Desde la tramoya

Aprobado con pinzas en covid

Luis Arroyo

El 54% de los españoles cree que España ha hecho un buen trabajo ante la pandemia. Es una mayoría pequeña, porque el 46% piensa que la respuesta ha sido mala. España es el país con el peor nivel de aprobación, sólo después de Estados Unidos (47 bien/52 mal), y Reino Unido (46/54). Los países nórdicos, Holanda, Alemania, Australia, Corea del Sur y Canadá están todos ellos con niveles de satisfacción superiores al 80%. Los resultados proceden de una encuesta en 14 países realizada por Pew Research (aquí) entre junio y julio (estoy seguro de que los datos para España habrían sido mucho peores con un trabajo de campo hecho en agosto).

Es muy interesante ver que la aprobación no tiene mucho que ver con la incidencia real de la enfermedad, porque tanto en mortalidad como en ingresos en cuidados intensivos por cada cien mil habitantes, España está más o menos igual que muchos de los países europeos, es decir, bien en comparación con los datos de marzo o abril. Los datos pueden consultarse en la revisión semanal que hace la Unión Europea (aquí).

La valoración tampoco tienen correlación con las medidas adoptadas por cada Administración. Es conocido que en Suecia las medidas de contención han sido ligerísimas: los centros educativos no han cerrado, no ha habido confinamiento y casi nadie utiliza la mascarilla. El 71% de los suecos aprueba la gestión que se ha hecho en respuesta a la pandemia. La ausencia de medidas drásticas, por el contrario, en Estados Unidos se traduce en un 52% de rechazo.

Son solo ejemplos que demuestran la importancia extraordinaria que la comunicación adquiere en situaciones de crisis como la que atravesamos. Yo intuyo que en ese bajo nivel de aprobación que obtiene “España” (entrecomillo porque en la pregunta de Pew no se pregunta por el Gobierno, sino por el país), se debe a tres factores fundamentales.

En primer lugar, el incremento del número de pruebas que se hacen en nuestro país, y que ha sido espectacular en julio y agosto, ha elevado el número de casos positivos reportados en niveles alarmantes. El propio informe de la Unión Europea lo advierte para el conjunto de países: aumentar el número de pruebas incrementa la detección, y eso es imprescindible para contener la expansión del virus. Pero ese mismo incremento de la detección puede generar en las poblaciones una alarma desproporcionada. Los reportes del número de casos detectados cada día, e incluso del “número de brotes” en mapas nacionales que dan pavor, están generando un miedo innecesario.

La probabilidad de que un español caiga enfermo de cierta gravedad por el virus es ínfima (de que muera es del 0.2%, tres veces menor que la de morir en un accidente de tráfico). Sin embargo, pareciera que la enfermedad y la muerte rondaran en cada esquina, una sensación que no se tiene paseando por Portugal y menos aún por el norte de Europa. La mascarilla (utilizada en España más que en ningún país de la Unión Europea [aquí se ve]), las medidas drásticas y absurdas, como prohibir fumar en cualquier espacio público en Baleares o cerrar los parques por la noche en Madrid, no hacen sino incrementar esa sensación de pánico, a pesar de que la situación sanitaria, siendo preocupante, no es en absoluto apocalíptica como a veces parece.

Por supuesto, la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas se someten a la penuria de que les cierren los bares a la una de la noche, de llevar la mascarilla, de que les tomen la temperatura al entrar en el cole, e incluso de que en su empresa les castiguen con un expediente de regulación temporal de empleo, si eso sirve para que el virus desaparezca. Como todas las señales externas van en la dirección contraria –estrictas restricciones, miles de rebrotes por doquier …– entonces la gente hace una deducción muy sencilla: nuestro sacrificio no sirve para nada y, por tanto, algo debemos (debe el Gobierno) estar haciendo mal. Si siendo el país más estricto, la sensación que cunde es que somos lo peores en número de casos y sufrimos además las peores consecuencias económicas, entonces es evidente que no lo estamos haciendo bien.

En segundo lugar, el desconcierto y la sensación de desgobierno se ha extendido en los últimos meses, desde que terminó el Estado de Alarma y las comunidades autónomas empezaron a hacer frente a la pandemia sin el mando único del Gobierno nacional. Se abrió entonces una suerte de competición entre las autoridades para ver quién era más drástico en la adopción de medidas. Si un día una alcaldesa anunciaba el cierre de la piscina municipal por la existencia de un caso de coronavirus, entonces el alcalde del pueblo de al lado hacía exactamente lo mismo. No vaya a ser. Y por esa precaución extrema y desproporcionada, al final los propios gobiernos autonómicos asumen medidas drásticas. Y luego viene el Gobierno central para unificar. Por supuesto, la unificación se hace siguiendo los ejemplos más duros, no los más ligeros. Porque, de nuevo, no vaya a ser….

Y en tercer lugar, la polarización política que hemos experimentado en España en los últimos meses, y que la pandemia no ha aliviado, ha contribuido sin duda a generar una sensación de fracaso que otros países no sufren. La encuesta de Pew Research pregunta explícitamente si “nuestro país está ahora más dividido o unido que antes del surgimiento del coronavirus”. El nuestro es el país con una mayor percepción de incremento de la división (59% más dividido/39 más unido), solo detrás de Estados Unidos (77/18 respectivamente). La encuestadora explica que esa sensación de división es mayor entre los populistas de extrema derecha.

En la gestión de la comunicación pública hay una variable fundamental: las expectativas. Si permites que en una población se extiendan falsas expectativas, por exceso de optimismo (o de pesimismo, como es el caso), entonces la gente te evaluará no solo por los resultados objetivamente medibles, sino también por la percepción distorsionada que se hace de ellos.

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