Qué ven mis ojos

Quevedo nos mintió en eso: don dinero es poderoso, pero no es un caballero

Benjamín Prado

"El único camino recto hacia la prosperidad es el que pasa a través de la justicia"

Entre todos los inventos siniestros que ha hecho la humanidad en contra de sí misma, ninguno tan dañino como el dinero. Nada nos enloquece tanto, por nada se lucha con tanta ferocidad. Cada moneda deja una gota del veneno de la avaricia en las manos por las que pasa. Cada billete es un ladrillo del muro que separa a quienes lo tienen de los que no. Una frase absurda hizo época y resumió el espíritu del neoliberalismo que ha arrasado el planeta: "Es la economía, estúpido". Una imagen, la de los inmigrantes muriendo de frío en las fronteras de la próspera Europa, le puso miles de caras al negocio de la desigualdad, que cubre de oro a unos cuantos y mata de hambre a millones de personas. Y una tragedia cercana, la de los ancianos a quienes han dejado morir entre los fondos buitre que controlaban los geriátricos donde vivían y las instituciones que eran sus cómplices, deja claro el nivel de brutalidad al que se había llegado. Tal vez ahora nos hayamos dado por fin cuenta de que no, de que gran parte de lo que nos pasa tiene mucho que ver con la injusticia de los números, que deja a tantos en un ángulo muerto, al margen, solos. Este sistema no funciona porque está basado en el desequilibrio: todo para algunos y nada para el resto.

El verbo privatizar siempre acaba con alguien en el cementerio

El verbo privatizar siempre acaba con alguien en el cementerio

En medio de una pandemia con un poder de destrucción como el que tiene el coronavirus, al primer mundo le ha faltado tiempo para reconocer que no tiene alternativas, que si la máquina de hacer dinero se detiene, el barco se hunde, así que con la enfermedad aún vigente nos han mandado a todos a la oficina: hay que abrir los comercios, hacer circular los productos, sacar otra vez la tarjeta de crédito, marcharse de vacaciones y cruzar los dedos para sobrevivir. Eso, por un lado, mientras por el otro se acepta a regañadientes que las cosas se estaban haciendo mal, que no se debió recortar y privatizar la Sanidad pública, que no se entendió que los edificios más importantes de una ciudad no son los bancos, sino los hospitales y después las escuelas, los colegios, las universidades… En España, el disparate cobra perfiles de suicidio cuando vemos que Madrid, el epicentro del drama en nuestro país, es la única comunidad, junto a Canarias, donde usar mascarillas en público y sin excepciones no es obligatorio. La decisión es del mismo Gobierno regional que mandó no derivar residentes de los geriátricos a los sanatorios, y lo bueno es que la coartada ya la tiene montada: si Ayuso, los suyos y sus socios vuelven a causar miles de muertos, volverán a culpar al presidente Sánchez y el vicepresidente Iglesias, ese político al que los libelos dibujan con una pistola metida en la boca. Entre las víctimas del covid-19 está una buena parte del periodismo. Por suerte, hay otra mitad que hoy más que nunca dignifica esta profesión. El resto pueden seguir diciendo que los ladrones no estaban en La Zarzuela sino en Venezuela, que rima.

La ultraderecha ya no se esconde, ha ocupado el centro del debate como los lobos bajan de la montaña a la plaza del pueblo. Por aquí se pavonean, rodeados de banderas, lo mismo que si no fuesen una panda de vividores que se ha dedicado toda su vida a vivir del cuento, cuando no de la estafa, y a cosas muy parecidas a las que hacía el juez que pusieron en Andalucía al mando de sus operaciones y que se ve venir que acabará en la cárcel. En la Unión Europea se han hecho con parte del control de las instituciones y desde los despachos más altos bombardean cualquier intento de gasto solidario que le saque las castañas del fuego a un continente en llamas. Y aquí el Partido Popular ha llegado a alinearse con quienes pretenden arruinar a España para tenerla en su mano, perjudicarnos en el reparto, someternos a un control asfixiante y, naturalmente, reincidir en la técnica de los recortes, cuyo resultado, tarde o temprano, siempre es el mismo: la ruina. Este mismo lunes, Pablo Casado trató de ponerle todos los palos posibles en la rueda a Pedro Sánchez, dijo que fue a la negociación de los fondos europeos "sin los deberes hechos", lo acusó de carecer de"credibilidad, solvencia y confianza", sostuvo que la recesión se debe a “las malas políticas de los últimos dos años" y volvió a exigir que se utilizaran "las recetas que siempre han funcionado" con el Partido Popular. Esa gente pone el poder por encima de la vida, y eso es una negación de la propia democracia, cuya misión es, ante todo, proteger a las y los ciudadanos. A todos ellos, sin que importe cuáles sean sus convicciones. Es su obligación. Que la cumplan o que se vayan.

No, es la hora de guardar las tijeras y centrarse en lo que propone Recortes Cero: fortalecer los servicios públicos, blindar las pensiones constitucionalmente, conseguir una fiscalidad progresiva que logre que las organizaciones financieras y las multinacionales no paguen tres veces menos impuestos que las pymes, subir los salarios bajos y poner tope a los altos y reindustrializar el país. Es muy fácil de entender: el único camino recto hacia la prosperidad es el que pasa a través de la justicia. Hay que escapar de la tiranía del dinero, cuyos dueños usarán todos los golpes bajos que necesiten para conservarlo. "Poderoso caballero es don dinero", dijo Francisco de Quevedo, pero mentía: la caballerosidad no está entre sus cualidades.

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