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La foto del actual PP: son pocos y están divididos

José Miguel Contreras

El Partido Popular no va a cambiar de estrategia tras la salida de Cayetana Álvarez de Toledo. No va cambiar, porque no puede. Quizá haga alguna declaración simbólica. Pero, con los datos en la mano, resulta muy complicado que de verdad asuma un cambio sustancial en su posicionamiento político. Para poder hacerlo deberían cambiar demasiadas situaciones tanto en su propia formación como en el resto de partidos. Nada es solucionable a corto plazo. Podrá hacer pequeños retoques estéticos, pero no mucho más. La salida de la portavoz parlamentaria tiene más motivaciones de orden jerárquico y personal que de búsqueda de desplazamientos en el territorio ideológico en el que actualmente se asienta.

El PP tiene dos problemas que van unidos. Todo se complica porque lo que parece bueno para solucionar uno de ellos, agrava el otro. Y viceversa. Básicamente, el Partido Popular en los tiempos actuales tiene dos grandes retos que debe superar si quiere aspirar a volver a gobernar en España. Por un lado, no tiene suficientes votantes como para volver a ser lo que fue. Pero, además, los seguidores que aún le acompañan no están de acuerdo en lo que la formación debe representar hoy en día. En resumen, son pocos y están divididos. Este es el panorama.

Más de la mitad de sus votantes perdidos en el camino

En 2011, con un PSOE devastado tras la crisis económica y en plena transición de liderazgo, el PP alcanza casi 11 millones de votos (10.876.344) con Mariano Rajoy de candidato a la presidencia. Apenas había competencia en la derecha en nuestro país. Únicamente competía frente a UPyD que en su mejor momento llegó a superar el millón de votantes (1.143.225). Desde aquella época, casi una década atrás, surgieron dos fuerzas (Ciudadanos y Vox) que fueron quitándoles una significativa parte de sus seguidores.

En las últimas elecciones, las del pasado mes de noviembre, el PP ha conseguido mantenerse en los 5 millones de votos (5.019.869). Un Ciudadanos (1.637.540) en pleno retroceso y Vox (3.640.063) creciendo sumaron más votos juntos (5.277.603) que los que se quedaron en el PP. Menos de la mitad de quienes apoyaron al Partido Popular en 2011, lo siguen haciendo hoy en día. Si Pablo Casado aspira a gobernar necesita aumentar su base de apoyo. Aquí surge el primer gran problema.

El espejismo del Trío de Colón

El modelo andaluz que permitió a Juanma Moreno y al PP llegar a la presidencia con el apoyo de Ciudadanos y Vox pareció abrir una luz de esperanza a los estrategas de la derecha en España. En realidad, era un espejismo. La fórmula del Trío de Colón se demostró un fracaso ante las urnas a nivel nacional. A la vez, la abierta colaboración con una fuerza de ultraderecha creó un efecto consiguiente. La derecha no puede crecer hacia el extremismo, porque ya lo ocupa en su totalidad. Cualquier posibilidad de aumentar el número de votos pasa ineludiblemente por ampliar su presencia en el centro.

El PP lleva, desde la constitución del gobierno de coalición, insistiendo en la misma táctica: demonizar a Pablo Iglesias para presentar a Pedro Sánchez como un líder “podemizado” y extremista. El objetivo evidente es el de intentar atemorizar a los votantes moderados del PSOE para que dejen de apoyar un gobierno radical. El esfuerzo, desde la perspectiva del discurso político, resulta complicado. Es un empeño imposible que un partido aliado con la ultraderecha nostálgica de la dictadura fascista atraiga a votantes que buscan la moderación, el diálogo y la concordia.

¿Colaborar con Vox o atacarles?

El PP no va a corto plazo a europeizarse y a centrarse renunciando a la colaboración con la extrema derecha. Siguen compartiendo demasiados lazos. Si lo hacen, se asomarían al abismo de poder perder el apoyo de los 3,6 millones de votantes de Vox y quién sabe si un giro de esta envergadura no haría crecer aún más a los de Santiago Abascal. El Partido Popular no puede emprender ese camino de la noche a la mañana. Para ellos, supondría un suicidio anunciado.

Atacar a Vox y confrontar con ellos tampoco parece una solución, puesto que es difícil de prever qué beneficio cuantitativo tendría. Ni está claro que pudiera rescatar antiguos votantes que ahora habitan en el territorio de la ultraderecha, ni tampoco que pudiera compensar la ruptura con una enorme ganancia en el centro donde subsisten Ciudadanos y una parte del voto moderado del PSOE. Es lo que en lenguaje cotidiano llamamos estar atado de pies y manos. Resulta complicado moverse.

El nacionalismo conservador en dirección prohibida

La otra solución, que hoy suena ridícula, es la de conformar una alternativa en la derecha capaz de dar cabida a sectores conservadores del nacionalismo en algunas comunidades autónomas. Durante los últimos años, el PP ha despreciado, criminalizado y soliviantado a estos electores que hoy viven asentados en el mundo nacionalista o independentista.

Resumiendo, para los populares cualquier impulso de crecimiento choca con que inevitablemente tiene un serio riesgo de pérdida de electores en el sentido contrario hacia el que se dirija. Si va al centro, perderá en la derecha. Si va a la derecha, perderá por el centro. Y la opción de acuerdos con nacionalistas conservadores es una ruta absolutamente cerrada.

Construir tu alternativa o destruir la del rival

Ante este panorama, el PP ha dedicado todos sus esfuerzos a no abordar este debate. En lugar de pensar en moverse, han creído que su única opción es la de destruir a la mayoría de izquierdas que hoy gobierna. Esto explica, la insistencia en las prácticas del acoso y derribo, de la crispación y de la tensión permanente. Así se entiende, la negativa a cualquier posibilidad de pacto o colaboración con un gobierno al que creen que nunca ganarán con sus propios votos. Que la única posibilidad de superarlo será si consiguen demolerlo desde sus cimientos.

En el último estudio realizado por el Instituto Invymark, para laSexta, se preguntaba a los españoles respecto a cómo pensaban que debía comportarse el PP a partir de ahora en la oposición. La respuesta más llamativa la dieron los propios votantes populares. La mitad de ellos creía que debían ir en dirección a la moderación hacia el centro. La otra mitad, que debían ser más duros hacia la radicalización. Un laberinto desesperante.

En mitad de todo este lío, subsistía una figura como la Cayetana Álvarez de Toledo. Cuando el partido necesitaba mayor unidad, ella aportaba indisciplina. Cuando el PP requería manejar la nave con especial esmero, ella conducía a volantazos. Cuando la formación, en una tesitura especialmente delicada, exigía reflexión y estrategia, ella aportaba caos y desvaríos. Debe resultar muy difícil para los estrategas de la derecha diseñar los movimientos que deben abordar en el futuro inmediato. En el primero de ellos, parece que ha habido bastante unanimidad interna: desprenderse de un pesado lastre llamado Cayetana Álvarez de Toledo.

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