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El mirador de Belén

Raquel Martos

El pasado sábado hubo apagón en Madrid, cerró los ojos Belén Bermejo, editora, fotógrafa, pensadora y libre.

La mirada de un ser humano sobre el mundo define quién es. Ella tuvo el gesto generoso de compartirla con los demás, como esa compañera de viaje que baja del escalón y te cede el sitio en el mirador para que tú también puedas disfrutar del paisaje con el telescopio panorámico.

Ver la vida a través de la mirada de Belén era una deliciosa combinación de aprendizaje, placer y despertar. Te contaba las farolas numeradas de Madrid, te invitaba a acercar la nariz a peonías o minutisas, te llevaba a Velintonia para que os cabrearais juntas por el indigno abandono de la casa del poeta.

Qué placer curiosear, como niña en desván ajeno, su baúl fotográfico de lápices de colores, pinzas de tender, gotas sobre cristal. Qué aventura colarte por sus puertas, sus ventanas, por las rendijas que abrían un horizonte entre dos muros. Qué entrañable participar de sus recuerdos familiares, de amigos, de amor, de viajes, risas y sonrisas.

Y podías descansar en la belleza de sus nubes o despertar con la fuerza del compromiso de sus férreas convicciones. Belén paseaba con delicadeza por la belleza, pero daba un taconazo sin disimulo para defender aquello en lo que creía: el feminismo, la Sanidad pública, el sitio de la cultura.

Sus fotografías eran migas de pan marcando el camino hacia su interior luminoso, huellas, pistas, señales de su paso inteligente y sensible por la vida.

Tratar de llenar el vacío que dejan las personas a las que queremos y admiramos es un estúpido intento, como el de atrapar con arena el agua del mar. Solo podemos prometernos no olvidar quiénes fueron, qué aprendimos de ellas y, tal vez, seguir sus pasos. Los de Belén eran claros y firmes, los daba con alegría y contundencia, con sus botas Dr. Martens rojas de charol.

En ocasiones, ciertos acontecimientos vitales de dos personas se entrelazan y forman una guirnalda –palabra favorita de Belén–. En las nuestras se cruzaron, como trágicas casualidades, hechos que nos conectaron de un modo casi literario. El dolor compartido puede tejer redes invisibles de cariño mutuo entre dos y sucedió. Y aquí estoy, sujetando con desconsuelo mi extremo de la guirnalda porque ella soltó el suyo hace una semana.

La sonrisa deslumbrante de Belén Bermejo apareció un 3 de junio, en la glorieta de Embajadores, a las tres de la madrugada. Nos encontramos mientras buscábamos, desesperadamente, cómo volver a casa después del concierto de Paul MCartney en el Calderón (típico caos nocturno de antigua normalidad de Madrid en concierto). Talismanes mutuos, apareció un taxi y lo compartimos, Belén, su pareja, mi hermana y yo. Qué encuentro inesperado tan feliz, qué rato más bueno.

Este verano no hay conciertos, Belén, desapareció el Calderón y nos hemos quedado sin ti, pero nunca vamos a olvidar quién eres, por qué te queremos y nuestra inmensa suerte de haberte conocido.

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