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Muros sin Fronteras

Ganan los cerebroplanistas

Ramón Lobo

¿Seríamos capaces de ver y aceptar hechos y respuestas que desafían lo establecido por la ideología que hemos elegido? La respuesta mayoritaria es “no”, y ese es el problema. Nos hemos dividido en tribus dogmáticas que solo aceptan como válido aquello que coincide y refuerza sus prejuicios. La sociedad líquida que denunció Zygmunt Bauman, reducida a un mar de instantaneidad insustancial, dificulta el aprendizaje y la aceptación del Otro, del diferente. El Otro es visto como peligro, alguien al que es preciso silenciar, dejarle sin voz, mandarle de vuelta a su país.

La educación que recibimos suele estar más de acuerdo con las tradiciones de la familia o del grupo social al que pertenecemos que con los hechos probados. Manda lo subjetivo sobre lo objetivo. Es la base de los pensamientos cerrados y autosuficientes. Se nos moldea para ver una parte de la realidad. El sectarismo es el motor de las religiones y de los nacionalismos y, a menudo, de los partidos políticos y las empresas. Estamos educados en acatar las órdenes de la jerarquía. Está mal visto pensar y actuar de manera independiente.

Buscamos profetas, no personas con las que se pueda discrepar y aprender. Este es el motor del vídeo que arranca el texto. Hasta somos incapaces de resolver problemas matemáticos que contradicen nuestras ideas. (Un secreto: los vídeos tienen una rueda a la derecha que permite configurar y seleccionar el idioma de los subtítulos. Suerte).

Este segundo vídeo trata de nuestra inclinación a tomar decisiones irracionales. También tiene una base matemática. En tiempos de carestía económica y de miedo pandémico, como en el que nos encontramos, las malas decisiones pueden ser catastróficas. El discurso está dominado por líderes peligrosos que han violado el principio número uno de la buena gobernanza: no abrir el baúl del odio. Es un sentimiento que no regresa fácilmente a su lugar de origen. Los periodistas que decimos combatir los discursos extremos hemos terminado por allanar el camino a cambio de share. Al repetir sus argumentos sin contexto alguno ganan los cerebroplanistas.

Sin la capacidad de pensar fuera del grupo tenemos dificultades para detectar y desactivar los mensajes de odio, sean xenófobos, machistas u homófobos. Hemos normalizado lo anormal. El problema está más allá de Fox News en EEUU y de las redes sociales en todo el mundo, basta con leer algunos periódicos en España entregados a la patraña a cuatro columnas o escuchar a algunos tertulianos. Para odiar bien, sin mala conciencia, es necesario deshumanizar a quien percibimos contrario, es algo que empieza en el colegio y puede acabar en una guerra.

Es inútil pedir mesura a quienes viven y medran en la desmesura, a quienes se esconden en el tumulto para lanzar insultos zafios y machistas a los que no piensan como ellos; es decir, a los que piensan un poco. El “oe oe a por ellos” de 2017 ha abandonado el territorio de la chacota, si es que alguna vez estuvo en él, para convertirse en un problema de convivencia en España. Están los señaladores de cuello blanco y los mamporreros que interpretan el runrún del odio como una orden. Ambos serán responsables si sucede una desgracia.

Es urgente una reflexión de políticos, periodistas y ciudadanos que no se producirá porque estamos atrapados en lo que denuncia el primer vídeo: la incapacidad de ver la realidad.

Ya no se trata de un anti catalanismo de piel con el que se pretendió descarrillar el proceso de secesión de 2017. Fue tanta la torpeza política y policial del gobierno de Mariano Rajoy que terminó por reforzar al independentismo que pretendía destruir, regalándole el 1-0 como un nuevo icono en su lucha milenaria. Ahora, más que un asunto de xenofobia territorial, son las orejas de la extrema derecha de siempre, la antidemocrática, la que fusila poetas.

Hablo del ataque tumultuario a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, llevado a cabo en Toledo por un grupúsculo de empresarios taurinos, algún torero y mucho espontáneo. Y del acoso a Juan Carlos Monedero en un bar de Barbate durante sus vacaciones. Debían ser simpatizantes de Vox pues este partido alardeó de los hechos en su cuenta oficial de Twitter.

La claque mediática extrema y extremada justifican y recuerdan los escraches alimentados en su día por Podemos contra Soraya Sáenz de Santamaría y González Pons, entre otros políticos de la derecha. Además del tumulto universitario que impidió hablar a Rosa Díaz cuando aún tenía algo que decir. No deberíamos de confundir estos escraches, en mi opinión rechazables, con los que se realizan contra bancos para impedir desahucios. Me gustaron en especial los de Argentina, cuando servían para informar a los vecinos de que entre ellos vivía un torturador, un ladrón de bebés o un asesino.

¿Cuántos escraches a políticos y dirigentes de izquierda son necesarios para dar por terminada la competición? ¿Cuentan los dos meses de acoso a la familia de Pablo Iglesias-Irene Montero con sus tres hijos? ¿Cuántos dirigentes de las derechas extrema y extremada han condenado este cerco? ¿Cuántos periodistas exaltados han pedido parar el exceso?

El mecanismo es conocido: si gobierno yo, hay paz y pactos; si gobiernas tú, es la guerra por tierra, mar y aire. Ya le pasó a Zapatero. La única salida de este círculo es la educación, por eso sigue secuestrada.

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