Aquí me cierro otra puerta

Contra Felipe González

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Siempre fui muy precoz en lo que se refiere a la conciencia política e incluso a mi amor por el periodismo. Con 14 años comparaba el periódico de información general, cosa que evidentemente no era muy normal ni siquiera entonces. Era el principio de los 90. Como siempre estuve ideológicamente a la izquierda del PSOE, crecí en cierta manera odiándolo. Hoy tengo claro que sé por qué.

El porqué tiene nombre y apellidos: Felipe González Márquez. Yo soy hijo de la España de los GAL y de la corrupción sistémica del arranque de esa década, sentía que el presidente (y todavía hoy lo siento) era el cabecilla de una manga de ladrones y comandante en jefe de lo que llamaban, en el mayor eufemismo posible, la guerra sucia. Vivía aterrorizado por ETA, era de esa gente que jamás soñó con ver su final. Estaban ahí. En mi país se mataba. Como soy de Vallecas y un par de veces cayó cerca (un día estaba en el Polideportivo de Palomeras y oímos un estallido tremendo; resultó ser un paquete que le explotó a un Tedax en un polígono cercano y lo mató) odié el terrorismo y a ETA, y me llenaba de angustia que desde el Estado se respondiera con la misma moneda. Yo no quería ser eso. Y me hacían sentirme parte, la parte ejecutora, por ser español. No hay nada peor que un terrorista. No hay nada peor que ser el capataz del miedo.

Y luego estaba lo de la corrupción. Era un sistema extractivo de dinero tan organizado y tan sistémico, que la expresión “fondos reservados” me sigue llevando a día de hoy a un revoltijo en mis tripas. Es muy duro ver que se lo llevan, pero si te considerabas progresista, de alguna manera se lo llevaban “los tuyos”. Porque aunque estuviera claramente posicionado más a la izquierda, yo era un adolescente que ve la ideología a brochazos gordos. Y, en cierta manera, sentía que el jefe de la banda era de “los míos”. Por suerte, Felipe González se encargó de dejarme claro que yo no era de los suyos con ese odio visceral y atávico por Julio Anguita e Izquierda Unida. Ya saben, lo de son “la misma mierda” y esas cosas. Tal era el estado de la nación en mi cabeza, que en las elecciones de 1993, en las que el PSOE ganó contra pronóstico (aquellas en las que Felipe González dijo haber entendido el mensaje, aunque luego se demostró que lo había entendido por los cojones) yo pensaba que el país estaba idiota perdido. Sentía, a mi manera poco elaborada ideológicamente, que Felipe se tenía que ir y que nada era peor que él. La realidad es que, a día de hoy lo pienso, a mediados de los 90 ese no era un mal análisis.

El caso es que siento que ese adolescente no se equivocaba con Felipe González. Él se ha encargado de demostrarlo en los últimos 20 años. Últimamente ha abierto la boca para defender la presunción de inocencia del rey emérito (ha dicho que se enfrenta a “lo que diga una señora”, que como es bien listo no ha dicho “una fulana”, aunque posiblemente lo piense) y para afirmar que él no cree que Jordi Pujol robara y que, aunque se esté planteando juzgar a esa familia como una banda criminal, mantiene que todo es para proteger a sus hijos, que sí que son unos manguis y que el padre de la patria, con el que Felipe construyó algunos telones de impunidad en los 80 y los 90, es un hombre molt honorable. Con las mismas, ha afirmado, con esa ironía que maneja con maestría, que alguien tiene que explicarle para qué quiere Pablo Iglesias saber las cositas del CNI. Es decir: presunción de inocencia para JCI y Jordi Pujol, presunción de culpabilidad para el Vicepresidente Segundo de un gobierno encabezado por el PSOE. En ambos casos me temo que el razonamiento para defender ambas cosas es el mismo: que le salpique lo menos posible a su figura. Nada más.

No tengo pruebas pero tampoco dudas de que para Felipe González es más deseable Pablo Casado que Pablo Iglesias. Incluso diría que preferiría a Santi Abascal, que al fin y al cabo votó en contra de que le investigaran en el Congreso por los GAL. Con las mismas, no albergo demasiadas dudas de que se sentiría más cómodo con Albert Rivera o Inés Arrimadas que con Pedro Sánchez.

Y justo por esto, creo que en mi generación debemos dejar de aplicar el odio felipista al actual PSOE. Para nosotros, el PSOE representa un mal que ya no existe. Sí, es un partido con una veta neoliberal evidente. Sabemos hasta dónde no llegará nunca, hace tiempo que aprendimos a no esperar nada de él y así no decepcionarnos. Vale que tiene un presidente que afirmó que no dormiría tranquilo con mi voto representado en un gobierno, que es de las cosas más insultantes que puede decir un progresista de una persona que esté a su izquierda, y que es un ser humano capaz de decir una cosa por la mañana, la contraria a mediodía y llegar por la noche a una entente cordial entre lo que declaró por la mañana y lo que afirmó al mediodía. Pero ese odio, ese Pablo Iglesias (en el que me vi absolutamente reflejado) hablando de la cal viva en el Parlamento cuando ni tocaba ni era justo, creo que es propio de otro tiempo. No le voy a dar amor al PSOE, pero no creo que se merezca ese odio desde las tripas de mi yo adolescente de los 90.

Eso sí: que esto no impida ver que Felipe González es de la clase de personas a las que hay que confrontar siempre. Esa gente que, en última instancia, cuando se dibuja una raya en el suelo y en un lado están los poderosos y en la otra los desposeídos (pongamos ‘descamisaos’, por utilizar su jerga), claramente se va a colocar en defensa de los que lo tienen todo. Y esa es, al final del día y sin matices, la línea que divide a la gente que merece la pena de la que no.

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