Telepolítica

Covid: lo que no queremos aprender

José Miguel Contreras

A lo largo de todo este año 2020, hemos adquirido un buen número de conocimientos sobre el coronavirus. También parece claro que estamos dispuestos a seguir reincidiendo a saco en muchos de los errores que hemos cometido. En el caso español, todo parece indicar que la situación va a peor. Casi nadie se atreve a decirlo en voz alta en un absurdo intento de que no se haga realidad lo que ya es una evidencia: en algunas zonas de nuestro país, la amenaza sanitaria está empezando a agravarse muy seriamente. El hecho de que estemos ante una situación absolutamente desigual, según el territorio en el que nos fijemos, complica cualquier juicio o actuación.

El problema son algunas comunidades autónomas

Los datos acumulados en España son muy preocupantes y, sin embargo, los problemas reales no están repartidos de manera uniforme. Este dato indiscutible tiene una doble lectura. Por un lado, podemos tener la tranquilidad de que hay comunidades autónomas con magníficos datos de control de la pandemia, que han sabido gestionar la responsabilidad que les correspondía y, además, que han tenido la fortuna de que brotes imprevistos y graves no han tenido lugar dentro de sus territorios.

Por otro lado, esta valoración optimista parcial lleva directamente a determinar que la situación donde las cosas van mal es mucho peor que en la media nacional. La fijación de una media aritmética de todo el Estado nos sitúa en cifras de enorme desasosiego, pero si analizamos los territorios por separado uno a uno, en algunos casos la preocupación debería ser mayúscula. Deberíamos haber aprendido a ver curvas, a valorar los números de contagios, la importancia de los test o el papel crucial de los rastreadores. No es posible que no hayamos aprendido estas lecciones. Probablemente hay quien no quiere asumirlas de forma intencionada.

Ganamos la primera batalla de forma colectiva

En marzo llegamos tarde a la necesaria reacción frente a la crisis sanitaria. Si se hubiera actuado antes, la tragedia hubiera tenido menor envergadura, aunque inevitablemente hubiera tenido lugar al igual que en el mundo entero. Una segunda constatación es la de que se consiguió lo que en algún momento parecía imposible.

La declaración del estado de alarma, apoyado de forma casi unánime por todas las fuerzas democráticas, sirvió como impulso colectivo para que la inmensa mayoría de los españoles hiciéramos frente al coronavirus. Detuvimos su avance y controlamos su extensión. Para hacerlo, vivimos un durísimo confinamiento que destrozó nuestra economía y marcó indeleblemente nuestras vidas. Pero, finalmente, conseguimos doblegar la curva y triunfar colectivamente como sociedad.

El trágico error de politizar el covid-19

Lo incomprensible es que la solución al problema se convirtió en un asunto partidista y ahí volvimos a enloquecer. Una de las peores decisiones políticas que nunca haya tomado un partido político desde que tenemos democracia ha sido la del PP de convertir la lucha contra el covid-19 en un instrumento político de desgaste del Gobierno. Fue una decisión antipatriótica, insolidaria y ruin. Fijar todas sus esperanzas partidistas en vincular que si las cosas iban mal era culpa del Gobierno, les ha llevado a negar todo apoyo a la solución de los problemas.

Ahora, la situación ha dado la vuelta. La derecha política y mediática, dentro de su decidida estrategia, lucharon hasta la extenuación para impedir que el Gobierno pudiera atribuirse el éxito del control de la pandemia. Esto nunca se hubiera podido producir si la oposición hubiera trabajado codo con codo junto al Gobierno en la batalla. Si en vez de llevar a sus seguidores cacerola en mano a pedir el fin del Gobierno les hubiera animado a pelear junto a la mayoría de sus conciudadanos contra la amenaza del virus, no hubiera existido el peligro de que alguien pretendiera atribuirse triunfo individual alguno.

La desastrosa ilusión de atribuirse la desescalada

Se forzó, lamentablemente, el fin del estado de alarma para apresurarse en algunas comunidades autónomas, como Madrid, a recuperar con urgencia una normalidad que se ha demostrado como desastrosa para los intereses colectivos. Según la lógica de la derecha, la desescalada debían protagonizarla y firmarla sus gobiernos autonómicos fuera como fuera, asumiendo todo tipo de riesgos. Por eso estamos como estamos. La desescalada no ha sido un triunfo, sino una debacle en algunos casos concretos perfectamente definidos. La tragedia colectiva es que los gobiernos que se apresuraron a tomar injustificadas medidas de desescalada no quieren ahora asumir su responsabilidad. Necesitan tapar la que han liado.

El colmo de todo lo hemos escuchado en las últimas horas. El PP acusa al Gobierno de inacción y de ser responsable de todos los errores que han cometido administraciones como la de Madrid. El gobierno central ha ofrecido ayudas para abordar la crisis (2.000 rastreadores del ejército español); ha garantizado el apoyo parlamentario para declarar un estado de alarma parcial que permita tomar cualquier medida que deba ser implantada; y ha vuelto a abrir la posibilidad de llegar a acuerdos políticos que faciliten tomar decisiones conjuntas que ayuden a superar de nuevo la extensión del virus.

Juntos ganamos, enfrentados perdemos todos

Si hay una indiscutible lección aprendida hasta ahora de la lucha contra el coronavirus es la de que cuando la España de los balcones ha peleado conjuntamente en los hospitales, en el confinamiento, en las empresas y en el parlamento, hemos ganado. Esa victoria fue de todos. Hasta los que lucharon denodadamente por hundirlo todo, ganaron como españoles mucho más de lo que perdieron como ciegos partidistas.

Nos enfrentamos a la segunda oleada de ataque del virus. Sabemos qué tenemos que hacer para doblegarlo. Basta con trabajar juntos. Es una lección ya aprendida. Desgraciadamente, hay quien no quiere de ninguna manera aceptarlo.

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