings ha tenido especial eco en el espacio universitario en EEUU. En los últimos años, se han repetido importantes incidentes derivados de la activación de protocolos, de supuesta protección de la mente de los estudiantes, para que no accedieran a contenidos que pudieran impactar en sus conciencias de forma traumática. Bajo este espíritu, proliferan prohibiciones de eventos y conferencias de figuras polémicas o se promueven escraches o campañas de desprestigio contra aquellos a quienes se acusa de promover valores poco enriquecedores. La frontera entre este tipo de medidas de protección y la censura es demasiado tenue y, dependiendo de quién maneje esos controles, puede derivar en escenarios surrealistas impropios de principios como la pluralidad, la diversidad o incluso la propia democracia.

Balance de daños en los partidos políticos

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Si tuviéramos que recomendar un texto para entender bien el fenómeno, deberíamos sin duda hablar de un libro, publicado hace unos meses, cuyos autores son el psicólogo social Jonathan Haidt y el abogado Greg Lukianoff, con el evocador título de La transformación de la mente moderna: Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso. El interesante trabajo de Haidt y Lukianoff mantiene que el actual modelo educativo imperante en las universidades americanas parte de que “los estudiantes son frágiles. Incluso los que no son frágiles creen a menudo que los demás están en peligro y por tanto necesitan protección. No se espera que los estudiantes se vuelvan más fuertes por su contacto con discursos o textos detonantes”. Es decir, se trata de una concepción proteccionista de la formación que debe impedir cualquier contacto con contenidos que en lugar de enriquecer y abrir la mente de los estudiantes puedan provocar en ellos traumas irreversibles.

Es interesante observar cómo este fenómeno de sobreprotección está especialmente asentado en los centros educativos más progresistas, donde la preocupación por las amenazas externas provenientes de los grupos ultraconservadores es creciente. Consideran que el auge de los movimientos nacionalpopulistas acaban por cebarse especialmente en sectores identitarios tradicionalmente desprotegidos, cuando no perseguidos, en razón de la raza, la condición sexual o la ideología. La reacción de colocar barreras aislantes frente a esos mensajes abre un debate sobre la posibilidad de perder el contacto con el mundo real. Y cabe plantear la preocupación de cómo reaccionarán esos jóvenes sobreprotegidos cuando tarde o temprano salgan al mundo exterior.

Mientras, los movimientos de ultraderecha están promoviendo un curioso doble efecto. Por un lado, manifiestan abiertamente una posición escandalizada ante la profusión de contenidos que consideran perjudiciales para la ciudadanía. La pandemia nos ha hecho olvidar la polémica en torno al llamado pin parental que pretendía servir como barrera para una supuesta perversión de la conciencia de los niños. A la vez, este tipo de formaciones promueve incesantemente campañas de difamación, de odio, de confrontación basadas en bulos, falsedades y manipulaciones de la realidad. Los que más se escandalizan son precisamente los que promueven acciones más reprobables.

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