¡A la escucha!

Ni esconderse ni insultar

Helena Resano

Esconder el problema nunca es una buena solución. Quitarse de en medio y desaparecer puede ser una buena táctica de escapismo, pero el problema seguirá ahí, aunque te esfumes, y antes o después habrá que abordarlo y solucionarlo. Para eso hace falta valentía, cierto, asumir que vas a correr riesgos y que, incluso, puedes perder. Pero créeme que eso será mucho mejor que mirar para otro lado y hacer como que aquí no ha pasado nada.

Estos días se apuntaba a la posibilidad de que Don Juan Carlos acabe marchándose a vivir fuera de España para evitar dañar más a la Corona. Fernando Garea contaba que Moncloa y Zarzuela trabajan para minimizar los daños colaterales que pueda sufrir Felipe VI tras el aluvión de detalles y noticias que se van conociendo del rey emérito y de su fortuna oculta. Barajan varios escenarios y entre ellos el del exilio de Don Juan Carlos. Quitarlo de en medio, apostar por su olvido. Pero es complicado olvidar todo lo que hemos sabido estas semanas.

Las cifras y las fechas son lo que más duele en toda esta historia. Cuándo se maniobró y se movió ese dinero, y la cantidad de millones de euros que se ocultaron justo cuando el país peor lo estaba pasando. Hace unas semanas escribía aquí que quizás el problema fue siempre de origen: haber dejado las cartas boca arriba desde el principio, haber definido el papel de la monarquía de una forma más clara y establecer una retribución en función de sus gestiones, hubieran evitado todo esto. Me dirán que eso ya está contemplado, que para eso cobran los miembros de las Casa del Rey esa asignación de los presupuestos generales. Sí, de acuerdo. Pero si cientos de empresas se beneficiaron durante años de las gestiones y contactos del Rey para conseguir contratos suculentos, deberían haber establecido otras reglas de juego. Es así de sencillo: transparencia. Cuando las cosas se hacen con luz y taquígrafos, nada puede fallar. Nadie puede malinterpretar gestos, declaraciones, ni hay que viajar con dinero oculto en maletines.

Pero esta semana creo que nos ha dejado varias lecciones para repasar este verano cómo deberíamos afrontar esta nueva etapa. La lección de cómo nos tratamos entre nosotros.

Insultar no te va a dar la razón. El insulto sólo esconde falta de argumentos, falta de capacidad para debatir y confrontar ideas. Descalificar al de enfrente no lo debilita a él, al contrario, es un efecto boomerang y dependiendo de quién seas y qué cargo ocupes, el insulto te acaba perjudicando a ti. Creo que la crítica, respaldada con datos, cifras, argumentos, ideas, puede ayudar a mejorar un proyecto o un equipo. Los que trabajamos en equipos grandes lo sabemos: saber escuchar, saber aceptar ideas diferentes a las tuyas, te enriquece. Y saber admitir errores, te hace mejor profesional. Porque equivocarnos, nos equivocamos todos. Cuando asumes puestos de responsabilidad, esto se hace casi obligatorio. Señalar a quien no comulga contigo, en la oficina o en la vida pública, es esconderte tras un muro de cobardía. Porque aunque tú no lo hagas, sabes que vendrá otro a escupir, insultar o amedrentar a quien has señalado.

Queremos crecer como sociedad, yo al menos lo deseo. Tras los meses más duros de los últimos años, muchos creemos que tenemos una oportunidad perfecta para poder hacerlo. Un estudio de Kantar Media para Deustche Bank publicado estos días asegura que el 39% de los españoles sale de esta pandemia con más optimismo y con más ganas de cumplir sus sueños. Vayamos a por ello, entonces. Sólo es cuestión de voluntad.

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