Desde la tramoya

Un comunicado como un torniquete

Luis Arroyo

Para muchos de mis colegas, el comunicado de la Casa del Rey sobre la marcha de Juan Carlos es un desastre. Unos creen que la única solución posible habría sido aplicarse el sacramento del perdón cristiano en sus cuatro fases: arrepentimiento, confesión, penitencia y absolución. Como sí hizo el rey cuando le pillaron cazando elefantes. El problema insalvable de tal recomendación es que el rey emérito no ha dado el más mínimo signo de arrepentimiento. Y que de arrepentirse de veras estaría asumiendo su culpabilidad ante una posible imputación que aún no se ha producido. Y que la penitencia asociada a la confesión implicaría regularizar su situación fiscal y aflorar otras cantidades ocultas.

Más bien parece que el rey emérito estaría justificando su comportamiento como una compensación por su servicio a España, como especulé hace unas semanas. De modo que quienes recomendarían a Felipe VI y a Juan Carlos I que se pusieran de acuerdo en un reconocimiento de los pecados y una penitencia acorde con ellos, deberían pensar cómo demonios lograrían ellos echar de su casa a su propio padre, un señor mayor que no entiende por qué ha de marcharse.

Otros, monárquicos irredentos o pragmáticos recalcitrantes, dicen que habría que haberle dejado en paz en la Zarzuela. En este caso la dificultad está en que ese recinto es patrimonio del Estado y que la cercanía del padre en la casa del hijo estaba ya resultando tóxica para la supervivencia de la Monarquía. Especialmente después de que en mitad del confinamiento, el hijo le retirara al padre la asignación anual. No: es improbable que la permanencia de Juan Carlos en Zarzuela no fuera un problema para Felipe. Por no entrar en las complicaciones familiares (la abuela eternamente abnegada, la esposa reina que según parece no aguanta al suegro, y la hijas princesas asistiendo al espectáculo).

De hecho, el alejamiento físico del rey emérito era un buen símbolo del cortafuegos que la Casa del Rey está trazando para no quemar la institución más de lo que está. Puede que la decisión no sea suficiente, ya veremos, pero desde luego parecía imprescindible, dadas las circunstancias, que el rey padre se alejara simbólicamente del hijo, para que éste pueda decir que, ya lejos de él, todo lo que pase pertenece a la vida privada del monarca repudiado.

Se ha criticado que la Casa del Rey no diga dónde se ha marchado. Hacerlo habría tenido algunas complicaciones. Primero, el rey Juan Carlos es conocido por no decir dónde va. Ha habido a lo largo de las décadas de su reinado muchas ocasiones en las que ni siquiera el Gobierno sabía dónde estaba. Incluso en momentos en los que tenía que firmar reales decretos con urgencia. Segundo, decirlo habría acarreado una inmediata atención de cientos de medios de comunicación que habrían complicado las cosas. Tercero, si ese destino hubiera sido una fijación de residencia estable, el mundo entero podría haber acordado que el emérito se exiliaba. O que huía de la Justicia española.

A la luz de la cuidadosa y anodina redacción de la carta del padre al hijo, nadie puede afirmar taxativamente tal cosa, aunque por supuesto nadie puede decir tampoco se haya ido simplemente a pasar unos días: “Te comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España”. Y así todos más o menos contentos. Seguro que a la Casa del Rey y al Gobierno no le incomoda que muchos piensen que se ha exiliado.

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Pero con esa frase Juan Carlos puede quedarse también relativamente satisfecho. Según parece ha dicho a algunos amigos que el sólo saldrá de España “con los pies por delante”. “En estos momentos” está fuera. Pero nadie ha dicho que su salida sea definitiva. Los historiadores no podrán decir que se exilió (a menos que lo haga, claro) en los años postreros de su vida. De nuevo, todos más o menos contentos; o, más bien, nadie del todo contrariado.

Para que el distanciamiento del padre y el hijo pueda poner a salvo a la monarquía, y para que el padre pueda alejarse con dignidad, la fórmula elegida también es inteligente. Una carta del primero al segundo. Y un agradecimiento del segundo al primero. Con esa fórmula, la decisión parece del padre; y el hijo, y el Gobierno, pueden aparecer ante los españoles agradecidos ante una decisión personal y privada de Juan Carlos. Si hubo presiones o no es un asunto interesante para las tertulias, pero en unas semanas ya nadie hablará de eso. De momento, ya cualquier información que tenga como protagonista al rey emérito va a ser sistemáticamente ignorada por la Casa del Rey y por los defensores de la monarquía, como un asunto privado. No digo que tal cosa me parezca bien o mal, pero no hay duda de que el comunicado y las declaraciones posteriores lo dejan bien claro.

De modo que para quienes tenían como objetivo distanciar al rey de su padre, generar un cortafuegos entre el servicio público del monarca y la “vida privada” del emérito, dejar en una calculada ambigüedad el sentido de la decisión para que nadie pueda quedar del todo insatisfecho, y permitir así que la Casa Real pueda sobrevivir a tremendo escándalo, ese comunicado no es por su belleza música de Mozart, pero ha hecho buen servicio. Cuando te estás desangrando no te preocupas mucho de la estética del torniquete.

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